Prometeo
Ignacio García May
Por motivos que no tengo del todo claros, el ser humano precisa que se le vuelvan a narrar periódicamente sus mitos fundacionales. Lo que de ningún modo necesita es que todo el mundo, a todas horas, y en todas partes, explique las infinitas variables de esos mitos, porque eso asfixia el conocimiento bajo la escoria de la opinión. Es lo que sucede hoy: nunca en toda la historia de la humanidad la ficción ha ocupado más espacio en nuestras vidas. Millones de libros, de películas, de obras teatrales, la mayoría de ellos totalmente prescindibles: toda esa mierda que llamamos "la cultura" no nos ha hecho ni más sabios ni mejores. Los clásicos lo son porque conservan dentro de sí verdades objetivas e inmunes a las dentelladas del tiempo; quizá por eso mismo haya tanta gente que los aborrece, ahora que todo es relativo. En cualquier caso, como la nuestra es una sociedad obsesionada por lo superficial se confunde el contenedor con su contenido y es frecuente que suplantemos el respeto hacia los clásicos por la idolatría hacia lo meramente antiguo. Los nombres de los grandes autores del pasado se utilizan a menudo como marcas comerciales porque es más fácil hacer caja a costa de ellos que de un desconocido. Se esgrime entonces esa tontería de que sus obras "son actuales". Pero no nos concierne su actualidad, que es inexistente, sino su eternidad, que es irrefutable: un clásico no es una obra de otra época sino aquélla que conserva dentro de sus estructuras el ADN indestructible del espíritu humano, la célula madre a partir de la cual podría reconstruirse la vida entera. Tanto que hablamos de Prometeo y luego no entendemos lo esencial de su historia.