Las auroras de Otoño y otros poemas
Wallace Stevens
6 julio, 2012 02:00Wallace Stevens
A nadie le importa nadie, y menos aún su infancia. En cierto momento de la evolución (o lo que sea esto), apareció el homo poeticus, inventó una nueva rueda llamada poema y se puso a contar cosas. Pero los temas eran pocos y poco interesantes: él mismo, fundamentalmente. Pronto se dio cuenta de que sólo había un asunto digno de ser materia poética: la poesía misma. A esto se le llama Wallace Stevens."Siempre puede haber un tiempo de inocencia./ Nunca existe un lugar". Las Auroras de Otoño y otros poemas quema como la nieve. Nadie ha comprendido nunca la misión del poeta con tanta pasión y claridad como Stevens. No se trata de recordar el pasado: se trata de crear el pasado. No consiste en expresar lo humano: consiste en crearlo. Sólo Shakespeare vio esto. La vida no es más que el soporte físico de la ficción. Para que exista poesía debe existir poeta, mal necesario que Stevens transforma en bien endémico: si la poesía es la forma más alta de existencia, seamos poesía.
Es imposible encontrar mujeres y hombres en estas Auroras. Llegan a nosotros como conceptos, sistemas de pensamiento, jerarquías del espíritu: "Adiós a una idea… El rostro de la madre,/ El objetivo del poema, llena el cuarto". No es madre evocada, añorada, volcada en versos. Esta mujer no existió antes de 1950. Nace con el poema, genera memoria. "Adiós a una idea… Las cancelaciones, las negaciones/ Nunca son definitivas. El padre está sentado en el espacio/ Dondequiera que sea, con aspecto no amable,/ Como alguien que es fuerte en los arbustos de sus ojos". Si lo que buscamos es realidad, salgamos ahí fuera: si algo sobra en este mundo es realidad. Pero si lo que perseguimos es la verdad, quedémonos en el poema. Es probable que Wallace Stevens (Pensilvania, 1879-Connecticut, 1955) no pensara en sí mismo más que un par de minutos al día. ¿Por qué pensarte, cuando puedes crearte? Stevens nunca pretendió narrar lo que ocurrió, ser fiel a los hechos. Si Dios empezó desde el principio, él también.
Desmontar la máquina humana requiere valentía. Debajo de la razón que ilumina y la ética que adiestra, sólo encontramos un caos de sueños sin articulación en perpetuo desacuerdo con el orden circundante: "¿Existe una imaginación que entronizada reúna/ Tan inexorable como benevolente, lo justo/ Y lo injusto, que en medio del verano se detenga/ Para imaginar el invierno?" Estamos hechos de código binario: yo y no-yo. Lo humano vs. lo poético. Todo en las Auroras es no-yo: Sófocles, T. S. Eliot, Whitman, el señor que escribió Hamlet. Usar la ficción para imitar el mundo (la historia personal o colectiva) debe de estar prohibido en algún país civilizado. A nadie le importa el yo.
Encarnación del Poeta Fuerte de Bloom, Stevens es como Los Vengadores: muchos héroes juntos. Arrastra consigo a los mejores guerreros para la mejor de las causas: el diseño de la imaginación humana. Para construir su imperio emplea materiales tomados de la épica, como el credo de que la poesía es un método de demolición o la certeza de que la guerra es el origen de todo, y nunca acaba. No existe creación sin destrucción previa. Para crearlo todo, hay que destruirlo todo. (Contradecir a Picasso puede ser complicado.)
La mala poesía es siempre sincera. Y dándole la vuelta al veredicto de Wilde, digamos que la poesía sincera es siempre mala. Autócrata y digno de sí mismo, Stevens no escribió jamás un verso sincero. ¿Sinceridad respecto a qué? ¿A crónicas que los vencedores urdieron? ¿A leyes que los vencedores dictaron? Cuando somos niños, estamos convencidos de que la vida nació con nosotros y, como nosotros, no morirá nunca. Eso son sus Auroras: la infinita sabiduría de quien detenta todo el poder sobre todas las cosas.
Eso es Wallace Stevens: la absoluta inocencia de Dios.
Ésta es la mitología de la muerte moderna
Y éstas, en sus apagamientos, monstruos de elegía,
Hechas de su mismo prodigio, de piedad,
Mezcladas y vueltas a mezclar, vida con vida,
Éstas son las más supremas imágenes propias de la muerte,
Las puras perfecciones del espacio paterno,
Los hijos de un deseo que es voluntad,
Incluso de muerte, los seres de la mente
En el espacio de la mente que tiende hacia la luz, la llamarada florida…
Es un niño que se arrulla a sí mismo,
La mente, entre las criaturas que construye,
La gente, aquellos junto a quienes vive y muere.