Image: Los Adonais

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Opinión

Los Adonais

Los Alucinados

19 julio, 2000 02:00

Ilustración de Grau santos

La colección Adonais, nada falangista ni nada de eso, propició inopinadamente la nueva poesía española. Por la abundancia de nombres se diría que íbamos a asistir a otra generación del 27

Después de sus primeros hallazgos, el premio Adonais de poesía tiene un herborizar feliz en los cincuenta con los nombres de Claudio Rodríguez, José ángel Valente, Francisco Brines, Carlos Sahagún, etc. Esta floración no es sólo un síntoma botánico, casual, sino la prueba evidente de que hay una generación nueva en la vida española, unos chicos que ya tienen idioma, viajes, y que han leído a sus clásicos, que casi todos son románticos.

Claudio Rodríguez supone eso tan importante que es siempre en la poesía una voz nueva, distinta, renovada. Todo está dicho en el mundo, todo está escrito en la escritura, y sólo la voz inédita tiene la virtud de renovar las cosas, transformar el lenguaje y volvernos cósmicos. Claudio Rodríguez fue el gran hallazgo del medio siglo. José ángel Valente inaugura en España una poesía culta pensante, intelectual, pero muy penetrante por vía cordial, y es poeta aparte que ha seguido enriqueciendo sus versos con experiencias y hallazgos intelectuales, que inmediatamente se tornan poéticos.

Francisco Brines es un poeta valenciano de voz sencilla y verdadera, de tono claro y milagroso, de aciertos breves y significativos, que ha discurrido siempre por sendas apartadas, haciendo su obra como una incesante quietud.

A Carlos Sahagún lo traté mucho una temporada, en los sesenta. Su poesía era sencilla, de una belleza sin truco, de una originalidad sin alarde, de una pureza sin exigencia. Era profesor de algo. Se casó y se fue. Estuvo de profesor en Segovia, con el original poeta Vicente Gaos, de la familia de los Gaos, y luego fue trasladado a Barcelona, ya casado y distante. En Barcelona me pidió una vez que escribiera contra el catalán y su omnipotencia.

-Es una cosa que sufrimos mucho los profesores no catalanes que estamos aquí.

-¿Y por qué no lo escribes tú, que eres también escritor?

-Tu columna tiene mucha fuerza.

-Nunca me habías hecho tan gran elogio.

-Ya no soy poeta, ya no escribo.

Y era cierto, no volvió a escribir. Jamás hice esa columna anticatalana que me pedía, naturalmente. Hace pocos años me lo encontré en un curso de verano. Estuvo muy cordial a la entrada de mi conferencia, que era sobre José Hierro y Claudio Rodríguez, muy admirado de Carlos. A la salida desaparecieron sin saludarme. Quizá no le gustó algo de lo que dije. Siempre me ha parecido un hombre entre tímido y huidizo, generalmente enfadado con el mundo. Los demás también estamos enfadados, pero disimulamos más. Creo que Sahagún fue la última revelación de aquel grupo.

Antes y después ha habido importantes Adonais, pero hoy rigen otros premios que parecen más acordes con la "ultramodernidad", que diría el profesor Marina. En los años cincuenta el maestro Eugenio d´Ors llegó a decir de dos cosas muy iguales:

-Se parecen como un Adonais a otro Adonais. Era la falta de perspectiva. Hoy leemos a Claudio y no tiene nada que ver con Valente. El llamado aire generacional es muchas veces la consecuencia de una observación superficial y distante de la realidad. Los clónicos, de cerca, no se parecen nada. Y no porque cambien ellos, sino porque cambia nuestra mirada de uno a otro. Yo no puedo hacer dos lecturas iguales de Claudio Rodríguez. En cada lectura me sale un poeta distinto.

Y pongo el ejemplo de Claudio porque es, sin duda, el nombre que más se ha estudiado en todos estos años, robándonos en la evidencia de que no hay cosas nuevas ni mundos nuevos, sino voces nuevas que surgen cuando quieren. Esta personalidad insistente de CR se intensifica por el hecho de que cada uno de sus poemas se parece al anterior, y cada uno de sus libros también. Aquí está el peligro de la voz muy personal: el poeta puede llegar a encontrarse preso de un estilo, de una manera, hasta caer en la maniera. Es lo que le pasó al lejano Azorín, que llegó a ser una prosa que hablaba por sí misma, pero al hombre no le oíamos nunca ni sabíamos lo que tenía que decir.

Cualquier artista puede ser vampirizado por su estilo, si éste es demasiado intenso y extenso, y la última consecuencia de esto es el mutismo, la mudez total del creador, que ya no dice ni hace nada, sino que la formidable y poderosa máquina del estilo actúa o habla por él. Rafael Alberti pasó muchos años tardíos viviendo de imitarse a sí mismo.

CR no llegaría nunca a eso, porque desgraciadamente desapareció joven, pero sin duda ese era su camino, a juzgar por la cortedad y como reiteración de su bellísima obra. La lucha contra el propio estilo es ya un tema que se sale de esta glosa.

Como hemos dicho al principio, una generación nueva había apuntado en España, y su milagro fue la poesía, que siempre vehicula con más presteza la imaginación joven. Aquellos chicos, además, ya no escribían de la guerra, y todavía estaba muy lejos la generación de Gimferrer. La colección Adonais, nada falangista ni nada de eso, propició inopinadamente la nueva poesía española. Por la abundancia de nombres se diría que íbamos a asistir a otra generación como el 27, pero se quedaron en media docena, que ya está bien, y más para un tiempo de silencio como el que estábamos viviendo. Quedó claro que la poesía iba a poder más que los dictadores, como siempre, y que aquellos chicos nada amenazantes eran ya los hijos de otra España. En ellos la cantidad era tan importante como la calidad. No es tan fácil asesinar al poeta. Franco sólo acertó con uno.