Image: César González-Ruano

Image: César González-Ruano

Opinión

César González-Ruano

20 febrero, 2003 01:00

César González-Ruano, por Ulises

Estaba en su silla de Teide, al subterráneo sol de la mañana, como en un sotabanco de sol, escribiendo con letra rápida y aljamiada, bebiendo un café tras otro y tosiendo, como él decía, "lo reglamentario".

Teide era un pequeño café o sotanillo de escritores y, hacia las nueve o diez de la mañana, unos cuantos escritores jóvenes secundaban a Ruano en su fe literaria. Estaba Meliano Peraile, de Cuenca, estaba Antonio Olano, de La Coruña y estaban otros. Ruano, con sus puños blanquísimos y sus gemelos de oro, era algo así como el buque insignia de aquel raleado escuadrón de escritores. Uno hacía un cuento para "El Español", otro hacía un artículo para la "Estafeta", y hasta había alguno que escribía sonetos a hora tan madruguera, por ir haciendo dedos con el primer sol y por ir calentando la musa lechera o cantinera del día que despertaba dormido. César hablaba poco con aquella gente, se envolvía en sus franelas inglesas, hojeaba el "Abc" y seguía escribiendo. Luego mandaba los artículos en sobres a los periódicos, por el botones del café, que después se hizo hombre y regentó la cafetería California a la entrada de Goya. De paso que hacía de cartero, el botones se acercaba al Casino de Madrid a comprarle cigarrillos egipcios al señorito. En el Casino los liaban exclusivamente para él. Fue el último legitimista de aquel tabaco exótico que olía a un Madrid anterior.

Visto así, fotografiado a aquella hora, Manuel Alcántara le hizo el flash definitivo, le puso el esdrújulo inmortal: "Cesarísimo". Yo estaba entre aquellos jóvenes escritores que habían llegado a Madrid la semana anterior para conocer a Ruano, tocar su alma de franela y corroborar que existía. Cuando le veía más aliviado de trabajo, me sentaba a su mesa y conversábamos. El tema de actualidad era Luis María Anson, joven revelación que se estaba haciendo con el poder del "Abc":
-Anda metido en todo...
-Y no escribe mal -saltaba César, siempre paladín de los jóvenes y viejos o de las jóvenes y viejas revelaciones.

Hacia la una del mediodía se cuajaba otra tertulia al fondo del pequeño café, a más de las adolescentes de Filología que iban allí a intercambiar apuntes y a hablar de chicos, que todavía no se llamaban "tíos". En esta segunda tertulia que digo, Federico Carlos Sáinz de Robles, Mariano Tomás, el marido de la Goya, autor de Chekas de Madrid, un plagio con buen estilo de Agustín de Foxá, Altabella, etc. Altabella siempre andaba mareando la historia de algún periódico provinciano, pues era acreditado erudito, pero apenas escritor. Yo le puse "patache de erudiciones", cosa que le gustó para siempre:
-Ya sé que estoy gordo, pero nunca como un patache.

Entre la una y las dos se formaba la última y tercera tertulia del día. César cerraba su pluma de rosca donde había escudos de oro, metía sus folios entre las páginas del "Abc" y se llevaba el periódico en una mano, sin apenas doblarlo. Salíamos tras él y yo veía ya la tenue chepa que le iba formando la espalda. ¿Y el esnobismo de Ruano, se preguntarán ustedes? "Yo cojo la primera chaqueta y el primer pantalón que salen del armario, y me lo pongo. Al modelo que resulta lo llamo modelo César González-Ruano. No suele ir muy acorde, pero tampoco voy a despertar a Mery por esa pijada. Uno, se ponga lo que se ponga, siempre será un señorito vestido de golfo en esta época de golfos vestidos de señoritos".

Aquí tienen ustedes, en estas cuatro líneas, toda la filosofía esnob del que fue en su época el primer dandy madrileño de España. Otros estrenaban trajes todos los días, pero, como decía César, "el estilo es una cuestión de insistencia". No se trata de variar a diario como un modelo de escaparate. Podría uno llenar un libro entero con la persona y la personalidad de César, pero se nos ha muerto un ruanista ilustre y restringido, Salvador Jiménez, y ambos merecen silencio. Efectivamente, César era un señorito y hasta presumía de marqués. Un día le dijo Alfonso XIII: "Yo no dudo de que tú seas marqués de Cajigal, César. Lo que pasa es que yo no soy rey de España". En el exilio de Roma se habían contagiado uno del otro y hacían las mismas frases. He aquí un esnob plagiado por un rey, como le ocurriera al bello Brummell. Príncipe del esnobismo, volvía a Madrid, dandy y tísico, arropado en el único lujo de su tabaco egipcio.