Imagen | Hip hop, ¿poesía de analfabetos?

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DarDos

Hip hop, ¿poesía de analfabetos?

El reciente premio Pulitzer para el rapero Kendrick Lamar contrasta con las declaraciones de Joaquín Sabina definiendo el hip hop como “poesía de analfabetos”. El crítico musical Álvaro Guibert y el periodista y editor Javier Blánquez riman sus opiniones sobre una expresión más que viva

18 enero, 2019 01:00
Javier Blánquez
Periodista y editor

Quién tiene la lengua más larga

Si ahora me diera por ir contra el hip hop y reducir toda la escena a una caricatura para sostener la idea de que es una “poesía de analfabeto” (Sabina dixit), tendría ejemplos para llenar un volumen entero de la enciclopedia Espasa. Valga por caso Versace, un éxito del trío americano Migos, cuyo estribillo repite el nombre de la firma de lujo hasta catorce veces seguidas. ¿Primario, verdad? Es la idea: Migos pertenecen a la escena trap, una rama del hip hop muy popular que arrasa entre los adolescentes y que relata historias truculentas de calle y cárcel, de tráfico de drogas y posesión de armas, y que gira alrededor del culto al dinero, o como dijo Sabina, “fundamentalmente, de quién la tiene más larga”. Valga decir que muchas veces lo hace con gracia, como en ese verso tan salado -también de Versace– que dice “creerías que soy egipcio, con tanto oro en mi cuerpo”. Pero queda claro que las letras del trap no tratan sobre la lucha contra el cáncer.

"¿Existe un hip hop narcisista, obsceno y cavernario? Por supuesto. Pero en las manos adecuadas el hip hop es palabra viva, una expresión al servicio de la justicia social y el ingenio verbal"

Ahora bien, vale insistir en que el trap no es toda la escena hip hop, y que el hip hop es mucho más que esa crónica callejera de machos alfa forrados de billetes. Cuando Joaquín Sabina dice en una canción que no le gusta el rap, y años más tarde se reafirma en una entrevista, comprendo su posición, sobre todo porque, como él mismo admite, lo hace desde la ignorancia: “oigo poca música y (…) como todos los viejos, reacciono contra lo nuevo”. El problema está, como siempre, en quedarse en la superficie y obviar que precisamente ha sido este año cuando el premio Pulitzer de música, que habitualmente se concede a compositores de la esfera académica contemporánea, ha reconocido por primera vez el valor musical, pero sobre todo lírico, de un disco de hip hop, el soberbio Damn de Kendrick Lamar.

¿Puede merecer un Pulitzer algo que no sea poesía? A Lamar hay quien le llama el Bob Dylan del siglo XXI, y se comprende. Está en la tradición de los grandes activistas del movimiento negro por los derechos civiles -una expresión que, en música, se remonta a los tiempos de Gil Scott-Heron y The Last Poets, y que se ha prolongado a lo largo de las décadas con figuras mayores del rap politizado o de contenido social como Public Enemy, KRS-One, Common o Death Grips-, y sus letras flamígeras enmarcan una vista panorámica de las miserias de Estados Unidos en un momento de cambio crucial, el fin de la era Obama y el comienzo de la era Trump, todo ello jalonado por casos de violencia policial contra la población negra y el movimiento de resistencia Black Lives Matter.

¿Existe un hip hop narcisista, materialista, obsceno y cavernario? Por supuesto, y que conste: las letras podrán ser algo huecas, pero los sonidos son tan futuristas que te desencajan las ternillas. Pero en las manos adecuadas -decimos Lamar, pero también podrían ser ScHoolboy Q, J. Cole o Saul Williams, publicado en España por Visor, la misma editorial que le da a Sabina, muy generosamente, el estatus de poeta-, el hip hop fue, es y será palabra viva, una expresión al servicio de la justicia social y el ingenio verbal.

Álvaro Guibert
Crítico musical

Música para analfabetos

¿El hip hop es poesía para analfabetos? Toda la música popular, incluido el folclore rural y urbano, el pop, el rock y la música de los cantautores (el jazz es otro cantar), es música para analfabetos, hecha por y para personas que no conocen, o no tienen por qué conocer, la escritura musical. ¿Eso la hace peor en algún sentido que la música escrita? No. Es verdad que la hace más simple de forma (periodos breves y muy repetitivos), porque la memoria auditiva tiene sus limitaciones y para organizar música en estructuras más complejas hace falta la escritura, pero complejidad no significa calidad. De hecho, si se mide por su impacto, la música de transmisión oral está por encima de la escrita, la que solemos llamar “clásica”.

Parecerá raro, pero yo, cada vez que oigo rapear, me acuerdo de Rafael Alberti y la entrevista que le hizo Soler Serrano hace cuarenta años en el programa A fondo, de TVE. Alberti recitó allí una retahíla rimada, medio improvisada, en plan autorretrato burlesco, que empezaba así: “Es un poeta / es un buen poeta / es un gran poeta / es un grandísimo poeta, / sin igual, /

"Ese magnetismo descarado no se ve en la poesía más estructurada, donde el poeta se esfuerza en que la rima llegue como sorpresa y sin que se note lo mucho que manda"

genial, / se puede decir que ya inmortal, / aunque a mí me parece desigual, / yo diría que, ahora, un carcamal, / no es más que un simple sonsonete, / un mete y saca, un saca y mete, / un pirotécnico, un cohete / … / y luego se metió en política, / que era como prendarse de una tía sifilítica, / ahí comienza a volverse su musa paralítica, / un poetastro, al fin, comprometido, / yo diría que perfectamente corrompido, / al oro ruso vendido; / desde entonces, ¡cómo ha vivido!, / los millones, para amasar, / qué me va usted a contar, / sería el cuento de nunca acabar, / vive mejor que el papa en Roma, / cada día se come una paloma…”. Lo que me chocó entonces, aparte de la frescura, era el tirón de la rima consonante de unos versos por lo demás libres. Me hacía gracia ver cada verso encaminándose a la consonante como tirado por la gravedad, unas veces a todo correr, otras lentamente, dibujando meandros. Ese magnetismo descarado no se ve en la poesía más estructurada, donde el poeta se esfuerza en que la rima llegue como por sorpresa y sin que se note lo mucho que manda. A mí, este Alberti para oír, casi rapeado, lego y para legos, me parece tan buen o mal poeta como el gongorino de la Soledad tercera, que es escrito, para doctos, para leer.

De los raperos, como de los demás poetas, lo que me interesa no es que estén o no alfabetizados, ni la violencia que se gastan, ni el sexo en bruto. En realidad, no sé qué es lo que me interesa. A lo mejor, lo que se les escurre entre las palabras. Dice un Violador del Verso: “Quiero / ser el motor, / gordo compositor, / y conservar el esplendor / clandestino de un grafitero”. Es el mismo maño que se firma: “Un simple mensajero de la palabra vivida y del error”. ¡Mensajero del verbo vivo! Ni San Juan Bautista y Evangelista reunidos.