Image: Las visiones

Image: Las visiones

Poesía

Las visiones

José Luis Rey

14 septiembre, 2012 02:00

José Luis Rey

Premio Tiflos. Visor. Madrid, 2012. 120 páginas. 10 euros

¿Qué sucede en la palabra visión? Si vale por acción y efecto de ver, tal como dicen los diccionarios, éstos también registran otro significado: ver lo no sensible y de ahí que sea sinónimo de imaginación o fantasía. Así, visión vale tanto para lo que se ofrece a la vista de todos como para aquello que, por la razón que sea, sólo se le muestra a alguno, al visionario, para quien es tan real como todo lo demás. Creo que esta mínima nota léxica explica bien la poética de Las visiones, que es una lectura gratificante como pocas y en nada sorprenderá a quien haya tenido la ocasión, y el placer, de haber leído los anteriores libros de José Luis Rey (Puente Genil, Córdoba, 1973), de los que el más reciente es el excelente Barroco.

No menos excelente Las visiones, donde la voz es, como era de esperar, la de un visionario y que, por tanto, es un documento más que se une a lo mejor de la tradición literaria moderna, la que tiene como punto de inflexión en Rimbaud, quien, por lo demás, no deja de hacerse presente en uno de los poemas: "Los que se dieron la mano / vieron la caravana de Arthur en la arena, / los camellos exhaustos, las armas bajo el sol". Quien habla lo hace desde experiencias extrañas: soy, dice en un poema, "el que comió del libro de la luz, / el que bebió del agua de la muerte"; y su entidad es la metamorfosis, como se lee en el espléndido final de ese mismo texto: "Yo soy el centinela de un castillo vacío. / Mi castillo está dentro de una gota de agua / y esa gota resbala por el yelmo / del otro centinela".

Del mismo modo, los espacios y los tiempos se superponen, los planos de situación y de sentido se multiplican, como Shakespeare supo hacerlo en esa maravilla literaria que es Sueño de una noche de verano, que no invoco por capricho sino porque está detrás del poema "Los sueños del tejedor". Si en la primera todo es posible, hadas, transformaciones, amores y representación, también en Las visiones: "decir: así muero. Pero era mentira". La afirmación y la negación ocupan su lugar y ni siquiera entran en contradicción. El lenguaje y la situación que impone siempre es suficiente justificación para decirlo todo, lo evidente y lo que no lo es. Y es que el punto de partida es de toda exigencia: "Mi misión es alta: / desvelar el misterio". Un misterio que quizá quede a la vista en "Yo volveré a ser niño. Conoceré otras cosas", la verborrea de la inocencia cuando lo es todo.

Como todo cobra un mismo estatus de existencia, el vivir en las palabras, los soldados de Napoleón en Rusia leídos en una novela se pasean por la cama del adolescente o se afirma que "De mi bañera salen los grandes zepelines" o "Yo vivo dentro de cerezas rotas", no hay ley que prescriba lo decible, sino la obediencia a la visión y hacerlo, como aquí, con una lengua riquísima, rítmica, que va de sorpresa en sorpresa, llena de sabiduría poética. Y el resultado es de una rara excelencia y lo que espera al lector es un verdadero rapto verbal, la caída en el hechizo de lo que la poesía puede, o debe, llegar a ser.