Opinión

Eduardo Mendicutti

Los columnistas

31 enero, 2001 01:00

La personalidad de Mendicutti atrae al lector de periódico como pecado venial de la cultura que se despacha en cinco minutos

En la tribu de los columnistas podemos diferenciar a los irónicos y a los graves. El hombre absolutamente grave no es en puridad un columnista, sino quizá un analista político o un editorialista que firma. Y es que lo que caracteriza al columnista es una visión sesgada de la realidad, una mirada irónica sobre la actualidad, un humor penetrante que suele ir más allá de todos los análisis rigurosos. En esta congregación de analistas o glosadores desde el humor herborizamos aún otra especie más íntima, que es la del humorista puro que escribe con intención de risa casi siempre, pero nunca sin intención. Es decir, Eduardo Mendicutti.

Mendicutti ha usado y abusado de la Susi para la sátira política y social, como un desdoblamiento de la personalidad, pero ahora nos está demostrando en sus columnas que no necesita petrefactos ni dobles para escribir gracioso, divertido, ligero, en humorista joven y actual. La Susi estaba a punto de devorarle como a Antonio Machado y Fernando Pessoa estuvieron a punto de devorarles sus otras personalidades muñidas literariamente. Mendicutti lo ha dejado a tiempo o ha guardado a la Susi en el armario para más adelante, y ahora está haciendo un articulismo de crítica social que parte de la fórmula más consagrada, es decir, de la anécdota mínima a la categoría negativa máxima. Sabiéndolo o sin saberlo, todos estamos tocando en el aristón de don Eugenio d’Ors: elevar la anécdota a categoría. La fórmula es ya de todos, sí, pero muy pocos aciertan a ponerla en práctica con fortuna, o ni siquiera lo intentan. Pero se trata, poniéndonos cultos, de igual mecanismo al que responde el humor de Voltaire. Mendicutti es un chico siempre juvenil, de buen humor, simpático y un poco desplanchado, por cuanto no cuida innecesariamente una imagen, sino que va por la vida con su aspecto accesible de opositor tardío.

A Eduardo lo conocí en el periódico (segunda generación de columnistas) y empecé a leerlo con natural curiosidad. Con la Susi o sin la Susi, Mendicutti era y es un humorista nuevo, clásico, que cuida la escritura y sabe meter en una columna los temas de actualidad, la anécdota que está en la atmósfera, la observación peculiar y la palabra crítica que va a hacer daño a quien tiene que hacérselo.

Pero más adelante empezaron a salir sus libros, sus novelas, y he aquí que Eduardo Mendicutti resulta ser un muy completo novelista que construye bien sus historias, organiza el disparate, armoniza las varias velocidades de su prosa y nos recuerda un poco a Jardiel Poncela, aunque su gracia sea mucho más fina, culta, elaborada y al día que la de Jardiel. Pero uno diría que Mendicutti, en los buhardillones últimos de su adolescencia literaria leyó a Jardiel y algo le ha quedado por encima o por debajo de sus plurales lecturas posteriores, pues también es muy de notar un cultismo sin culturalismo que asoma y sonríe en cada página, dando espesor a estas novelas en las que siempre se juega heroicamente a la banalidad, pero nunca en vano. Mendicutti es un escritor fácil que no necesita preparar el chiste y un glo- sador fino que adecenta cualquier tema.

Hay que preguntarse, ante un caso como éste, por el porvenir del humorista absoluto, que a Jardiel le salió mal y a Camba también. Quiero decir que en España nada de humor, que nuestro adusto lector no se gasta el dinero para que le vendan chistes y que el público prefiere folletines tremendones donde todo sea de mucho sufrir. La novela irónica es una cosa francesa e inglesa que en España no hemos entendido bien, pues nuestra mala educación de lectores nos lleva a tomar un libro como algo trascendental, como si siempre fuera la Biblia, y aquí no se toleran falsificaciones ni frivolidades, que para eso están Galdós o Unamuno, para que le duela a uno España.

Y digo todo esto porque la personalidad de Mendicutti sí atrae al lector de periódico como pecado venial de la cultura que se despacha en cinco minutos. Como hemos dicho al principio, el columnismo tiene muchos lectores que siguen al columnista en clave de humor más o menos acentuada, pero cuando toman una novela y las zapatillas, en su casa, exigen algo de sustancia. Para ser verdaderamente cultos nos falta esa ironía y ligereza de la cultura que tienen los franceses, siempre más propicios al vodevil que a la Comedia Francesa.

Este columnista es un raro ejemplar que se lee mucho y se comenta poco, quizá porque nunca dice cosas atroces o las dice sin atrocidad. No tiene la popularidad de otros o la popularidad de su intimísima Susi, a la que acabará volviendo. Los temas de Mendicutti son mayormente sociológicos, políticos, juveniles, siempre en una línea de modernidad e información a la última. Es un humorista de ahora mismo, pero con lozanía suficiente como para que se le pueda leer en el siglo pasado, cosa que tampoco es mucho decir cuando sólo llevamos un mes de siglo pasado. Apuremos finalmente ese toque de poe-sía que a veces aplica el columnista y por donde pudiéramos adivinar a un hombre que, burlándose de todo, se emociona secretamente con esa cajita de música de la memoria y la hace sonar en dos líneas de la columna, como un aria que ha entrado por la ventana. Terminaré diciendo que veo en Mendicutti más cantidad de escritor de la que se le ha permitido ejercer hasta ahora, quizá porque él mismo es sencillo y no se toma muy en serio como tal Eduardo. No soy nadie para dar consejos, pero le diría a Mendicutti que no olvide nunca, en su obra, la importancia de llamarse Eduardo.