Michael Krüger. Foto: Leipzig Book Fair.

Michael Krüger. Foto: Leipzig Book Fair.

Poesía

'Una parte del día', la antología brillante y pesimista de Michael Krüger

Esta compilación de la obra del poeta alemán incluye poemas inéditos y va atrás en el tiempo hasta cerrarse con su primer libro, 'Reginapoly' (1976).

6 agosto, 2024 02:00

Narrador, poeta, ensayista y traductor, Michael Krüger (Wittgendorf, 1943) es una figura clave de la edición alemana gracias a su trabajo en la mítica Carl Hanser Verlag, firma a la que se incorporó en 1968, con apenas 25 años, y que pasó a dirigir entre 1986 y 2014.

Una parte del día

Michael Krüger

Edición bilingüe de Cecilia Dreymüller. Tresmolins, 2024. 176 páginas. 17,50 €

Amante y buen conocedor del mundo del libro –declinó hacer estudios universitarios para trabajar como librero en el Londres de los años 60–, Krüger ha sido el perfecto intermediario, un hombre curioso y lleno de generosidad, cercano a sus contemporáneos –Brodsky, Handke, Tomas Tranströmer, Znigniew Herbert y Wislawa Szymborska, que siempre contaron con su ayuda, o Charles Simic, a quien tradujo– y atento a sus maestros, como esa Natalia Ginzburg a la que visita en su palazzo de Roma y cuyo recuerdo evoca con leves pinceladas en el poema “Una mujer”.

Esas mismas virtudes –curiosidad, atención alerta, una mente espaciosa y permeable, el don para moverse con ecuanimidad entre los estímulos más diversos– son las que brillan en esta antología, Una parte del día, cuidada con mimo por Cecilia Dreymüller.
La muestra arranca con los poemas más recientes (incluyendo dos inéditos) y va atrás en el tiempo hasta cerrarse con “Mira, cómo anda” de su primer libro, Reginapoly (1976).

Hay una fuerte unidad tonal en el conjunto, un aire de familia que tiene que ver con la capacidad de Krüger para estar a la vez cerca y lejos de sus asuntos, moviéndose a debida distancia para ver con claridad y captar el contexto, el marco de acción, pero con súbitos acercamientos (como un zoom inesperado) que implican fatalmente al hablante y pinchan su ilusión de lejanía, de invulnerabilidad: por esa grieta se cuela no solo la luz, como quería Leonard Cohen, sino también la emoción.

Krüger es más denso y más pesimista, con una visión del mundo en la que el desastre nunca está lejos

Krüger es un maestro de la digresión más o menos controlada, del poema como paseo que enhebra con soltura percepciones e ideas, sobre todo en sus últimos libros (En el bosque. En la casa de madera y Donde se reunían los pájaros).

El afuera y el adentro se engranan y hacen que el yo se sienta “una parte del día”, una pieza más de la totalidad: “Estamos en noviembre. Por el jardín pasó, furtivo, un gato, / me hubiese gustado conocerlo más de cerca, pero no quería / saber nada de mí. A algunos les desagrada / enterarse de su insignificancia, en cambio, yo / me he acostumbrado a ella”.

El jardín de casa se convierte en observatorio a ras de suelo donde insectos, pájaros y felinos, árboles y frutos y flores nos hablan de la continuidad del tiempo, ese fluir que la conciencia solo puede captar si contrasta o pone a dialogar los conceptos con lo concreto, las grandes palabras –“espíritu”, “verdad”– con la riqueza heterogénea de la vida: “Pero no viene al caso / lo que yo quiera, las cosas y los seres vivos continúan / y se desarrollan”.

Los poemas se van haciendo más breves y concentrados según retrocedemos en el tiempo, empezando por las estampas enigmáticas que conforman Mi Europa (2019), entre las que hallamos una nueva remembranza de Sarajevo, donde visita “al poeta Izet Sarajli / en el cementerio de los ateístas”. Gotas medidas de ironía y humor negro completan un guiso que está más cerca del fervor templado de Zagajewski que de la sonrisa burlona de Simic.

Solo que Krüger es más denso y más pesimista (“De la verdad solo sabemos / un grano miserable”), con una visión del mundo en la que el desastre nunca está lejos, como un eco de su niñez de posguerra en una Alemania en ruinas, partida en dos. Por desgracia, nuestro presente hace poco por desmentirle. 

Madrid

¿Cuántos pasos me quedan de los asignados
en el libro mayor celestial?
¿Y estará previsto un aterrizaje suave
o una caída en picado? No quiero ser ya
nada de esto, ni presa ni cazador.
Dame unos pocos metros más, enséñame, por favor,
la clara huella del camino hacia allí,
donde me pierde y ella se divide.
Lo sé, vivir no es cometido a largo plazo
desde que perdimos el don de la inmortalidad […]