Agustín Fernández Mallo José Antonio Marina

Agustín Fernández Mallo José Antonio Marina

DarDos

¿Está el arte por encima del artista?

El último documental sobre Michael Jackson muestra con crudeza a las víctimas de sus abusos, y las voces de censura no se han hecho esperar. Otros artistas pasan por situaciones similares, pero, ¿no está el arte por encima del artista? Responden el filósofo José Antonio Marina y el escritor Agustín Fernández Mallo

29 marzo, 2019 01:00
Agustín Fernández Mallo
Escritor

¿Pero quién demonios inventó el fuego?

Es un típico error del pensamiento mágico considerar que las ficciones se materializan más allá de sus soportes; “quien ve películas violentas se convertirá en violento”. El caso que aquí nos trae es precisamente el inverso: las inmorales costumbres de un individuo convierten automáticamente en despreciables sus ficciones, extrapolación que no deja de ser la otra cara de tal pensamiento mágico, brocha gorda que equipara vida y ficción. Si el hecho de que un edificio arda en una pantalla no quiere decir que el director de la película sea un pirómano, tampoco es cierto que un director que fuese pirómano no pudiera filmar una gran obra acerca de cualquier materia, incluso de cómo encender fuegos.

"Los creadores no son pastores de ningún rebaño ni sacerdotes de ninguna iglesia, y su vida no ha de ser excusa para que juzguemos sus obras sino materia del código penal"

La obra pública es un artefacto fundamentado en un pacto no escrito entre el autor y el receptor. Si vemos a un tipo en la calle haciendo movimientos extraños y dando gritos lo más probable es que pensemos que es un trastornado. Si ese individuo se mueve en la acera dentro de un rectángulo trazado con tiza, instantáneamente ya no es un loco sino un actor. Tal es el pacto del teatro: lo que se realiza en un espacio definido como escenario, es ficción, no la vida del actor. Ídem en el cine con la pantalla, ídem en la literatura con el objeto libro. Juzgar una ficción a través de la vida de su creador o creadora rompe ese implícito pacto de separación que ha de existir entre la cotidianidad y sus representaciones. Es algo así como despreciar el fuego porque el humano que lo inventó era un gilipollas.

La ruptura de ese pacto se vuelve directamente criminal cuando destroza carreras y talentos consolidados en función de rumores, amplificaciones no contrastadas y juicios paralelos llevados a cabo por quienes tocan de oído. Tampoco hace falta decir que, de seguir esa lógica, y cayendo en el común error del anacronismo histórico, bastaría observar la Historia de las artes y las ciencias para comprobar que no quedaría obra con cabeza. Presuponer una correcta moral en un creador no deja de reflejar el infantil eco de la búsqueda de una seguridad en dioses y héroes, la delirante construcción de criaturas que, intachables, nos guíen. Pero los creadores y creadoras no son pastores de ningún rebaño ni sacerdotes de ninguna iglesia, y su vida, pública o privada, no ha de ser excusa para que juzguemos sus obras, sino materia del Código Penal.

Queda la cuestión, de fondo, de que la mayoría de esta clase de ostracismos proceden de países de cultura anglosajona. ¿Acaso los estadounidenses son más éticos que el resto del mundo? Por supuesto que no. La respuesta se halla en una mezcla de globalización e imposición de mercado. La moral protestante, y al igual que lo han hecho su idioma y su comida y sus costumbres, ha colonizado la práctica totalidad del planeta, y, como es sabido, en esa sociedad el pecador sólo puede alcanzar el perdón si su vida privada se corresponde exactamente con la pública; en caso contrario habrá cometido la peor de las faltas para la moral protestante, la mentira -recordemos que Bill Clinton no fue destituido por abuso sexual, sino por mentir-, y será automáticamente repudiado.

José Antonio Marina
Filósofo, escritor y pedagogo

La dramática brecha

Atiendo la invitación de El Cultural porque plantea un tema de inquietante profundidad. Los filósofos medievales discutían sobre si las virtudes morales debían darse todas juntas, o si era posible que convivieran en la misma persona virtudes y vicios. ¿Podía una persona injusta ser prudente? ¿Podía una persona lujuriosa ser sabia? Pensaban que actuaban en bloque. Sin embargo, el ser humano es más contradictorio de lo que la lógica desearía. Cuando el escándalo Lewinsky, el pueblo estadounidense se preguntó si era de fiar un presidente que no era de fiar en asuntos de faldas. Llegaron a la conclusión de que Clinton era simultáneamente buen político y personaje poco ejemplar en su vida privada. Las virtudes profesionales parecen independientes de las virtudes personales.

El arte plantea un problema más difícil porque no trata con conocimientos, sino con valores. Exagerando el tono, ¿puede una persona miserable expresar la sublimidad? La cultura clásica china lo negaría. Un pintor, por ejemplo, no puede crear nada valioso si no ha alcanzado previamente una elevada espiritualidad. Los antiguos griegos pensaron lo mismo, aunque solo de la poesía. En la cultura moderna, el arte se ha trivializado, convirtiéndose en una ingeniosa actividad. Se ha hecho intranscendente, como denunciaba George Steiner. Eso explica un hecho escandaloso: la gran cultura no hace mejores a los seres humanos.

"El arte plantea un problema muy difícil porque no trata con conocimientos sino con valores. ¿Puede una persona miserable expresar la sublimidad? La gran cultura no hace mejores a los seres humanos"

Podemos decir, pues, que la obra es más interesante que el artista. Pero sólo si atendemos al arte momificado, no a la vida de la que surge. Lo valioso es la acción creadora. En Biografía de la humanidadhe estudiado cómo las grandes actividades humanas -la religión, el arte, la ciencia- crean el espíritu humano. Son las líneas de ruptura de un animal listo que aspira a ser más. El arquitecto Caius Julius Lacer escribió en el puente de Alcántara una maravillosa definición: Ars ubi materia vincitur ipsa sua. El arte mediante el cual la materia se vence a sí misma. Se refería a la arquitectura, pero creo que puede aplicarse a la emergencia de los “animales espirituales” que somos.

La inteligencia humana instaura un “bucle prodigioso”. Crea cultura que revierte sobre ella y la recrea. La dramática brecha existente entre el creador y la obra es nada más y nada menos que la conmovedora historia de la humanidad, su esfuerzo por superarse a sí misma. Sartre lo expresó con profundo patetismo en La náusea. El protagonista se ahoga en la pegajosa facticidad y piensa suicidarse. Cuando está a punto de hacerlo, escucha una voz negra, ronca, cantando “Some of These Days”. Esa irrupción de la belleza le convence de que es posible justificar la propia existencia. “Soy como un tipo completamente helado que después de un viaje por la nieve entrara en un cuarto tibio”. No es gran cosa. Es sólo el deseo de liberarse de la finitud. Una ficción salvadora. La grandeza del arte solo aparece al recordar que es el esfuerzo de unos inseguros animales por ir más allá de sí mismos. Por eso me parecen tan profundas las preguntas de El Cultural.