Más allá del 11 de septiembre
Luis Rojas Marcos
5 septiembre, 2002 02:00Luis Rojas Marcos, por Gusi Bejer
Lo mejor del libro es la primera parte, en la que Rojas Marcos expone su experiencia del 11-S y de las semanas siguientes al desastre. Su sinceridad es conmovedora, sobre todo cuando narra su miedo
Rojas Marcos ha estructurado este volumen sobre dos bloques de consideraciones. El primero articula su propia experiencia del aciago día. Narra en primera persona las sensaciones más directas de quien era esa jornada presidente del Sistema de Sanidad y Hospitales Públicos de Nueva York y tenía, por tanto, un enorme protagonismo. Estas primeras páginas en las que el autor extiende ante el lector sus recuerdos justifican ya la lectura del libro.
El 11 de septiembre del pasado año Rojas Marcos estaba reunido en su despacho con médicos y ejecutivos y, mientras comentaba la buena marcha de los hospitales públicos neoyorquinos, le avisan de que un avión se acaba de estrellar contra las Torres Gemelas. Deja la reunión en manos de sus colaboradores y se marcha con su chófer al Centro de Control de Emergencias, situado en el piso 23 del número 7 del World Trade Center. Como señala Rojas Marcos, se trataba de un búnker pensado para que más de medio centenar de autoridades pudieran sobrevivir allí durante varios meses sin necesidad de salir al exterior.
Las circunstancias llevan a Rojas Marcos al puesto de mando instalado por los bomberos al pie de las Torres Gemelas. Lo que contempla desde allí es bastante más terrible de lo difundido por televisión. Tiene que avisar al hospital público más cercano, el de Bellevue, para que se preparen ante lo que imagina será una avalancha de heridos. No le funciona el teléfono móvil y le ofrecen una línea fija en el edificio contiguo, el Financial Center. Mientras está llamando se derrumba la primera torre aplastando el puesto de mando que acababa de abandonar. En el Financial Center se quedan a oscuras, sin saber salir, ahogados por el polvo. Un desconocido que se identifica como teniente de policía organiza la salida con una linterna y protagoniza un acto heroico al volver a entrar en el destrozado edificio por si queda alguien herido. En 1 hora y 42 minutos se han hundido las dos torres. Cuando Rojas Marcos llega al Hospital Bellevue percibe que se ha equivocado: no hay heridos, sólo vivos o muertos.
Lo mejor del libro es esta primera parte en la que Rojas Marcos expone su experiencia del 11-S y de las semanas siguientes al desastre. Su sinceridad es conmovedora, sobre todo cuando escribe de sí mismo y narra su angustia o su miedo. Dos veces utiliza el verbo huir para referirse a su retirada, obligada por las circunstancias, hacia el norte de Manhatan. Más adelante, al diseccionar la psicosis que se extiende por todo el país alimentada por la infección pulmonar propagada por bacilos de ántrax enviados por correo, la tensión narrativa se vuelve más académica y cae en un tono narrativo. Sus reproches al papel jugado por los líderes políticos y mediáticos norteamericanos a lo largo de los primeros momentos, incluso semanas, tras el atentado están justificados pero adolecen de una cierta vaguedad, yo diría benevolencia caritativa, que lleva al lector a leer entre líneas.
En segundo bloque de este volumen, Rojas Marcos se detiene en los daños psicológicos causados por sucesos traumáticos como los del 11-S y marca, además, los jalones a seguir para recuperar la salud mental y hacer frente a una nueva vida en la que el mundo personal y colectivo se tiñe de inseguridad e incertidumbre. Por último se refiere Rojas Marcos a la construcción psicológica del miedo al desconocido, al nacionalismo como exclusión y a la venganza como remedio. Junto a ello, el canto a la solidaridad humana, a la esperanza en una vida mejor y al perdón. Y por encima de todo una recomendación: hablar, con quien sea, de los hechos traumáticos es bueno y curativo.