Opinión

Reliquia

Portulanos

22 enero, 2010 01:00


El Sesudo Erudito se encontraba completamente a oscuras. No intentamos emplear una metáfora sino constatar la pura realidad: había comprado las pilas de su linterna en un chino y ya se sabe lo que pasa en esas circunstancias. Consternado y cariacontecido (aunque esto sí es una figura literaria, pues la oscuridad impedía ver sus rasgos), arrojó la ya mentada linterna lejos de sí. Esto le salvó la vida: al escuchar lo mucho que la linterna tardaba en llegar al fondo se dio cuenta de que estaba ante un barranco. Reculó, lo cual no le costó mucho pues sucede a menudo en el terreno intelectual. Completamente perdido, tuvo un momento de pánico. Entonces se vio iluminado por una poderosa fuente de luz, ésta sí, con pilas de las buenas. "¿Qué hace usted aquí?", le preguntó el dueño de la lámpara, un Honrado Aldeano. El Sesudo Erudito explicó, algo atropelladamente, que había venido a buscar la Tumba del Poeta; que no se contentaba con las explicaciones oficiales porque éstas son siempre falsas. Ahí nos vemos obligados a darle la razón. El Honrado Aldeano, compadeciéndose del Erudito, condujo a éste hasta su cabaña. Una vez allí le reveló un secreto: "Ignoro donde está la tumba, pero tengo una reliquia que puede interesarle". Y le tendió una cajita de cerillas que llevaba en su interior el Santo Prepucio del Poeta. ¡Qué alegría, la del Erudito! Pagó, sin pestañear, una cantidad fabulosa por la reliquia y se marchó tan contento. El Honrado Aldeano, tras asegurarse de su partida, entró en la habitación contigua: en ella guardaba cientos de cajas de cerillas vacías y otros tantos preservativos caducados. Con el titanlux rosa, y con aquella luz escasa, quedaban francamente bien.