Image: Alud

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Poesía

Alud

Javier Fajarnés Durán

17 noviembre, 2017 01:00

Javier Fajarnés Durán

Pregunta Ediciones, 2017. 62 páginas, 9,50 €

Javier Fajarnés Durán (Zaragoza, 1997) tiene veinte años y la poesía por delante. Su deslumbrante Alud (Pregunta Ediciones) parte de la blanca ladera de su inmediatez para descomponerla y reubicarse desde una oscuridad compartida. Aliento y poema largo o poema único, fragmentado y potente al que le pesan las manos "de tanta nieve y músculo vacío", su escritura habla diciendo desde cenizas húmedas. El hombre parte de su imposibilidad para ser libre mientras conquista el retrato de su realidad, en ese gran fragmento que comienza con los niños corriendo por campos de trigo, soñando con la vida sin ocultación en la llanura simbólica del ahora, único tiempo. Aspirando al silencio total de los animales salvajes, llega a negar la muerte si no hay alguien que la cante. Esta desolación brillante nos redime al final, sin enterrarnos vivos: "Palabra y silencio contemplando una misma hoguera". Quizá escribir no sea importante, pero sí rompernos y ser un lugar del paisaje, con el hambre como único y revelador alimento.

Mientras el niño corre en los campos de trigo,
yo tiro mi llave al mar y se convierte en pez
Todo parece muy fácil.
Los árboles callan por sus hojas caídas
y en los huecos colapsan el tiempo y la oscuridad.
No es extraño que el recuerdo descubra una
superficie donde posarse.
La veta metálica donde fermente el olvido. Crecen flores en las alcantarillas y el río es tan sólo una herida seca.
Ya nada respira bajo el asfalto.
Nada, salvo un puñado de uñas y raíces.
Me he perforado las manos para que pasen
los hilos de la noche.
No quiero retroceder a la falsa luz.
A veces observo cómo los gatos pasean por
las cornisas, despreocupados,
y entonces comprendo
que no hay nostalgia en su mirada:
simplemente reflejo.
Simplemente cristal, cables, polvo,
en la angosta geografía del mundo.
La noche se presente concreta y cuadrangular,
sellando con su oscuro gel el vacío de mi
ventana.

Las constelaciones me aguardan quietas,
como quietas se extienden sobre el bosque,
y en su infinitud desecho la esperanza de lo breve
permaneciendo aquí, ajeno.

He nacido en oscuros desvanes muchas veces;
estudiado la forma triangular del tiempo.
Igual que el árbol tiene germen en la raíz
yo busco por el suelo las diminutas semillas,
el sobrante cristal de mi imagen.

Resido en el exilio de mi propio cuerpo,
allá donde se pierden los municipios azules.
Periférico de mí,
me sorprendo a veces contemplando la lluvia
tal y como la contemplan los otros.
Distantes pero en mi misma soledad.

Sólo quiero encerrar intacto el presente,
contener el viento y comprimirlo entre las manos.
Quiero que sea todo superficie, hasta el espacio:
composición sin abismo, realidad sin huecos.