La encrucijada de la adaptación teatral
¿Se puede en nombre de la modernidad y la vanguardia cambiar un texto teatral? ¿Se mejora o empeora un clásico al intervenirlo? Los dramaturgos Álvaro Tato y Alonso de Santos distinguen desde posiciones encontradas entre 'arreglos', versiones libres y adaptaciones
30 noviembre, 2018 01:00José Luis Alonso de Santos
Dramaturgo y director
Como elefante en cristalería
Decía Calderón que el honor es como el vidrio, que al primer golpe se quiebra. Eso pasa con las obras de teatro, sobre todo con los grandes textos, son delicados y hermosos pero de vidrio. Su estilo, su unidad, su coherencia y equilibrio queda roto al primer golpe. Y lo peor no son los cortes y ajustes sino los textos escritos por el adaptador. Nunca he visto un texto incorporado en una versión que sea mejor que el original suprimido. Cuando me piden hacer cambios en mis obras digo siempre que pueden cortar lo que necesiten (qué remedio), pero que no metan ocurrencias de ellos que cambien el sentido de la obra. Normalmente no me lo piden, lo hacen y en paz.
Como un elefante en una cristalería entran algunos a adaptar o dirigir una obra de teatro. Y como suelen despreciar lo que ignoran toman como religión sus limitaciones. Lo peor es que el desaguisado que desnaturaliza la obra lleve en los carteles el nombre del autor original.
Así podemos entrar a ver Romeo y Julieta, que la obra termine en boda y lo firme Shakespeare, que si lo viera no le haría mucha gracia. En muchas de las obras que he visto me he imaginado la cara del autor preguntándose, pálido: ¿pero esto lo he escrito yo? Porque es lo que pone en el cartel de la obra.
En nombre de la ansiada modernidad y del pacifismo, podemos restaurar el cuadro de Las lanzas, de Velázquez, cambiar las lanzas por flores y hacer que haya un cincuenta por ciento de mujeres en el cuadro, y seguir diciendo que es de Velázquez. Tan manipulador es hacer que una obra de Bertolt Brecht sea un canto al capitalismo como que una de Lope de Vega lo sea del comunismo o antimonárquica, como hemos visto recientemente.
"Nunca he visto un texto incorporado en una versión mejor que el original suprimido. Si alguien quier hacer mis obras que las haga, y, si no, que no las haga, pero que no me las ‘arreglen’, por favor"
Cuando representan alguna de mis obras y veo los cambios que han realizado para que mejore (según ellos), siento lo mismo que si se llevan a un hijo mío y me devuelven a otro que dicen es más guapo, más moderno o más revolucionario, pero que no es mi hijo con sus virtudes y defectos. Si alguien quiere hacer mis obras que las haga, y, si no, que no las haga, pero que no me las ‘arreglen’, por favor. No estoy diciendo que no se puedan hacer ajustes y supresiones por cuestiones técnicas, de economía, de dificultad de comunicación, actoral, etc. He hecho muchas versiones de otros autores, con los cambios necesarios por las circunstancias, pero nunca para imponer mi ideología o mi visión del mundo a la suya.
Y si esto es grave con todos los autores mucho más con los clásicos. A mí me gustan las obras clásicas precisamente porque no son modernas. Los grandes textos del pasado nos abren una ventana diferente a la lectura empequeñecida de la cotidianeidad, y nos dan una visión más compleja y amplia de la condición humana. Quitar en las versiones esas contradicciones esenciales, y dar una lectura plana del mundo, es convertir el arte en un artificio utilitario propio de rebajas de grandes almacenes.
Álvaro Tato
Dramaturgo, poeta y adaptador
Apuntes urgentes para espectadores curiosos
Primero, establecer la dramaturgia de la obra en compañía del director de escena: trazar
líneas de sucesos y acciones, definir tramas y subtramas, identificar las situaciones dramáticas y su recorrido, desarrollar cada personaje con sus relaciones y precedentes y, sobre todo, analizar los temas y decidir cuáles son prioritarios en esta nueva mirada sobre un texto clásico a partir de nuestras ideas e intuiciones. (Cuando se trata de adaptar, es decir, de trasladar a escena una obra de otro género literario, el proceso es aún más complejo; por eso resulta esencial distinguir entre versión, adaptación y versión libre, operaciones muy diferentes).
Después, zambullirse en el texto durante meses: conocer y cotejar manuscritos, ediciones, estudios críticos, versiones y montajes anteriores. Realizar cortes, recortes, retoques, añadidos y supresiones atendiendo a la coherencia del conjunto, en busca del equilibrio entre la comprensión del espectador actual, la fidelidad al original y lo que Juan Mayorga llama nostalgia de la lengua (esa aura distante que forman los años sobre el metal precioso del verso),
"Desplegar la dramaturgia como puente entre un texto antiguo y una representación contemporánea. Batir el oro, bruñir la plata, cuidar la magia. Eso es una versión. Quien lo probó lo sabe"
siempre observando escrupulosamente las leyes métricas y estróficas y el código lingüístico, con la referencia constante de otras obras de género, época y asunto similar, del mismo autor y de otros. Prestar especial atención a las docenas de piezas léxicas en desuso, términos y giros hoy incomprensibles, vocablos de germanías, palabras corrientes con significado desplazado (por ejemplo, obligación, ocasión, tema, valor, correrse, cuadra, bufete, estrado, retrete y un infinito etcétera de false friends con otros sentidos y matices en el original que suelen ser claves para comprender una escena), pasajes de circunstancias (relatos históricos, panegíricos nobiliarios, etc.) e informaciones reiterativas: en el Siglo de Oro las tres jornadas de la comedia quedaban separadas por piezas breves a modo de intermedios, así que los sucesos de escenas anteriores debían refrescarse al público con una frecuencia hoy innecesaria. Decidir, en suma, respecto a todos los casos señalados, cuándo modificar, cuándo mantener, cuándo proponer alternativas, siempre en complicidad con el director. Intervenir lo menos posible en lo más necesario. Restaurar el lienzo con respeto y sin reverencia. Rigor, ilusión y aventura, como dice Helena Pimenta.
Por último, participar en el proceso de ensayos: asesorar al equipo creativo y al elenco, realizar cambios, despejar dudas, sugerir caminos, aportar soluciones, enlazar filología y artes escénicas al servicio del montaje. Aprender a renunciar, ser el escudero invisible del autor, su representante en el presente, salvando los siglos desde el día de la escritura hasta la noche del estreno.
En resumen, desplegar la dramaturgia como puente entre un texto antiguo y una representación contemporánea. Batir el oro, bruñir la plata, cuidar la magia viva de los clásicos. Eso es una versión. Quien lo probó lo sabe.