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Opinión

Ni hablar

Por Marta Sanz Ver todos los artículos de 'Ni hablar'

14 septiembre, 2012 02:00

Marta Sanz


Tenemos que hablar de Kevin, de Lionel Shriver, es una novela sobre la maternidad. Sobre la cadena edípica y los lazos de sangre. Sobre el significado de "querer a un hijo" y "educar a un hijo". Consentir, reprimir, adular, castrar, estimular, exigir. Habla de las razones por las que un narrador toma la palabra: justificación, reproche, necesidad de entender o de erigirse en sujeto del relato heroico. También es un libro sobre los WASP, blancos protestantes adinerados que se permiten el lujo de ser republicanos, patriotas y muy comprensivos con hijos a los que dicen cada día: "Te quiero muuucho, muchacho"". Una metáfora sobre Estados Unidos que retrata la maldad de los tontos que no entienden por qué les odian y también la maldad de los que miran con una acidez que hace inhabitable la vida. Se aborda el efecto bola de nieve cuestionando los beneficios de informar sobre el horror: como si censura o silencio fuesen herramientas contra la barbarie. La novela encierra dos preguntas: ¿es un monstruo la mujer que no quiere procrear?, ¿en qué tipo de mundo las madres reniegan de su nombre? La moraleja quizá no sea aleccionadora, pero el libro es sulfúrico. Sobre todo, aquí, donde un ministro ha viajado hacia atrás en la máquina del tiempo: una mujer-contenedor-criadora-asistente ve limitado el derecho a decidir sobre su cuerpo y es condenada a alumbrar los hijos que le vengan aun en las peores circunstancias. Hay mujeres que no se sienten ni culpables ni incompletas por no ser madres. Lean Tenemos que hablar de Kevin y, después, podremos debatir estas cuestiones más allá del tópico.