Image: Eduardo Arroyo

Image: Eduardo Arroyo

Opinión

Eduardo Arroyo

8 mayo, 2003 02:00

Eduardo Arroyo: El baile del 14 de julio

Tras muchos años de clausura intelectual y de monacato abstracto, la pintura vuelve a ser narrativa, y el primero en dar la alarma es el esnobísimo Eduardo Arroyo

Hay una tendencia o teoría donde habitan un grupo de pintores y a esto lo llamamos Arte Pop y Narración Figurativa. Eduardo Arroyo, Gordillo, incluso úrculo, marcan los estratos en que se afana cada uno dentro de la misma tarea a la busca del tiempo perdido. Quizá Eduardo Arroyo sea el más brillante de todos ellos y también el más esnob. A lo que tiende este pintor es a reinventar la ilustración neocubista de los años 20, de modo que por fin tenemos un pintor con un propósito y un mensaje, que abandona la abstracción, el minimalismo y todo lo demás para pintar porteros de hotel con chistera de brillo, gatos nocturnos y automóviles de las dos grandes décadas 20/30, que son y serán para siempre la entraña cubista y surrealista del siglo XX.

Por fin, sin que pase nada, un gran esnob escapa de la abstracción como de una nube mental y bochornosa, escapa de la nadería del pop y se entrega a la narración figurativa. Arroyo, con toda su sabiduría, viene de las viejas revistas de la Cuesta de Moyano, nos devuelve al domingo encollarado de nuestras madres y se nutre de un afán de narrar que es saludable para el espectador, como leer una novela de aquella época, y que es saludable para el pintor porque las tendencias antes reseñadas se habían vuelto estériles y viejas por reiteradamente intelectuales.

Basta, se acabó, lo que quiere pintar Arroyo es la portada de la Novela del Sábado. Y en la portada mete toda la novela. Esa novela no es otra que la del siglo XX, y concretamente los "felices 20". La pintura, con Arroyo y otros, renuncia a un intelectualismo de medio siglo y el pintor/pensador, que conoció a Braque, se ha clavado el tenedor del pescado en la pechera de almidón y diplomacia.

El único testigo es el negro de guantes amarillos que detiene automóviles e instala su dentadura en el bodegón blanco de la noche. Blanco es el gato que se eriza en un rincón y circenses son los pantalones del portero. El automóvil azul y miope es el perro cubista tendido a los pies del negro, sumiso a los acontecimientos. Todo tiene el encanto de una película anterior al cine y permite numerar los detalles de esta construcción donde las piezas quedan fuera de sitio, o sea deliciosamente ajustadas, como el puño de los guantes del portero o los faros de pez con que nos mira el perro/automóvil.

Esto que han hecho los pintores se veía venir. Tenía que hacerlo una raza de esnobs. Ya el cine se estaba mimetizando a sí mismo y hasta cayó en aquella aberración deliciosa de ponerle a las películas de los 50 el color doméstico de doña Natalia Kalmus. Era una operación comercial pero era también un golpe de mano contra la actualidad. Esa Edad Media que es el Medio Siglo, vuelve en algunos escritores, en algunas películas y en algunos pintores, como Eduardo Arroyo. A partir de una técnica perfecta y adecuada, se le da el alto a la noche del pensamiento pictórico, abstracto, para que vuelva aquella legión de negros con guantes amarillos, de negros con nariz de blancos, aquella manera de arrancarse el chaleco del smoking cuando va a sonar la hora del crimen. La pintura vuelve a ser narrativa, de acuerdo. ¿Pero qué es lo que tiene que narrar? Ni guerras ni náuseas sartrianas, sino toda la riqueza novelística de los 20, cuando se habían apagado las guerras, como estrellas, y no sospechábamos otras nuevas. Cuando en casa eran o éramos felices porque también papá tenía una chistera de brillo, como si se la hubiera regalado un negro, y unos pantalones de fiesta que por supuesto quedaban fuera de sitio.

El automóvil, ese perro anterior a la moda de los perros, exhibía su lujo de metales y de luces como un lujo de pieles y de orejas. Tras muchos años de clausura intelectual y de monacato abstracto, la pintura, por delante de las otras artes, vuelve a ser narrativa, como en el Renacimiento, y el primero en dar la alarma es el esnobísimo Eduardo Arroyo. El mundo no lo ha movido el arte de pensar sino el arte de narrar. Los negros, sobre los que escribía artículos Jorge Guillén, vuelven a darnos el alto a la puerta de cada hotel, a babor de todo automóvil, para que no pase nadie que no sepa geometría, como quiso el clásico, y geómetras/cubistas son los personajes del novelista Eduardo Arroyo.