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Opinión

Mönchen

Por el camino de Umbral

7 noviembre, 2001 01:00

A veces los asturianos salen andariegos, y te encuentras un asturiano en cualquier parte del mundo explicando a Heidegger en alemán o cuidando vacas en el verde Baviera de los campos

Octubre. Viernes, 27

Munich es una ciudad extendida, desplegada, pasear por ella es como pasear por su mapa abierto y ancho. Y Munich, efectivamente, tiene una coloración de mapa, el rojo de los teatros y las grandes óperas, el amarillo de los parques y el gris plata de las interminables calles. Paseaba yo por la Leopoldestrassen, dibujando cosas con la nieve de la noche anterior y dejando réplicas de mi nariz en la temperatura bajo cero. Pasaban muchos coches y muchas bicicletas. Los taxis de Munich suelen ser Mercedes. De pronto, entre las bicicletas hubo una que se acercó a la acera, deteniéndose ante mí. Luz. Aquella ciclista del pasamontañas y los ojos grandes era la asturiana Luz, la madrileña Luz, y de pronto recordé que Luz estudiaba siempre idiomas, todos los idiomas, y sin duda el alemán la había remansado en la bella y enlagunada ciudad de Munich.

-¿Qué haces tú aquí?
-¿Y tú?
Su presencia en la ciudad estaba sobradamente justificada por lo de los idiomas. A veces los asturianos salen andariegos, como los gallegos, y te encuentras un asturiano en cualquier parte del mundo explicando a Heidegger en alemán o cuidando vacas en el verde Baviera de los campos. Lo que no tenía tan clara explicación era mi presencia madrugadora en el corazón de Europa, haciendo dibujos en la nieve y dejando la huella de mi nariz en todos los cristales. Ni yo mismo podía explicarlo entonces ni puedo explicarlo ahora. Los alemanes creen que los quiero, pero son el país europeo que más veces me ha solicitado, una enormidad de país lleno de filósofos, poetas, músicos y mujeres románticas, porque el romanticismo no fue sino la primera revolución femenina y esa primera revolución tuvo lugar en Alemania.

He respirado el olor a salchichería caliente que toma la ciudad a mediodía, cuando todo el mundo se toma una salchicha y una cerveza. Alemania es una dulzura de mostaza en la que se puede estar eternamente leyendo a los filósofos, ensayando a los músicos, amando a las mujeres y tomando vinos del Rhin al atardecer con los generales. Luz aparcó la bicicleta y fuimos andando hasta su casa, que estaba cerca, con zapatillas de nieve y un ramaje de interrogaciones en la conversación. Madrid nos había separado para siempre, pero siempre nos quedaría Munich. Reflotamos todas nuestras experiencias juveniles a media mañana, una hora absurda para esas cosas, y Luz seguía siendo una asturiana cálida y ancha que pedía más amor en alemán.

Me costó recordar que yo estaba allí para dar una conferencia por la tarde sobre Federico García Lorca, el poeta que más nos ha hecho viajar a los escritores españoles, y eso que le debemos, entre tantas cosas. Se lo expliqué a Luz, que empezaba ya a entender algo, pues Alemania, país de locos, la había contagiado de sentido común y necesitaba un porqué. "Iré esta tarde con mi novio y te lo presentaré". Los taxistas de Munich, además de gastar Mercedes, lo llevaban alfombrado de pieles y lanas como la alcoba de la Venus de las pieles de Sacher-Masoch. Lo que pasa es que el marco fuerte está demasiado fuerte y sale carísimo disfrutar de ese lujo de alcoba sobre neumáticos. Los muñecos bávaros salen a dar las doce todos los mediodías, porque Alemania es un país que no pierde las tradiciones en su carrera hacia el progreso, la ciencia y la técnica que transvaloran cada día todos los valores para bien de Europa y del mundo.

Por la tarde me llevaron a dar mi conferencia lorquiana en una sala decente y poco poblada. Luz me presentó a su novio explicándole que yo era o había sido un viejo amante español en Madrid, y efectivamente recordé a Luz en la madrileña calle del Factor, metida en la cama de una pensión, sudada de gripe, e invitándome a desnudarme y pasar la gripe con ella. Más que un amante había sido un convaleciente. Estas cosas no se explican en España, pero yo me puse un poco torpe y el novio de Luz, que tenía bigotito y era un alemán moreno, entendía perfectamente el curso de la Historia.

Otra tarde, Luz me llevó a cenar a la famosa cervecería donde Hitler se reunía con sus fieles cuando estaban forjando el III Reich. Era un sitio inmenso y enmaderado donde no había ninguna emoción histórica. La cena fue un pez servido en forma de rana y con una banderita alemana en la cabeza. En Munich había conciertos todos los días, a media tarde, y se anunciaban por las paredes de la ciudad como en otros sitios las películas o los grandes espectáculos. Bach, Wagner y Beethoven vivían realmente en la actualidad de la gente y en la fiebre musical de la ciudad, que necesitaba su exaltación diaria para luego volver más sosegados a casa y acostarse temprano. Los alemanes están hechos de trabajo y música. Otra tarde estuvimos en un teatro que ofrecía una ópera rock llena de desnudos adolescentes. Creo que me fui a Stuttgart sin despedirme de Luz, como acostumbro a hacer. En Stuttgart bebí mucha cerveza con Ferreiro Alemparte, un profesor gallego especializado en Rilke y conocido en Madrid, por tanto, como Rilkeiro. En Stuttgart no había ninguna española, pero yo viajaba, como el poeta del Duino, "de alma en alma".