Poesía

Dickens enamorado

Amalia Pérez de Villar

27 abril, 2012 02:00

Fórcola. Madrid, 2012. 188 páginas. 19'50 euros

Para el ensayista inglés William Hazlitt releer viejos libros era la forma suprema de placer literario. Con esa idea, Harold Bloom aconseja la relectura de Dickens como un ejercicio extremadamente saludable. El disfrute que aporta este libro de Amelia Pérez de Villar, centrado en el Dickens enamorado de María Beadnell, es doble. Por un lado, se despliegan las piezas menos conocidas de los amores dickensianos. Por otra, está construido desde diferentes ángulos, entre ellos el análisis epistolar, pero también la aproximación histórica, literaria, psicológica, sin excluir la relación de la biografía de Dickens con la gestación de sus novelas. Ese hilo que teje la trama entre la vida de Dickens y su escritura es el segundo goce que nos depara este libro.

Una parte del ensayo biográfico se ciñe al estudio de la correspondencia de Dickens con Maria Beadnell, cartas desconocidas, en cierto modo, en nuestro país. La correspondencia, censurada en su época por las respectivas familias, fue publicada en 1908 por G. P. Baker en una edición para la Sociedad Bibliófila de Boston. Hemos dicho desconocidas hasta cierto punto porque ya en la biografía canónica de Dickens de Peter Ackroyd (Edhasa, 2011) se alude al desengaño amoroso del joven escritor. Lo interesante de esta obra es la confrontación del amor por Beadnell con las otras pasiones dickensianas: la tibia relación con su esposa, Catherine Hogarth, la afiebrada con su amante, Nelly Ternan, sin olvidar los ambiguos vínculos con las dos hermanas de su esposa.

La autora de Dickens enamorado demuestra con audacia que el primer y desgraciado enamoramiento de Dickens tuvo una incidencia decisiva a lo largo de toda su vida. Dickens venía de una infancia turbulenta, con un padre perseguido por los acreedores y a menudo encarcelado. En 1830 conoció a la adinerada familia Beadnell y a sus hijas. Para la autora, "los Beadnell simbolizaban la estabilidad social y familiar a las que él aspiraba y, en un momento de su vida en el que comenzaba a establecerse como periodista, su carácter, apasionado y previsor al cincuenta por ciento, le impulsó a buscar [...] una compañera de travesía". Pero no contaba con la inconstancia de la elegida ni con ser rechazado socialmente por su falta de fortuna. El autor de Grandes esperanzas y David Copperfield (la Dora de Copperfield es el retrato de Maria Beadnell) recibió un duro varapalo clasista, estigma que más tarde marcaría a muchos de sus eternos personajes.