Opinión

Gerardo, manual de espumas

Los Alucinados

30 enero, 2000 01:00

El autor de Manual de espumas era un andaluz de Santander, un jándalo, como les dicen a los cántabros, de vocación sureña, palabra con la que él se definió bellamente

En su casa de Covarrubias 9 tenía un piano de hacer sonetos y un mantón de Manila. Por las mañanas daba clases de francés o de literatura, no sé, a las bellas diablas del "Beatriz Galindo" (separación de sexos franquista en el bachillerato), y por las tardes cogía el Metro en Alonso Martínez, toda su vida, para bajar hasta Colón, desde cuya plaza se daba un paseo un poco torero hasta el Gran Café de Gijón, donde presidía una tertulia de poetas asistido por José García Nieto, su predilecto. Y he escrito "paseo torero" porque el autor de Manual de espumas era un andaluz de Santander, un jándalo, como les dicen a los cántabros de vocación sureña, palabra con la que él se definió bellamente y tituló un libro. Gerardo Diego tenía un pisar estrecho y rápido de banderillero, y se tocaba con un sombrero de ala caída por un lado, que le iba muy bien y muy a lo Romero de Torres. Pero luego era un señor muy soso.

En Manual de espumas, uno de sus primeros libros, bullen ya todos los hallazgos vanguardistas y experimentalistas de un optimismo creador. Luego está el Gerardo de Soria, Alondra de verdad, los libros graves, clásicos, místicos, perfectos. Porque Gerardo no necesitaba inventarse heterónimos, como Pessoa o Machado. él era y es naturalmente doble, clónico, clásico y moderno. En el café se sentaba en una silla, frente al ventanal, evitando el diván presidencial, y sus ojos claros y puros miraban la luz de la tarde, el sol que se barroquiza en la Biblioteca Nacional. Era la musa del septentrión, melancolía, que tornaba a su mirada de místico y de angélico.
Gerardo es el gran antólogo del 27, con anticipaciones afortunadas, como el desvelamiento de Dámaso Alonso. Su otro Manual de espumas es su duradera antología. Nuevo Amós de Escalante, se presenta al premio Nacional de Poesía, años 20, con Menéndez Pidal, Machado y Miró en el jurado, cinco mil pesetas. Se las dieron a Alberti por Marinero en tierra, que entonces se llamaba Mar y Tierra. Alberti habla mal de Gerardo, que le parece un señor raro, hermético, antipático, "con cara de pobre" (imagen ésta que luego le han robado otros y que es certísima). Gerardo queda finalista de Alberti y César González-Ruano queda finalista de Gerardo. Hay que reconocer que, por aquellos años 20, a los premios se presentaba gente seria.

Diez años seguidos tomando café con él en el Gijón. Silencio parpadeante, hasta que se presentaba el improvisado con un libro:

-¿Don Gerardo de Diego?
-No. Yo soy Gerardo Diego. Ni don ni de.
-Perdón. Soy Severo Ochoa.

Y ya con el Nobel. Gerardo pegó un salto en la silla. Se fueron aparte y vi que le firmaba el libro al científico. Charlaron un rato. El libro de Gerardo era para Carmen, la esposa de Ochoa, que sí leía versos. Murió pronto. Pero no es verdad que Gerardo no hablase en la tertulia. Lo que pasa es que la gente no escucha.
A mí me explicó todo lo que no se sabe de Lope de Vega. En el 27 había dos lopistas: Lorca y Gerardo. Luego puse en castellano actual un libro de Lope que iba a prologar y estudiar GD. Mil pesetas que el Banco esponsor no me quería pagar, pero no eran amarracos los Fierro, sino un trepilla bancario, escritor frustrado, que ya ha muerto, en accidente.

-Tu trabajo está muy bien hecho, Umbral. Es el trabajo de una persona que conoce a los clásicos y ama el castellano de hoy.

Prefiero su poesía creacionista. En lo otro es perfecto, pero no tiene la tristeza vagabunda de Machado, la emoción exiliada del nazarí. En cuanto a su poesía religiosa, uno piensa que la poesía religiosa ha de ser conflictiva, dramática, como lo es el tema en Unamuno o Blas de Otero. De otro modo, se queda en pietista. Era el modo de Gerardo. Esto lo dije en una conferencia, delante de él. No sé si le molestó. Fuimos juntos a enterrar a Ruano, en un taxi, en el 65. Tarde cárdena en que nos perdimos. Un hijo suyo me atendió una vez muy amable, en la Clínica Puerta de Hierro, entre bombas de oxígeno y tauromaquias de Barjola. "Doctor de Diego". Había vuelto el "de" odiado por Gerardo, pues que acumulaba tres des en su apellido. Pero ese oído fino para el idioma no lo tienen los médicos. Y una de más cuando le añadía el "De la Real Academia". Toda la vida luchó contra eso. Se pasa uno la vida luchando contra bobadas. Clásico o creacionista, siempre leo a Gerardo con placer y aprendizaje.

También le dije que sus primeros versos estaban llenos de greguerías. Todo lo aceptaba humildemente. En Valladolid dio un concierto doble, piano y poesía, en el Casino. En Madrid fuimos bastante amigos. Tomaba un café solo y seco y negro, mojando el azucarillo en aquel petróleo, como Unamuno. Me explicó el fenómeno de la capilaridad. Ni idea.

-Soy el olvidado del 27, Umbral. A mí no se me estudia ni se me valora como a Alberti, por ejemplo, Umbral.
Tenía detrás el "Huevo de águila. A Franco nombro". Y aquello de Neruda: "Los dámasos, los gerardos, los hijos de perra". Me parece que ya he contado aquí el frío encuentro con Alberti, después del exilio. Frío por parte del gaditano. Versos al Cordobés y a los ángeles de Compostela. Un gran poeta de la derecha. "Inconsútil, siemprevirgen agua". Me fascinó un domingo, en ABC, con este endecasílabo. Tenía de Mallarmé y tenía de los místicos, más la gracia de Lope. Las diablas de clase bien del "Beatriz Galindo", barrio de Salamanca, le llamaban Cendoya (su segundo apellido).

-Quietas, coño- decía la vigilanta-, que ahí viene Cendoya. ¡Y cojo!

Una temporada había cojeado un poco. Estuvo cerca de Garcilaso, pero a García Nieto le negó un voto en algo por dárselo a un Luca de Tena (publicaba en ABC, ya se ha dicho). En el piano tocaba Debussy, que había sido la vanguardia de su juventud. No era ni más ni menos burgués que los que se fueron. En el café, al camarero le dejaba muy poca propina, dos reales.