Image: Acta del juicio

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Poesía

Acta del juicio

Edgar Lee Masters

4 noviembre, 2011 01:00

Ainhoa Sáenz de Zaitegui

Edición de A. y T. Barba. Pre-Textos. Valencia, 2011. 388 pp., 38 euros

Aplicado a la literatura, el Sueño Americano se llama Gran Novela Americana. Todo estadounidense con vocación de escritor aspira a crear una ficción a prueba de realidad que contenga lo más grande, lo más bajo, lo más verdadero del imperio. Todas las urbes aeternae que la humanidad ha conocido han sido inscritas en los universos posibles para consolidar su dominio. Más exigente que Atenas y Roma, América sigue sin encontrar su poeta.

En 1915, un oscuro abogado de Kansas con el luminoso nombre de Edgar Lee Masters (Garnett, 1868-Melrose Park, 1950) estuvo a punto de alcanzar los laureles. Su Antología de Spoon River es un censo de muertos que legan al canon la poesía de sus epitafios. Como en Whitman o en Los Simpson, están todos: las doscientas cuarenta y cuatro voces que expresan una nación.

De heterogeneidad premeditada como un crimen, Spoon River es el intertexto perfecto: órganos independientes pero no autónomos que funcionan como un solo cuerpo. Y además es muy entretenido. Lógicamente, todo el mundo enloqueció: la crítica, porque es una obra blindada contra la estupidez; el público, porque se sintió acogido en ese cementerio lleno de vida. Pero si Hojas de hierba (que es la totalidad) no alcanzó la gloria, Spoon River (parcial, aunque completa) no entró siquiera en competición. Precursor de los 15 minutos de fama de Warhol (¿o eran cinco?), Masters tuvo su momento y pasó. No así su grafomanía, que le llevó a escribir 12 obras de teatro, 21 libros de poesía, seis novelas, seis biografías y bastantes ensayos. Masters era un hombre con algo que decir y, amparándose en la primera enmienda, lo dijo. Otra cosa es que América le escuchara.

Acta del juicio es una antología de Domesday Book, originalmente publicado cinco años después de Spoon River. Lo bastante cerca del éxito para todavía codiciarlo, pero demasiado lejos ya para recordar cómo se logra, Masters conduce su poema-río por dos cauces: su experiencia como abogado ante los tribunales de justicia, del lado de la realidad, y la vida y muerte de Elenor Murray, del lado de una ficción indecisa. Que el texto esté escrito en verso es irrelevante: Acta del juicio es un esfuerzo (uno más) de Masters por crear la Gran Novela Americana. De haberlo conseguido, hubiera sido una narración coral, como el autor ya aprendió de Spoon River: A-mérica se apellida Democracia, y aquí hablamos todos.

Poeta con mente jurídica, Masters hace del verso libre la esperanza del mundo libre. Creía estar escribiendo "en el caos y el inconsciente/ trastorno y locura de esta desquiciada vida/ que se empeñaba en tratar a los espíritus como la cosa más barata/ y abundante". A Merival (su alter ego en la ficción) lo promueve de juez a pastor de hombres o, más exactamente, a Padre Fundador. Cada personaje posee una voz monocorde: son discursos forenses dignos de los presidentes de una nación donde, en teoría, cualquier ciudadano puede mudarse al 1600 de Pennsylvania Avenue. Masters no pretende ser verosímil, sino convincente: su poema es el manifiesto ideológico de un hombre sobreexpues- to a la injusticia y que se niega a acostumbrarse, a acatar.

Demasiado personal para ser universal, Acta del juicio nunca tuvo ninguna posibilidad de convertirse en la Gran Novela Americana, pero es un fracaso constructivo. Me hace preguntarme si América consentiría jamás ser cantada con los versos "he amado a mis libros/ más que a los pobres". Por amor a América, la respuesta es sí.