Image: El rey austero

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Opinión

El rey austero

Por Fernando AramburuLea la crítica de Felipe II. La biografía definitiva

22 octubre, 2010 02:00

Fernando Aramburu


Otros de su condición gustaron de mundanidades. Felipe II prefirió la fe y la disciplina. Subió al trono para trabajar. De noche, su mano hinchada por la gota redacta a la luz de las velas disposiciones de guerra, sentencias de muerte, cartas sobre futilidades de las que también se encarga personalmente. De amanecida, aún en la cama, ya está firmando cédulas. Su afán laborioso parece dictado por el temor de defraudar a Dios y desmerecer de la fama gloriosa de su difunto padre, el emperador. Dijo: un rey no es sino un esclavo con corona. Nada lo complacía tanto como estar solo en su prisión funeraria de El Escorial, rodeado de legajos, de calaveras y huesos santos. Fue señor de vastos territorios ganados para la religión. Tenía en poco el amor carnal. Acumuló adversidades y padecimientos físicos sin cuento. Habría podido nacer en una página de Kafka.