Cuando una conversación entre Shelley y Byron en la Venecia del romanticismo se convierte en poesía
En 'Julián y Máddalo' el poeta, marido de Mary Shelley, recrea imaginariamente el diálogo que mantuvo con su coetáneo, con quien mantenía una estrecha amistad.
Poesía, juventud y amistad es una terna que no deja de repicar a lo largo del tiempo. Prue Shaw, en la admirable introducción de este Julián y Máddalo, menciona a Dante y Cavalcanti como antecedentes de la amistad que se profesaron –no sin tensiones– Shelley y Byron, los poetas románticos cuya conversación real está en el origen de este poema.
Quizá un ejemplo más cercano sería el de Wordsworth y Coleridge. El movimiento romántico nació bajo el signo de la amistad y todos sus integrantes —a excepción del raro William Blake— estuvieron unidos por el afecto y la admiración en algún momento de sus vidas. Son muchos los poemas en los que Wordsworth y Coleridge debaten públicamente las ideas y certezas que antes han compartido de viva voz. Pero nunca llegan al extremo de Shelley en estos versos, que es recrear imaginariamente el diálogo mismo.
Shelley escribe un primer borrador del poema a finales de octubre de 1818. Tiene 26 años y dos fuerzas contrapuestas operan en la escritura: el duelo por la muerte reciente de su hija Clara y el entusiasmo que brota de su reencuentro con Byron en Venecia a mediados de agosto. Es la primera ocasión que tienen de verse desde el célebre verano de 1816 en Ginebra, y ambos muestran su mejor rostro a pesar de ciertas tensiones familiares (el motivo del viaje era visitar a Allegra, la hija no deseada que Byron tuvo con Claire Clairmont, hermanastra de Mary Shelley).
La cita —relatada fielmente en el arranque del poema— se salda con éxito: el autor de Manfred, feliz de hallarse con un espíritu afín, conduce a Shelley en góndola hasta el Lido, donde tiene preparados caballos para su habitual paseo vespertino. La charla da paso muy pronto a la confidencia y Shelley no vuelve a sus aposentos hasta las cinco de la madrugada.
Los paseos a caballo se hacen frecuentes durante esas semanas de verano y Shelley obtiene un acceso irrepetible a la intimidad de Byron. El poema dramatiza con gracia sus diferencias de temperamento: si Julián es un remedo del impío, idealista y algo ingenuo Shelley, según se explica con suave ironía en el prefacio, Máddalo —trasunto de Byron— es un noble veneciano […] del más consumado genio", cuya "flaqueza es el orgullo” y también "una intensa aprensión por la inanidad de la vida humana".
La charla da paso muy pronto a la confidencia y Shelley no vuelve a sus aposentos hasta las cinco de la madrugada
Uno cree en el progreso humano y la perfectibilidad del alma; el otro, profundamente escéptico, rebaja una y otra vez las pretensiones idealizadoras de su interlocutor. La forma elegida por Shelley —el heroic couplet, pareados de cinco acentos por verso— no es la más eficaz para captar las vueltas y revueltas de la charla, pero el poeta le da fluidez gracias a su buen oído y un uso feliz del encabalgamiento. (Luis Castellví, autor de esta modélica versión española, convierte hábilmente los pareados heroicos en endecasílabos blancos, lo que implica condensar el texto a la vez que añade versos a los 617 del original.)
Esta "conversación" tiene al menos dos protagonistas más: uno es Venecia, pintada con maestría; el otro es la figura del "demente", contrapunto desquiciado del idealismo de Julián y aviso para navegantes del océano romántico. El monólogo entrecortado del demente –inspirado en la figura de Tasso, y al que los dos amigos visitan en su celda– es el reverso de la lógica ilustrada que articula el diálogo de Julián y Máddalo, y Shelley parece verter en él ciertos miedos íntimos.
El resultado, que tanto influyó en Browning, es el primero de sus logros de madurez y un ejemplo de lucidez autocrítica que corrige el maniqueísmo de Prometeo liberado, escrito ese mismo verano. Es también uno de los retratos más vívidos que nos han llegado de Byron.