Opinión

Miguel Hernández, agricultura viva

Los Alucinados

12 marzo, 2000 01:00

Miguel Hernández, hortelano de Orihuela, ya no está de moda, porque fue un hombre bueno y comunista, que cantó la sencillez del mundo

Si César Vallejo fue el huérfano de todas las generaciones, Miguel Hernández es el huérfano del 27, adonde llega tarde, aunque es muy querido por todos ellos y por los posteriores: Leopoldo Panero le encuentra "cara de patata". Salía de paseo por la Universitaria, con Aleixandre y los demás, y de pronto se subía a un árbol y se quedaba allí toda la noche, mordiendo luna y recitando Lope.

Miguel Hernández, hortelano de Orihuela, hoy ya no está de moda, como Vallejo, porque fue un hombre bueno y comunista que cantó la sencillez del mundo y denunció sin odio a los fascistas. Hoy se lleva el maldito o el decadente. Un Gabriel y Galán a nivel de genialidad, como MH, ofrece poco tema a los eruditos. Trabajaba la huerta oriolana y, enseñado en el barroco por los jesuitas, hacía sonetos a las mozas: "Me tiraste un limón y tan amargo..."

Conocí en el viejo café de los 60 a un escultor loco que había inventado la "mortencia" (influencias de un Sartre mal leído) y que tuvo a Miguel en su casa/taller de Madrid, subido todo el día a un árbol con libros y manzanas. A los rascacielos los llamó "rascaleches". Quería volverse a su pueblo, como Lorca, y adonde volvían era a la muerte, que siempre espera en casa, como una buena dueña. Curiosamente, la única biografía válida de MH la ha escrito un hombre del otro lado, Guerrero Zamora, lo que nos explica la indiferencia que Hernández, a partir de los 60, ha difundido entre los suyos.

Siendo un poeta completo, es un poeta sin demonio. Ya Sócrates vivió mucho de su demonio del mediodía, y luego Goethe, y tantos que no hablaron de él, porque era de media noche, pero MH ni eso. Así como Vallejo tiene su grito surrealista, Trilce, MH tiene Perito en lunas. Es el paso obligado por el surrealismo cuando el surrealismo era una Iglesia, una religión y un Papa, André Breton.

Su libro más famoso, El rayo que no cesa, es la perfección absoluta, entre Garcilaso, Quevedo y los jesuitas, ya digo, en cuanto mensaje de amor a la mujer y al mundo, pero luego vendría la guerra, el dolor, el joven soldado comunista que escribe a su hijo las Nanas de la cebolla. Josefina Vilaseca, su mujer, yo no sé si acaba de entenderlo.

"Bajo a tus pies un ramo derretido de dulce miel pataleada y sola, un despreciado corazón caído, en forma de ala y en figura de ola". Todos los adolescentes de los cincuenta éramos ese ramo derretido. Ni Hijos de la ira ni hostias. El amor pega fuerte a esa edad y MH estaba barato en Austral, Librería de viejo Domingo, de Valladolid. Domingo, gran librero y escritor frustrado (Bariego lo recuerda), murió de un cáncer que le mordía el hígado joven, cuando todavía era perito en lunas, por rojazo, seguramente por rojazo.

Me gusta que en este libro vayan consecutivos Vallejo y Hernández, porque son, ya digo, los dos grandes hospicianos de la poesía, entre generaciones monstruo: el gongorismo, el surrealismo, el 27, el neoclasicismo, el 36, el garcilasismo oficial, etc.

"Perro sembrado de jazmín bailable".

Miguel era maestro de la rima y millonario de la metáfora.

"Un carnívoro cuchillo
de ala dulce y homicida,
sostiene un vuelo y un brillo
alrededor de mi vida".

Titulé una novela mía "Un carnívoro cuchillo", y gracias a eso se vendió bien. El carnívoro cuchillo del castigo sostuvo su vuelo y su brillo en torno a Miguel Hernández, con chispa de hospital y tuberculosis, hasta la muerte en un pulmón de acero. Es el otro Lorca, la otra víctima fría de Franco, el otro genio segmentado crudamente, ya en la posguerra, por el sistema.

"A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de
muchas cosas,]
compañero del alma,
compañero".]

Neruda los amó a todos como el padre terrible que venía de otra revolución más grande, la rusa. Miguel pregunta por Ramón Sijé, su amigo, el otro poeta del pueblo, que se le murió como del rayo.

"Por una senda van los hortelanos,
que es la hora sagrada del regreso.
y van dejando por el aire impreso
un olor de herramientas y de manos"

Ahí está la presencia de Neruda, ahí, en ese aire impreso, en ese olor de herramientas y de manos. De ahí nace nada menos que la incorporación de lo prosaico al endecasílabo, sin lo cual no hay poesía del pueblo ni pueblo para la poesía.

Neruda les enseñó a todos, y primordialmente a Miguel, su querida patata, a hacer la gran poesía barroca española del XVI/XVII con los elementos del trabajo, con las herramientas del vivir, con el sudor y el esfuerzo. MH, por campesino, es quien mejor se entera de lo que quiere Neruda, pero no renuncia a la voluta gótica que le dieran los jesuitas, como niño pobre del pueblo. En la posguerra, un poeta católico, Rafael Morales, de Talavera, gana el premio Adonais con sus Poemas del toro, un libro hernandiano perfecto de forma, pero carente de los contenidos humanos e históricos del oriolano. Inolvidable el libro de Morales, pero también como ejemplo de cómo versear más sublime, si no pega duro en la vida o en el hombre, se queda en la fina caligrafía. A Rafael lo admiro a distancia, en su erguida vejez, pero ya él sabe que ganó la guerra y, por tanto, perdió la vida.