Image: La fruta de los mudos

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Poesía

La fruta de los mudos

22 abril, 2016 02:00

José Luis Rey
Visor. Madrid, 2016. 180 páginas, 12€
Un "yo" recorre algunos de los poemas de La fruta de los mudos, pero se trata de un "yo" singular, pues ese pronombre es aquí una pieza del lenguaje vacía como ninguna otra y, por tanto, dispuesta a albergar cualquier identidad que se proyecte en ella. Así, ese yo y su correspondiente función enunciativa y sus discursos acoge, entre otros, igual a un sujeto que comparte niñez con Jesús y habla de ella como testigo directo, "él estaba quizá, por allí, entre nosotros", a otro que tiene su tiempo en cierto momento de la Edad Media y discurre sobre la Liga hanseática -en "La Hansa", poema extraordinario desde cualquier punto de vista-, o a otro que cuenta sobre unas francesas en uniformes del 14.

Un yo como ése, vagante, extravagante, impone espacios y épocas distintos, por lo que se configura como una voz ilimitada que transciende el tiempo, se hace presente en cualquier lugar atravesando geografías e historia, una especie de conciencia universal para la que la lógica no importa nada, salvo la peculiar lógica poética. Pasado, presente y futuro -en "Nieves de antaño" se habla de los poetas futuros- están reunidos ahora en un punto, como si se hubiera borrado el transcurrir. Hay que advertir que ese yo no se corresponde con egolatría, semeja más un ego ex machina que todo lo ve y oye y toma la palabra. Así, estos poemas se inscriben en la tradición visionaria -Las visiones se tituló el libro anterior-, tan antigua cuanto tan moderna. Se podrían citar abundantes ejemplos de ese visionarismo, basten éstas: "en cada cosa veo una puerta al paraíso", "busco visiones".

Y hay otro yo, legible en clave más autobiográfica, que rememora una y otra vez la infancia, que es, por cierto, tema confesado o parte de pequeños actos cotidianos como en "Haciendo la cama", pero es tan poderosa la lengua de este poeta que referencias a momentos remotos o lugares lejanos se engarzan en las frases, del mismo modo que comparecen ángeles o dragones.

José Luis Rey (Puente Genil, Córdoba, 1973) ha mostrado ser desde su primer libro un poeta en plenitud, una plenitud sostenida en las siguientes publicaciones y también en los nada menos que setenta poemas que componen La fruta de los mudos. Autor de tres interesantes volúmenes de ensayos literarios, en el más reciente, Los eruditos tienen miedo, encontrará el lector un canon personal. Rey domina la expresión rítmica como pocos y alejandrinos, endecasílabos y otros versos impares son los dominantes, a lo que hay que añadir que en algunos poemas se utiliza la rima en los pares. El resultado es siempre musical y un tanto hipnótico. No faltan los ejercicios fonéticos ni otros juegos de palabras. La exuberancia verbal y la facilidad para la figuración dan en una lectura fascinante, gozosa. Y con todo eso la poesía de Rey va más allá, sirve a la transcendencia, no se detiene en un decir bello, lo poético ha de pugnar por algo más: "nosotros los que somos/ exigimos el Ser". A ese Ser, con mayúscula, hay que añadir el "espíritu del mundo". A ese Ser, ese espíritu que es más que el decir, pero que ha de cifrarse en él, aspira la poesía de Rey, ¿Aspira? Mejor: se dice.