Conversaciones entre alquimistas
Jorge Riechmann
26 julio, 2007 02:00Jorge Riechmann. Foto: Archivo
Hace exactamente una década, Jorge Riechmann nos informaba de que había dejado de leer El País. No nos lo creemos. Conversaciones entre alquimistas sólo puede ser un efecto secundario de la sobreexposición a los mass-media. Otro más. Y no el peor. Porque Riechmann es un poeta excelente. Domina los sutiles mecanismos de la ironía épica: "Perderemos la guerra, sembrarán de sal nuestros campos y exterminarán nuestra estirpe hasta el último vástago; pero al menos no habremos dejado pasar ni un solo paralogismo" ("La libertad arrancada"). Esta colección de poemas en prosa contiene versos espléndidos, como "Un equilibrio entre la mano que da y la que recibe, un punto de cruce entre el éxtasis y el cálculo, un compromiso entre el dragón y la rata" ("Equilibrista"). Incluso se permite lujos como un poema que ni siquiera está en el poema: "El capital quiere hacernos creer que somos lo que vendemos. Pero somos lo que regalamos" cobra un sentido nuevo, original, más pleno bajo el epígrafe "El enigma secreto del misterio de todos los templarios, masones, criptocátaros y sacerdotes egipcios del Bajo Imperio", núcleo poético de la pieza. Hay narración de la vida mínima ("Pequeña teoría del milagro"), hay surrealismo con moraleja ("Contra las máquinas de la impaciencia"), también poéticas más poéticas que la poesía misma ("Si es arbitrario no es poesía"). Riechmann escribe como quien hipnotiza: sumidos en su lectura, el mundo real desaparece. Sólo existe el texto.Pero ni las palabras más divinas pueden prolongar la ilusión indefinidamente. Conversaciones entre alquimistas es dicción espléndida al servicio de los clichés más poderosos de nuestra época. Se niega la metafísica: "Cualquier lugar puede ser el paraíso, también éste" ("Todas las promesas de paraíso son falsas"). Se repudian los símbolos de cohesión de la masa rebelada: "Elimina el automóvil, la tv y el fútbol de la cultura contemporánea: en el acogedor vacío resultante se podrá vivir" ("Fantasía de la lámpara mágica, II"). Se inmortaliza al personaje du jour porque sólo lo efímero es hoy noticia: "¡Y parece que esa lana no forma bolitas!" ("La chompa de Evo Morales"). Y la poesía se democratiza hasta sonar a club de la comedia ("El kilo y medio de lo imprevisible"). Y el ethos lírico remite a D. Chopra: "La clave: no intentar conducirte a ti mismo, sino conducir discretamente a aquello que te conduce" ("No hay oro en las muelas del alquimista"). Y la episteme parece firmarla José Antonio Marina: "Conocimiento que sirviese al mismo tiempo para administración de prisiones y para la elaboración del yogur, ¿de qué nos serviría?" ("Más cera de la que arde"). La técnica es sofisticada. Confunde, pero no engaña.
Dogmático porque puede, Riechmann hace de la mentalidad de la globalización -o sea, de la antiglobalización- un arte. La agudeza de observación e ingenio, la erudición, la búsqueda de perspectivas vírgenes: todo auténtico. La expresión poética, incuestionable. La pregunta es, ¿merece la pena decir lo mil veces dicho, por muy bien que se diga? Epítome del pensamiento único, Conversaciones entre alquimistas es poesía absolutamente moderna. Rimbaud estaría orgulloso.