José Watanabe. Poesía completa
José Watanabe
30 octubre, 2008 01:00José Watanabe. Foto: Sergio Barrenechea / EFE
La poesía de José Watanabe (Trujillo, Perú, 1946-Lima, 2007) no era desconocida entre nosotros. Sus dos últimos libros habían sido editados simultáneamente en Lima y en la editorial que ahora ofrece el conjunto de su producción y unos pocos y valiosos poemas inéditos (pp. 447-456). Pese a su origen mestizo japonés, supoesía posee la extraordinaria fuerza de una identidad que logrará fusionando el hiperrealismo y la reflexión metafísica, la palabra desnuda y la escasez imaginaria, el mundo mítico de la Grecia clásica, la tradición cristiana y el indigenismo apegado a la tierra, a la Naturaleza más salvaje, desde los hospitales a la reconstrucción poética de lo elemental humano. Todo ello se decanta en una serie de poemas de diversa temática que van del bestiario a lo más íntimo. Se transmite a través de la palabra desnuda y precisa, evitando "la inútil metáfora" (p. 339). Watanabe publicó los libros de poesía que aquí se reúnen: álbum de familia (1971), El huso de la palabra (1989), Historia natural (1994), Cosas del cuerpo (1999), Antígona (2000), Habitó entre nosotros (2002), La piedra alada (2005) y Banderas detrás de la niebla (2006). Abandonó pronto un cargo oficial y dedicó sus esfuerzos a campos tan diversos como la literatura infantil, la televisión, el cine o la escritura de letras para música rock. Darío Jaramillo inicia su fragmentaria introducción a este volumen con unas certeras palabras: "El ojo de este hombre sabía hablar. Esto es autoevidente, brota de por sí leyendo sus poemas. Predomina la descripción" (p. 9).
El conjunto de su obra brota de una realidad observada y transcrita sin rubores. Explicita su concepción de la poesía, pero evita la metapoesía. Descubrimos ecos de la poesía japonesa, del haiku, pero son tan leves como la más evidente, a mi entender, influencia vallejiana. Parte de una mirada poética a través de un ojo -una de sus claves- que contempla y admira, pero que no tiene empacho en adentrarse en el interior del cuerpo o aludir a la defecación. A menudo, en los poemas campesinos, rememora su infancia, la madre, y su muerte -los huesos constituirán una de sus claves. El paisaje puede reducirse a la piedra -símbolo esencial-. Evita una propuesta poética programática: "Qué rico es estar contigo, poesía/ de la luz/ en la pierna de una mujer cansada" -de "He dicho", (p. 385)-. En uno de los poemas de su último libro declara "Es difícil persistir en la poesía, más aún/ cuando ella misma nos desorienta:/ en la desesperación/ yo escribí los poemas más sosegados./ ¡Casi enloquezco pidiendo calma!/. . ./ De estas flores aprenderé, una vez más,/ que la poesía que tanto amo sólo puede ser/ una fugaz y delicada acción del ojo".
Cabría diferenciar en la evolución de su obra tres períodos, por lo menos. En el primero cabría integrar sus cuatro primeros libros. Observando las fechas de publicación, advertiremos la lentitud de su producción inicial: dieciocho años transcurren entre el primero y el segundo libro y cinco, entre los dos siguientes en esta primera fase. Antígona es una versión libre de la tragedia de Sófocles, donde el autor mantiene el tono dramático en un verso sincopado, de gran musicalidad, y libre. Esta irrupción en el mito seguirá en Habitó entre nosotros, donde poetiza episodios de los Evangelios. Pero abandona este registro para enlazar, en los dos últimos libros, con los primeros, creando así una evolución cerrada sobre sí misma.
No cabe duda de que el conjunto de la producción de Watanabe constituye una de las experiencias más renovadoras no sólo de la poesía peruana de la promoción de los setenta o de quienes inician la publicación por aquellos años, sino de la poesía hispanoamericana -incluyendo la española- reciente. La observación del mundo natural, siempre referido a la experiencia humana, puede resultar de una tremenda crueldad, como en su poema "La Mantis Religiosa" (p. 66), donde se limita a relatar un coito y la succión del macho. El objetivismo y el lenguaje directo, casi oral, le permite poderosas fórmulas. Las fórmulas expresivas se mantienen con toda la intensidad de una poesía que se sirve de un estricto realismo simbólico. El tema del hambre, tan vallejiano, aparecerá tardíamente en "El pan" (p. 371) y en "El destete" (p. 375), cuya sensibilidad tanto recordará a Miguel Hernández, aunque la escena universal adquiera aquí el tinte campesino peruano: "Con que paciencia/ la madre envuelve su magro seno con lana de oveja/ negra. Y el seno ya no es más/ el sitio de la ternura" Pero Watanabe no desdeña tampoco la inspiración culta, como en el título de "El camisón (Magritte)". Tampoco elude ciertas corrientes como el surrealismo o el expresionismo. En uno de sus poemas podemos advertir ecos del filme Simón del desierto, de Buñuel, así como el sentido del humor -en ocasiones próximo a lo trágico-. Pero con lo cotidiano consigue sus mejores logros, como "A la noche" (p. 152), donde describe una escena nocturna de su infancia. La sensibilidad del lector que se acerque a la poesía de este, en apariencia sencillo, aunque muy complejo poeta peruano no restará indemne. Watanabe consiguió alzar la palabra desnuda como arma poética. Sus temas fundamentales: la infancia campesina rescatada, el amor, el paso por los hospitales y el dolor, la muerte de los seres queridos, se tratan con un original e inolvidable mestizaje.
Exterior. Campo con iglesia. Día
Un cura perdona al mundo echando una gran cruz al aire.
El sol toca la campanada de algodón de la torre.
Una nube entra en la iglesia y (se supo después) aureola de San Pedro.
Otra nube baja y orina entre las cucarachas.
El poeta escribió en su Cuaderno de los paisajes.
Las nubes
son el escape de gas de automóviles invisibles.