Image: Aznar

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Opinión

Aznar

6 marzo, 2003 01:00

Aznar, por Ulises

El señor Aznar es coherente en su política con su armario. Explica las cosas claras, con las menos líneas posibles y usando mucho de los números, que ahorran palabras

No tratamos de meter al señor Aznar a la fuerza, a tenazón, en esta millenta de esnobs, ni sabemos si le gustaría o no. Por el contrario, lo traemos a nuestra página como ejemplo máximo de un español no esnob, de un señor corriente, de un político que va siempre muy aseado, pero no se permite licencias ni gárgolas con el nudo de la corbata. El presidente Aznar, en la calle como en el trabajo, es un hombre que prefiere la línea recta no sólo como la distancia más corta entre dos puntos, sino como la distancia más limpia.

Hemos de convenir en que la política es un arte barroco y un político sin barroquismo pierde mucho fisgoneo para las masas y no digamos para la prensa de los detalles pícaros. Como la otra noche, que salía un noble o grande de España o algo, por televisión, haciendo como que se limpiaba los labios con un pañuelo impecable, cuando en realidad se sujetaba la dentadura propicia a marcharse. Aznar lleva los dientes en su sitio y no necesita colocárselos ante la tele, porque es un señor que, entre la limpia sencillez y el barroquismo de anarquistas y aristocratizantes, ha elegido la sencillez, que es más cómoda, presta mejor imagen, y da más votos, y si no que se lo pregunten a él.

Uno, personalmente, debe confesar que prefiere el hombre y la mujer barroquizados con excesos de buen o mal gusto, algo que distraiga la mirada y no nos deje frente a frente con la mirada del otro, de la otra. La gente se pone adornos, pendientes y collares para que miremos toda esa bisutería, evitando la mirada policíaca u obscena, que por la calle todos somos agentes de la CIA o procuramos parecerlo. Uno va más defendido con su corbata vagamente española y una va más defendida con su wonderbra. Los hombres que conservan la corbata gris, el traje azul y el pelo a raya, como Aznar, son tímidos sin imaginación para autodecorarse. Pero ya hemos dicho que esta actitud es cómoda, evita perder los gemelos o preguntarle al mayordomo qué traje me debo poner hoy y qué tal día hace. Lo directo es abrir el armario ropero por la izquierda, cuando no hay peligro de que salga ningún inquilino del armario, y ponerse lo del día anterior, pidiendo un poco de kánfor para los zapatos y fijativos para el pelo. Esto de renunciar a la elegancia o al esnobismo es algo que les duele más a las mujeres que a los hombres. Ellas no saben que como mejor están es con un vestido recto, de escote redondo, hasta las rodillas, dejando que los caprichos de la anatomía femenina marquen lo que haga falta.

El señor Aznar es coherente en su política con su armario. Explica las cosas claras, con las menos líneas posibles y usando mucho de los números, que ahorran palabras. No negaremos que esto es una forma de elegancia muy española y hasta de derechas, pero la encontramos un poco sosa y aburrida a la hora de seducir a una chai diplomática o a un Jefe de Gobierno extranjero, que todo va en aficiones y necesidad de petróleo. Del señor Aznar decían que tenía poca imagen porque no cambiaba mucho de corbata, pero los españoles le dieron diez millones de votos. Toma ya. Nunca se sabe si salir a la plaza de corinto y oro o de tabaco y luto. Yo a Aznar no le cambiaría ni un pelo del bigote, porque él es así y su política le ha ido bien hasta que ha empezado a barroquizarse en los congresos europeos y en sus relaciones peligrosas con el señor Bush, otro que no tiene nada de esnob, o que en todo caso salva la imagen como esnob country, con las manos bamboleantes cerca de los revólveres que no lleva, pero siempre dispuesto a sacar y acertar en el rabito de la boina cuando ve una boina iraquí. La buena amistad que une a estos dos hombres llanos no es ningún pacto debajo de la alfombra, como querría la CIA, y tampoco es un asunto becaria en plan Monica Lewinsky.

El esnobismo político inglés lo marcó para siempre sir Winston Churchill. El estilo político francés lo marcó algún alabardero incógnito que cabalgaba con Josefina. El estilo esnob político español lo marca Godoy con su caballo caedizo, sus patillas de chulo de la Puerta del Sol y su afrancesamiento pegadizo y tardío. Aznar ha decidido no tener estilo porque en Valladolid eso del esnobismo es una mariconada que sólo ejercían un par de cómicos y un sastre que llamábamos la Lirio.