Arcadi Espada.

El libro de Susan Pinker, La paradoja sexual, es admirable por muchas razones. Baste decir que sin él es difícil entender la conducta de las mujeres. Yo, varón, se lo recomiendo sobre todo a ellas, para que se comprendan. Pero no quiero ir ahora por esas jonduras. Sólo quiero referirme a las tres pletóricas primeras páginas. De agradecimientos. La densidad y la emotividad de los agradecimientos suelen ser corrientes en la literatura anglosajona. No deja de causarme perplejidad ¿Cómo es posible que los autores tengan tantas personas a las que agradecer sus libros? ¿Cómo es que disponen de tantos agentes, y editores, de tantos lectores previos? ¿Cómo es que los directores de los periódicos donde escriben se muestran tan dispuestos a concederles años sabáticos y todo tipo de facilidades? ¿De qué lugar salen tantas madres dispuestas a mezclar el pu-dding con la corrección de manuscritos, tantos hermanos propietarios de silenciosas casas en la playa, tantas amigas protectoras, tantas assistants tersas o mullidas según la circunstancia? ¡Si hasta los hijos adolescentes proporcionan momentos de felicidad absoluta! La sequedad hispánica es, por contraste, fenomenal. Aquí los libros se hacen en un adusta y orgullosa soledad. La misma en la que reposan hasta el día de la trituradora.