Image: Picasso

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Opinión

Picasso, el mayor esnob del siglo XX

El mayor esnob del siglo XX fue Pablo Picasso, pues no entendemos esnobismo como frivolidad sino como afán de ir por delante

5 septiembre, 2002 02:00

Pablo Picasso, por Ulises

El mayor esnob del siglo XX, ahora que vemos estas cosas desde el XXI, fue Pablo Picasso, pues no entendemos esnobismo como frivolidad sino como afán de ir por delante, no sólo de epatar sino de epatarse el primero, como el que toma el primer pellizco de cocaína haciéndose la foto de haber llegado antes que nadie al continente nevado de la droga. Picasso se mete en esnobismos cuando ya ha pintado cosas muy sólidas, como las inspiradas en Nonell, y cuando ya ha teorizado geométricamente sobre la pintura, como por ejemplo el cubismo.

El esnobismo de Picasso, pues, le viene a él de los demás. El público es el que le acepta por esnobismo, y le entiende o no le entiende, pero todos saben que Picasso trae algo nuevo, algo geométrico y desgeométrico, y quieren ser los primeros en probar, como hemos dicho, esa cocaína del arte nuevo que marea sin marear pero hace ver los vasos cuadrados y las mujeres con los dos ojos a un lado, es decir, ojos de pescado, que son los que debieran tener todas las mujeres, como hay la que tiene los dos pies a un lado y camina graciosamente cruzando el otro pie para ponerlo al otro lado.

El esnobismo de Picasso no está en esculpir una cabra como de oro, sino en que luego va y ata la pata de la cabra a la pata de oro de la cabra

El esnob tiene el mérito de ser el que llega primero a las cosas. También se traga mucha basura, pues que acepta sin condiciones lo primero que sale al mercado pictórico, literario, arquitectónico o cinematográfico. Pero el día en que brota la comedia genial o revolucionaria, el Hernani o Rinoceros, el esnob también estaba allí, en primera fila, arriesgándose a aplaudir lo que a lo mejor se hundirá al día siguiente. Al esnob se le han hundido muchos rinocerontes, pero también ha sacado a flote con su adhesión otras manadas de rinocerontes, que son lo que luego se llamó la vanguardia, eso que hoy veneramos como el paleolítico del siglo pasado, que fue un siglo necesario porque no hizo más que nutrirnos de vanguardias, impidiendo así que nos muriésemos de aburrimiento galdosiano y paisajístico, y logrando que llegásemos a este siglo XXI desde donde se mira a Picasso y a Braque, a John Cage y Groucho Marx como unos griegos, los verdaderos griegos de corbata, tan cercanos a nosotros.

El esnobismo de Picasso, como digo, no es algo que él proyecta sobre la multitud y las minorías sino algo que los demás proyectan sobre él. El esnobismo de Picasso no está en esculpir una cabra como de oro, sino en que luego va y ata la pata de la cabra a la pata de oro de la cabra. Hay esnobismo en el arte y en la vida de Picasso, porque el público le pide cada vez más sorpresa y ya sólo le queda sorprender consigo mismo yendo a los toros franceses en calzoncillos y coleccionando guardias civiles de plomo, como los soldaditos, y botellas de anís del Mono.

El esnobismo pictórico de Picasso es más trascendente que todo eso, naturalmente, y está en haber pintado de blanco el arte negro, el haberse ido mucho más allá de los griegos: a las profundidades africanas del ídolo, el fetiche y esa tienda de campaña con lona de circo que es el elefante. Picasso, cuando quiere suena a griego, pero siempre tiene el recuerdo en blanco de sus negros.

Cuando ya el cubismo es un clasicismo, Picasso lo abandona y entra en su período libérrico, que no es azul ni rosa sino blanco y negro, sin trampa ni cartón. Dijo Eugenio d’Ors que el dibujo es la honradez de la pintura. En este sentido, Picasso representa la máxima honradez y lo dibuja todo tan creadoramente que lo está pintando. Pintar una cosa no es reproducirla sino crearla y por lo tanto Picasso pinta cuando dibuja una rosa, una matrona, un caballo o un arlequín. Su esnobismo genial le lleva a traicionarse a sí mismo porque no quiere mirar el mundo sino inventarlo.