Poesía

Sophia De Mello Breyner Andresen

Antología Poética

31 enero, 2001 01:00

Ed. bilingöe. Selección y traducción de Carlos Clementson. Huerga & Fierro, 2000. 297 páginas, 1.800 pesetas

Sophia de Mello Breyner Andresen nació en Oporto en 1919, en el seno de una familia aristocrática. Comenzó Filología Clásica en la Universidad de Lisboa, pero interrumpió sus estudios al casarse y dedicarse al cuidado de sus hijos. A pesar de todo, publicó su primer libro, Poesía, en 1944; tres años después veía la luz Día del mar. Desde entonces su prestigio no ha hecho sino crecer, con títulos como Coral (1950), En el tiempo dividido (1954), Mar nuevo (1958), El nombre de las cosas (1977), Islas (1989) y La caracola de Cos (1998).

T raducida por la profesora Pilar Vázquez Cuesta y por los poetas y lusitanistas ángel Crespo y ángel Campos Pámpano, la poesía de Sophia de Mello Breyner Andresen ha ido abriéndose, poco a poco, una vía de acceso y de conocimiento entre los lectores de poesía de nuestro país. Primero, en selecciones que daban un perfil y aportaban una más o menos significativa muestra de su obra; y, luego, en libros, como éste de ahora, que proponen una travesía de la misma, una serie de claves y una ruta a seguir. Clementson ha hecho una antología profunda y rigurosa, en la que no se sabe qué admirar más: si el gusto al elegir los poemas o el cuidado puesto en dar cuenta y razón de todas y cada una de sus distintas partes. El resultado es una visión plena de lo que esta escritura en sí misma es, y no sólo de ella: también del pensamiento poético que la rige. En este sentido hay que celebrar la inclusión de dos textos críticos mayores: el ensayo "Poesía y Revolución", leído el 10 de mayo de 1975 en el I Congreso de Escritores Portugueses, y un fragmento de "Arte Poética II". En el primero se afirma que la poesía "es la más honda implicación del hombre en lo real"; que "El arte de nuestra época es un arte fragmentario como los pedazos de algo que se rompió"; y que hay que superar "el uso burgués de la cultura" que no conduce sino al "fracaso del proyecto de la integridad". Su poética -como la del mejor Juan Ramón- es política: "Quien realmente está empeñado en un país mejor y en una sociedad mejor, lucha por la verdad de la cultura"; en cambio, "aquél que es cómplice de la mediocridad es enemigo de una sociedad mejor, por mucho que pregone grandes principios revolucionarios".

Para De Mello, hay tres principios básicos: la lucha contra la degradación de la palabra, la lucha contra los slogans y la lucha contra la promoción de los mediocres. Según ella, "el poema no habla de una vida ideal sino de una vida concreta" y todo poeta "es artesano de un lenguaje" que le exige lo que da Vinci y Valéry llamaban su obstinado rigor. La poesía de Sophia de Mello ha sido fiel a toda esa serie de principios y ha buscado la memoria lejana "de una patria/eterna sí pero perdida/que no sabemos/dónde si en el pasado o el futuro la perdimos". De ahí esa sensación de pérdida esencial que la lleva inevitablemente al mito y a la historia del nombre y la entronca con la literatura griega clásica y con la tradición occidental, de la que es una de sus máximos representantes.

Filóloga clásica de formación, conoce bien la solidez del dístico, que usa con acierto y que amplía a series de tres y de dos. El orfismo resuena en esta obra donde florecen las olas ordenadas que intentan construir un mundo puro de lúcida unidad. Metapoesía y culturalismo confluyen y se aúnan en monólogos dramáticos como la "Meditación del Duque de Gandía sobre la muerte de Isabel de Portugal". Pero donde la poesía de De Mello más se afirma es en los poemas breves de estirpe metafísica o en los de compromiso ético o denuncia social. El titulado "Lusitania" es un ejemplo de ello. "Patria", "Fecha" y "Exilio" participan también de ese clima, aunque el sentimiento dominante en ellos es el de la confusa historicidad.
Como lírica parecen superiores -y creo que merecen figurar entre lo mejor de esta autora- la serie de poemas inspirados en la estatuaria griega: "Friso Arcaico", "El auriga" o "Antinoos", que guardan relación con su estudio El desnudo en la Antigöedad Clásica y que, muy en la línea de Rilke, al que a veces superan, aportan una percepción muy poco frecuente. A veces se adivina la sombra de Horacio; otras, se utiliza poéticamente un número griego como el dual. En otros se ve un implícito Hülderlin ("Donde todo es divino como conviene a lo real"), un intertexto de Pessoa, o una paráfrasis explícita de la Odisea. La poesía de Sophia de Mello tiene cierto parentesco con la de Seferis: en ella, como en la de éste, vivimos la tiniebla interior que nos habita y nos duele la luz como un jardín perdido. El poema aquí es la libertad: lo hacemos como si los dioses nos lo diesen. La versión de Clementson es -en cuestiones de ritmo y transcripciones de nombre- mejorable. Lo que no lo es es su selección, que permite entender el significado de una obra que está entre las mejores de todo el siglo XX.