Variaciones sobre Budapest
Eloy Tizón
Lo que más me interesa de la llamada literatura de viajes no es tanto la parte del viaje sino la parte de la literatura. No el lugar, sino la mirada. El placer del texto. Lo que más puede atraerme de un libro de Sergi Bellver sobre Budapest, antes que Budapest, es Sergi Bellver. Su mirada de escritor. Si en lugar de Budapest fuese Astorga o Mondoñedo, me interesaría igual. Pues lo que espero de él no es información periodística, sino la tormenta eléctrica de su prosa, ese alfabeto insurrecto que le sirvió para firmar Agua dura, que considero uno de los mejores libros de cuentos en nuestro idioma de los últimos años.Variaciones sobre Budapest comienza en una cocina y concluye en un tranvía. Esto quiere decir algo. Discurre entre el ajo y la catenaria. Si París es la pintura y Nueva York el cine, dice Sergi, Budapest es la música. Atento a cuál sea ese canto secreto de la ciudad, él defiende lo que llama "una ética de la renuncia y la lentitud". Hace incluso una apología de la repetición; lo bueno de las estancias largas en un lugar es que te permite repetir actos: pasear varias veces por los mismos sitios, sentarte durante horas en el mismo café o esperar sin prisas a que hierva el agua de la tetera.
Por un lado, resulta chocante que lo mejor del viaje sea lo menos aventurero de todo: la costumbre, la estabilidad, el cepillo de dientes en el vaso. Por otro, comulgo con su idea de que ninguna escritura de cierta ambición artística puede sostenerse en el tiempo sin esa argamasa de rutina casi carcelaria en los horarios. El viaje y la literatura le sirven para "ensayar una vida distinta". Esa vida distinta, de manera paradójica, te reafirma en ti. La urbe centroeuropea es como un inmenso armonio del que, según admite Sergi, "quien se marcha más afinado soy yo". Suele pasar que cuanto más lejos huyes, más tú mismo te vuelves.