Image: Cuando los pájaros

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Poesía

Cuando los pájaros

Rosa Romojaro

4 marzo, 2011 01:00

Rosa Romojaro. Foto: Jesús Domínguez

Premio A. Machado en Baeza. Hiperión, 64 páginas, 10 euros


Desde Secreta escala (1983), Rosa Romojaro (Algeciras, 1948) ha venido publicando una serie de libros -el último, Poemas de Teresa Hassler. Fragmentos y cenizas (2006) merece ser recordado por derecho propio-, que configura ya una de las obras poéticas importantes de nuestra contemporaneidad, y Cuando los pájaros no viene sino a confirmar, si es que tal cosa hiciera falta, que es así.

Que el primer poema se titule "Entrega" ofrece, creo, una clave significativa. Aparte de su disemia, ese texto hace saber que el yo poético, que la voz, se desembaraza de sí mismo, con lo que lo confesional queda como en suspenso aunque sin borrarse, para entregarse en forma de un don "a lo que queda", al mundo, a las cosas y, por tanto, también "al ser de lo acabado", donación que, cómo no, habrá de ser además a la palabra. Si Teresa Hassler fue personaje en el que desdoblarse e identificarse, quizá algo semejante sucede en "Balada del hombre sentado", donde un yo masculino toma la palabra para dar cuenta de su asunción a poeta: "Entonces,/ miraba y no veía / porque no conocía las palabras. / Hoy, pongo nombre a todo".

Darse al mundo encuentra una vía de realización idónea en el tópico clásico de la homología entre el universo y el individuo, el yo y el todo. Si dice que miró "el perfil recortado de los montes" añade que "vio su propio cuerpo dibujado" y en otro momento el cuerpo es "Calco de esa otra luna". Importa esto porque a lo largo del libro se habla en varias ocasiones de que alguien mira el mar u otras cosas, de que alguien ve, lo que implicaría una distancia entre quien mira y lo visto, distancia que resulta anulada, siendo entonces lo mirado, lo externo, vivencia íntima y, por tanto, cantado como experiencia propia. Sucede, pues, que lo otro no es tal, sino apropiación que da fe del yo mismo: "no me veo / si no me miro en algo" y del mismo modo cumple esa función el lenguaje: "Las palabras, la única certeza. / Sin ellas no se es". Pudiera parecer lo ya dicho que estamos ante una escritura fría por la teorización que conlleva y no es así: poema tras poema la reflexión camina anudada a una sensualidad sostenida en lo que es en todo momento una voz emocionada, eso sí, consciente de que es voz de la poesía.

Este juego de entregas, identificaciones o transfiguraciones se prolonga entre las cosas y las palabras: "Pájaros cotidianos, que encontraron su nido / aquí, detrás del folio" o "Es como una ciudad / la página".

En definitiva, este libro regala una riqueza poética muy poco común.