Ciencia y religión
¿Por qué son tan complicadas las relaciones entre ciencia y religión? ¿Qué aporta cada una al conocimiento? Pese a su falta de vasos comunicantes, puede que ambos caminos no estén tan alejados. O sí, opinan el científico Rafael Bachiller y el escritor y sacerdote Pablo d'Ors
9 noviembre, 2018 01:00Rafael Bachiller
Director del Observatorio Astronómico Nacional
Dos negociados separados
Ciencia y religión tienen su desarrollo en espacios muy diferentes. La persona religiosa se mueve en el ámbito de la fe y el dogma, sus creencias no necesitan estar apoyadas sobre pruebas empíricas ni razonamientos lógicos. Sin embargo, la persona de ciencia está comprometida a la aplicación estricta de su método, denominado “científico”, consistente en la observación, la medición, la experimentación y el razonamiento hipotético-deductivo. En tanto que científico, el investigador debe dejar a un lado consideraciones de cualquier otra índole.
Obviamente esto no significa que la práctica científica excluya a las personas religiosas. Por ejemplo, Gregor Mendel, un fraile agustino, enunció las leyes de la herencia genética; y Georges Lemaître, un sacerdote también católico, expuso, por vez primera, la teoría del Big Bang. Supongo que para este último resultaría tentador utilizar esta teoría física para vestir científicamente las ideas religiosas sobre la creación divina como, de hecho, hizo Pio XII en 1951. Sin embargo, Lemaître nunca sucumbió a esa tentación y, bien al contrario, siempre insistió en que su teoría no debía ser empleada con connotaciones metafísicas ni religiosas.
"Los milagros parecen incitar a la aplicación de las reglas de la ciencia. Sin embargo, pertenecen al dominio de la fe. Su validez reposa sobre la confianza de los creyentes"
De manera análoga, creo que los ateos (como Hawking o Dawkins) tampoco deben utilizar la ciencia para extraer conclusiones sobre las creencias religiosas. Pienso que el científico debe ser modesto y admitir los límites de la ciencia, pues ésta no puede ofrecer ni las respuestas a todas las preguntas, ni las certezas existenciales a las que muchos seres humanos aspiran. Yo prefiero pensar en la ciencia y en la religión, a la manera de Gould, como dos negociados separados. La ciencia, sujeta a su método, debe ser autocontenida y autosuficiente, no debe recurrir a elementos extracientíficos. Es cierto que hay fenómenos descritos por la religión, como los milagros, que parecen incitar a la aplicación de las reglas de la ciencia. Sin embargo, por definición, los milagros pertenecen al dominio de la fe, su validez reposa sobre la confianza de los creyentes, y ahí la ciencia poco puede decir.
En lugar de presentar la relación entre ciencia y religión como un conflicto de ideas, prefiero pensar que ambas tratan de aportarnos una visión del mundo desde perspectivas diferentes. Es más, en la descripción del mundo y en los intentos para comprender sus fascinantes enigmas, también el arte y lo que tradicionalmente se conoce como humanidades pueden aportarnos una visión inteligente y vívida. Podemos considerar que, en esos intentos por explicar el mundo, desde cada perspectiva se utilizan diferentes “metodologías”. Por todo ello, creo que una actitud dialogante en cada uno de estos ámbitos siempre puede resultar fructífera, que de nada sirve adoptar posturas arrogantes o excluyentes ni en la religión, ni en las humanidades, ni en la ciencia. Eso sí, parafraseando a Einstein, opino que para la descripción del mundo y sus misterios -desde cualquier perspectiva- lo más importante es que nunca dejemos de hacernos preguntas.
Pablo d'Ors
Escritor y sacerdote
La religión es la poesía de la mística
Me resulta mucho más increíble pensar que el universo es obra del puro azar que no de una voluntad inteligente y providente. La causalidad me resulta mucho más creíble que la casualidad. Otra cosa es cómo sea ese Ser creador y providente que los creyentes llamamos Dios, que defiendo como una hipótesis tan razonable al menos como la de la pura mundanidad y, desde luego, bastante más saludable: creer que la vida tenga algún sentido y vivir con esperanza, resulta más alentador que pensar, por el contrario, que todo es absurdo y, por ello, caer en el hedonismo o en la desesperación. Sin embargo, hoy persisten quienes ven difícil que coexistan, en la misma persona, ciencia y religión. Sorprende que sostengan algo semejante, puesto que la mayor parte de los más grandes científicos de la historia han sido creyentes y no han sufrido de semejante incompatibilidad. Pensar que ciencia y religión no pueden convivir es como afirmar, por ejemplo, que un científico no puede ser un artista.
Resulta patético deber insistir, a estas alturas de la película, que lo científico, es decir, lo empíricamente demostrable, no es más verdad que lo artístico o que lo religioso, sino que se trata de distintos tipos de verdad y, en fin, de orden muy diferente. La actual pretensión totalitaria de cierta ciencia, pretendiendo la verdad en exclusiva, me recuerda a la fatal pretensión totalitaria de la religión de otras épocas, lo que me hace pensar que cierta ciencia se está convirtiendo hoy en un verdadero mito. A menudo se olvida que los asertos científicos son precisamente los que más cambian, a raíz, naturalmente, de los nuevos experimentos y descubrimientos, y que, en consecuencia, lo que hoy consideramos seguro “a ciencia cierta” mañana, ¡ay!, será considerado una mera creencia.
"A menudo se olvida que los asertos científicos son precisamente los que más cambian. Lo que hoy consideramos seguro “a ciencia cierta” mañana, ¡ay!, será considerado una mera creencia"
Claro que hoy la religión está permanentemente bajo sospecha, situación ante la que no me queda más remedio que afirmar que cuando el sabio apunta a la luna, el tonto -y hay muchos- se queda mirando el dedo. La religión es un dedo que apunta a la luna del espíritu. Cierto que a veces ha sido un dedo torpe, y hasta perverso en ocasiones, pero en quedarse en la forma y en no ir al fondo radica el verdadero problema. Siempre ha habido quien ha querido prescindir de todas las formas para ir al fondo directamente, pero eso es tanto como arramblar con la poética y considerarla un impedimento para acceder a la mística. La religión es la poesía de la mística; y la mística -ahí va una definición- es un conocimiento experiencial, no científico, de lo Real. De modo que los científicos son intelectuales que pretenden penetrar en la realidad para comprenderla y dominarla, poniéndola al servicio de un interés humano. Los místicos, en cambio, son sabios que permiten que lo Real entre en ellos, para así conocer y amar -no dominar-, respetando lo que se manifiesta y alegrándose con ello. La ciencia tiende al utilitarismo, convirtiéndose en técnica; la mística, por contrapartida, y la religión que la posibilita, es necesariamente gratuita.
Negar que la religión ha sido, en todas las tradiciones de sabiduría, cauce para la mística, y que la mística es una forma sublime de conocimiento es -permítanme que lo diga claramente- una solemne estupidez.