Image: López Salinas

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Opinión

López Salinas

18 abril, 2014 02:00

Marta Sanz

El 25 de marzo falleció Armando López Salinas, uno de esos militantes comunistas que, con lucidez, valor y persistencia hizo posible la llegada de la democracia a España. Porque la posibilidad democrática en este país tuvo más que ver con una resistencia sostenida en el tiempo que con la varita mágica de los mitos publicitarios de la Transición. López Salinas se manifestó, participó activamente en el PCE, se mantuvo informado, construyó teorías y las expuso con la lentitud y longitud que exige el pensamiento crítico. Su confianza en la palabra le llevó a transitar por géneros que van del mitin a la novela, del libro de viajes al periodismo radiofónico que ejerció desde La Pirenaica. Como escritor no se prodigó mucho pero La mina es una de la obras de referencia del realismo socialista español. Recientemente Akal la ha reeditado con un magnífico prólogo de David Becerra. Mano a mano con Antonio Ferres, López Salinas escribió uno de los grandes libros de viajes de nuestra literatura, Caminando por las Hurdes: en la edición de Gadir se ilustra con fotos de Buñuel y de Maspons.

López Salinas fue un hombre político, un militante, que instrumentalizó la literatura con el propósito de cambiar el mundo. Una posición tan legítima -o más- como la de los que escriben pensando que los libros son un juego, que no sirven para nada y que cualquier otra opción resulta un acto de mesianismo. La confianza de Armando en la utopía, la razón y el arte alcanzó magnitudes excepcionales, pero la excusa de la "imperfección" estética, la aplicación de un misterioso criterio de calidad dimanante del poder, relegó su obra a un tendencioso segundo plano. Habría que rescatar la literatura de López Salinas desde un código de exigencia formal que, en último término, legitimara la validez y vigencia de su visión del mundo.