Maruja Mallo: 'La Verbena', 1928. Museo Reina Sofía

Maruja Mallo: 'La Verbena', 1928. Museo Reina Sofía

Opinión

Las acumulaciones de Maruja Mallo

Se diría que Maruja Mallo quiere meter en un cuadro todo el Rastro, todas las verbenas y todo aquel madrileñismo entre surrealista y naïf de los años de entreguerras

29 mayo, 2003 02:00

Todavía alcancé a conocer a Maruja Mallo en sus últimos años. Había pintado mujeres como muñecas y el tiempo la había convertido en una muñeca vieja y parpadeante. Llevaba su flequillo rubio completamente postizo y un lazo infantil sobre sus ochenta o noventa años. Maruja Mallo no se maquillaba sino que pintaba una muñeca sobre su propio rostro y así salía a la calle. Iba vestida de niña antigua y todos los personajes de sus cuadros se habían reunido en ella convirtiéndola en la mujer/verbena, como aquellas que pintó por los años 20, cuando Ortega y Gasset decidió patrocinarla y publicó cosas suyas en la Revista de Occidente.

Maruja Mallo parece una hija natural de Ramón Gómez de la Serna y Tórtola Valencia. Parte de la acumulación y concluye en más acumulación. Se diría que quiere meter en un cuadro todo el Rastro, todas las verbenas y todo aquel madrileñismo entre surrealista y naïf que estuvo de actualidad por los años de entreguerras. Las acumulaciones de Maruja Mallo son fecundas en cuanto que partean otras acumulaciones y nunca se sabe si del vientre de un piano va a nacer una niña muerta o un caballito de la verbena en vivo. Todo muy esnob.

Se diría que Maruja Mallo quiere meter en un cuadro todo el Rastro, todas las verbenas y todo aquel madrileñismo entre surrealista y naïf de entreguerras

Maruja Mallo cree vivir en el orden más riguroso y no se entera de que ella sólo crea desorden, pero un desorden que tiene sus leyes, sus líneas, sus parámetros, y nos explica muy bien los bailes de barrio, las verbenas del Manzanares y los churros calientes con su humo. Porque el humo no es una consecuencia del churro sino, muy a la inversa, el churro está puesto ahí como la chimenea de la churrería, para que todo el mundo sepa en qué dirección va el mundo y así los borrachos de chocolate y los borrachos de agua fresca no se pierdan en el laberinto de la verbena, que es un laberinto donde aparecen de pronto el soldado que les hace más reales y más artificiales, pues España andaría del revés sólo con que las criadas y los soldados se permitieran salir de noche confundiendo las horas del día, las disciplinas del oficio y las leyes del reglamento. Un cuadro múltiple de Maruja Mallo está siempre lleno de Marujas Mallo más pequeñas que corretean por la feria como niñas trasnochadas que también ponen mucho conflicto en la obra, pues estas niñas parecen salidas de la crónica de sucesos, lo que quiere decir que las va a estrangular un peón camionero que también debería estar durmiendo, según el código de los peones camioneros.

Consuelo de la Gándara ha visto sarcasmo y sátira en las estampas madrileñas de Maruja Mallo, pero la propia pintora confesó que sentía fascinación por las fiestas populares de Madrid. “Lo que más me sorprende es la calle y lo que más me atrae es lo popular”. Esnobismo.

Juguetes, rifas, molinillos, y esta frase que se decía mucho entonces: “Aquí la niña es más alegre que la música de los caballitos”. Y qué vieja y llovida se ha quedado la música de los caballitos, que ya no suena en parte alguna salvo en los cuadros de Maruja Mallo. Los intelectuales se iban de verbena a una verbena pintada por Maruja Mallo. Ahora ya los intelectuales tienen reúma y no van a las verbenas, ni siquiera a las verbenas pictóricas de Solana y Maruja Mallo. Es cierto que en Maruja Mallo hay sarcasmo y sátira del pueblo y de la aristocracia, con sus reyes gigantones, pero según las confesiones de Maruja Mallo que hemos reproducido, toda burla sobre una realidad brillante esconde admiración y distancia, perplejidad y optimismo.

Sólo nos burlamos de lo que nos deslumbra y Maruja Mallo, con Solana, Valdés Leal y el propio Goya, está buscando la manera de encontrar al pueblo en su momento tembloroso y vívido, cuando acaba de pasar el último tranvía y la lámina queda viviente de mozorras impúdicamente sofocadas y caballeros excesivamente obsequiosos con el chocolate envenenado que llevaba un duro sevillano con mucha plata en el fondo de la taza. La criada se tragaba ese duro como si fuera también de chocolate y se convertía en una princesa violable en el cuarto de la plancha, que era donde todas las criadas y todos los caballeros nos parecían iguales, aunque luego no se reconocieran en las ferias y fiestas. Porque hubo un tiempo más demofílico que democrático en que España vivía feliz y era verbena todo el año. Maruja Mallo supo ver eso como Madrileña de recortable y con eso hizo su obra que era vanguardia y nostalgia de lo que tenemos cerca.