Image: Blanco en lo blanco

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Opinión

Blanco en lo blanco

Por el camino de Umbral

10 octubre, 2001 02:00

Lo blanco, llama blanquísima, enciende los jardines de septiembre y refresca mis ojos con su zarpa de tigre numeroso y encendido. Salen a veces días blancos como sale una virgen de su lago

Septiembre, Viernes, 28

Lo blanco. Lo blanco, tigre purísimo, ha saltado a mis ojos. Las cosas tienen orla de blancura y voy ciego de luz hacia más luz. Lo blanco es siempre una revelación que nos revela a nosotros mismos, una página en blanco de la vida que interrumpe el color mazorral de la escritura. Lo blanco fue el color de Juan Ramón hasta que le raptara el amarillo. Lo blanco es anterior a los colores como la nada es anterior a ti.

Lo blanco, llama blanquísima, enciende los jardines de septiembre y refresca mis ojos con su zarpa de tigre numeroso y encendido. Salen a veces días blancos como sale una virgen de su lago. A qué tanta blancura en esta hora en que la sombra pesa como un mundo. Con los ojos cerrados a lo blanco descubro mis blancuras interiores. Es un incendio pálido y violento que me quema por dentro y me desnuda.

Las flores del almendro y del ciruelo han puesto su blancura en esta hora. Hay una primavera trastocada, hay una destrucción entre lo blanco. Es la blancura una posteridad en la que habito lento y sorprendido, es la blancura infierno de los ángeles con su color de flor y eucaristía. Los poetas de lo blanco ya murieron enterrados en nichos de blancura. Hay una prosa de color marengo que ha torcido la luz del 27.

Busco libros con páginas en blanco y soy el Mallarmé de la negrura. Las calles van nevadas de sol blanco y me tapo los ojos con espanto. Me duele este dolor en la cabeza como duele tu voz cuando no suena. Escribieron en blanco algunos hombres, escribió William Blake sobre los ángeles. Alberti vio lo blanco en arboleda y hay páginas en blanco en José Hierro. Ah del poeta que escribiendo en vano no acierta con la página blanquísima en que decirlo todo sin un verso y abrasar al lector con su blancura.

Claudio Rodríguez, cernedero claro, dejó un trigo muy blanco entre su verso, y otros que no recuerdo fueron fieles al sacramento lírico del blanco. Hoy me ha asaltado un tigre, ser purísimo, al mirar hacia el sol, sol sobre blanco. Con los ojos heridos de blancura me recojo en un libro no mirado y comprendo la fiesta de este día: es mi muerte y sudario, es mi página en blanco, es el ángel que soy, tan desalado.

Septiembre. Sábado, 29

Espasa Calpe publica las memorias, o mejor diarios de Josep Pla. No es sólo una recuperación del gran prosista catalán sino una contribución más al retorno de los géneros de la memoria, que en España siempre han sido mucho más infrecuentes que en Francia, por ejemplo. Aquí se ha considerado que las memorias son un género senil que sólo sirve para decirles una palabra más alta que otra a los enemigos literarios cuando ya están muertos. Sólo Baroja y César González-Ruano, ambos muy afrancesados, se atrevieron a escribir diarios y memorias, poniendo su vida a este género que aquí no tenía porvenir.

Hoy, ante la decadencia de la novela convencional y el barullo de la novela nueva, algunos empiezan a encontrar la salvación en libros como los de Pla y otros autores que hemos citado. Cela, García-Posada, Caballero Bonald, etc. publican unas hermosas memorias no vergonzantes, porque el memorialismo supone la más profunda lectura del yo.

En puridad, Pla ni siquiera fue un memorialista sino un dietarista. Escribió siempre al día y sobre el día, o bien lo que iba recordando en su calendario sin fecha. Esto ya es rizar el rizo del memorialismo, porque los recuerdos y autobiografías siempre tienen algo de novela, y en realidad lo son, pero el ejercicio diario de malabarismo literal y literario tiene, entre otros muchos peligros, el de no decir absolutamente nada o decir todos los días lo mismo. Pla, sin preocuparse por nada de esto, escribió todos los días de su vida en catalán, castellano y francés. Y partía siempre del día de hoy para remontarse a los griegos y Montaigne con toda naturalidad, o para quedarse en esa actualidad pequeña de lo que ahora mismo pasa en la calle.

El proyecto literario de Pla es muy sencillo: sólo se propone ver y escribir, escribir de lo que está viendo. Esta literatura pegada al terreno tiene una lozanía y un airón de inmediatez. Pla no envejece porque nunca va más allá, y cuando va en seguida está de vuelta. Se da un paseo por sus clásicos y vuelve. Su prosa sabe a lluvia en la masía, a café de Barcelona, a paella en la playa, y tiene un relente de Mediterráneo que no se sabe si hace universal o local todo lo que dice. él le encontró el punto al diario íntimo, que naturalmente era público, pues escribía mucho de los demás y tenía cierta gracia para hablar mal de sí mismo sin hacerse tampoco el maldito.

Los libros de Pla son singulares en la literatura peninsular porque, mientras los géneros se agotan, aquel labriego ilustrado y de camisa abrochada hasta arriba, se mantenía joven, como un fauno con boina, cercano siempre a los penetrales del día y el color periodístico de los manaderos de la vida.