Librería tradicional vs. librería online
El Día del Libro plantea la difícil convivencia entre la librería tradicional y Amazon, que acerca el libro a lectores y lugares remotos. ¿Es posible, necesario, incluso deseable, defenderse? La escritora Elvira Navarro y el librero Paco Goyanes exponen sus posiciones
19 abril, 2019 00:00Elvira Navarro
Escritora
Amazon no, por supuesto
Me gustaría haber titulado este breve artículo “Amazon sí, por supuesto” en homenaje a la canción “Nuclear sí” de Aviador Dro, y también haber tomado el camino de la ironía y el humor, pero son malos tiempos para la lectura entre líneas. Vivimos en una época donde todo es interpretado de un modo terroríficamente literal.
Así que, literalmente: Amazon no, por supuesto. Y ello a pesar de que en ocasiones resulta complicadísimo conseguir algunos libros. No estoy en contra de la venta por internet, pero creo que un consumo responsable debe tener en cuenta, en primer lugar, las condiciones de los trabajadores. En el ensayo El tiempo pervertido, Esteban Hernández cuenta, para ilustrar por qué nuestro tiempo es una extensión ideológica del taylorismo, cómo Taylor planificó un aumento de la producción a través del control de los procesos de trabajo, un control que, de tan exhaustivo, convertía a los trabajadores en robots, desposeyéndolos de toda iniciativa sobre su labor. Los empleados de Amazon son una de las versiones actuales de los obreros entre los que se infiltró Taylor para desarrollar su organización científica del trabajo, una “ciencia” que sólo tenía en cuenta la eficiencia, y que dejaba de lado la responsabilidad y la autonomía del trabajador, amén de que los beneficios económicos resultantes de dicha eficiencia iban a parar al empresario, a quien le importaba un pimiento que sus empleados se sintieran poco menos que máquinas.
«Los descubrimientos azarosos que tienen lugar en una librería no existen aquí, y resulta imposible toparte con algo distinto a tus gustos, con lo que eso tiene de empobrecedor»
Decía: los empleados de Amazon son una de las versiones actuales de aquellos obreros. Este 2019 se estrenaba, entre otras cosas, con una huelga de los trabajadores de Amazon de San Fernando de Henares, principal centro logístico de la empresa en la península ibérica, para reclamar una mejora de las condiciones laborales. En abril del pasado año El Confidencial publicaba un artículo con algunos datos escalofriantes a raíz de haberse infiltrado un reportero inglés en uno de los centros de la marca. James Bloodworth contó en The Sun cómo los trabajadores tenían que caminar 16 kilómetros para ir de un sitio a otro, y que esas caminatas se contabilizaban como tiempo perdido y no eran pagadas, motivo por el cual acababan incluso prescindiendo de ir al servicio, y algunos orinaban en botellas.
En “Contra Amazon: siete razones / un manifiesto”, publicado en Jot Down, Jorge Carrión relata cómo los amazonians se sincronizan con robots, y hace una analogía entre el modo de trabajar y el modo de consumir: también la compra en Amazon es robótica. Es un algoritmo quien te “recomienda” los libros que te pueden interesar, lo que para un comprador compulsivo puede resultar fatal. Los descubrimientos azarosos que tienen lugar en una librería no existen aquí, y resulta casi imposible toparte con algo distinto a tus gustos, con lo que eso tiene de empobrecedor. Otro argumento en contra es la publicidad con la que te bombardean en otros portales cuando has merodeado por algún título. Te lo empiezas entonces a encontrar hasta en la sopa, quiero decir, hasta que lo compras.
Paco Goyanes
Librero
Al servicio del lector, un consumidor exigente
El comercio electrónico ha revolucionado el sector del libro como lo ha hecho con los del textil y el turismo. Es un mantra reiterado que el comercio “tradicional” debe de adaptarse a la realidad, y no tratar de adaptar ésta a sus intereses, lo que además de absurdo es literalmente imposible.
Las librerías convivimos con Amazon, que queramos o no ya es parte del ecosistema del libro. Con recursos ilimitados, sus aspiraciones son monopolísticas: quiere controlar la distribución y también la industria. Su existencia evidencia dos realidades. La primera, que el libro ya no ocupa el espacio central ni en el debate intelectual ni en el consumo cultural, por muchas razones, desde la banalización de sus contenidos merced al exceso de producción, a la competencia que ejercen en la ocupación de nuestro tiempo las redes sociales, las series televisivas, el turismo, etc. La segunda, que el lector ha devenido consumidor exigente y demanda un servicio rápido y de calidad. No creamos en el “buenismo”: apoyará al comercio de proximidad siempre y cuando satisfaga sus necesidades. Todos consideramos que las librerías y el comercio local son necesarios. La calidad de vida de las ciudades europeas se cimenta en la tupida red social que las hace habitables. Nada más triste y desolador que barrios sin tiendas ni servicios comunitarios.
«Libreras, libreros: abandonemos las quejas, afrontemos el futuro con optimismo y despojados de falsos ideales románticos. Seamos más profesionales, imaginativos y flexibles»
¿Qué podemos hacer las librerías independientes para competir con Amazon? Lo que nunca hará: leer, seleccionar, aconsejar, atender con amabilidad y profesionalidad, ofrecer espacios hermosos en los que disfrutar, crear comunidades lectoras que graviten a su alrededor. Para hacerlo necesitamos de las editoriales y distribuidoras. Asombra la ceguera de muchas de ellas: para vivir precisan múltiples puntos de venta, no monopolios que acaben imponiendo sus condiciones o forzando su cierre, no sería la primera vez. Las distribuidoras deben ser capaces de entregar los libros en 24 o 48 horas, las editoriales respetar el canal librero, mejorar su margen comercial y apoyar su renovación, como hacen por ejemplo sus colegas franceses. Necesitamos que los editores inviertan en mejorar sus metadatos y en ofrecerlos al canal comercial a través de DILVE o Cegal en red.
Necesitamos que se cumpla la ley del libro, impidiendo por ejemplo que Amazon venda libros con portes gratuitos, un descuento encubierto; que las administraciones asuman ya la instrucción pública que corrige la regulación de los contratos menores en la ley de Contratos del Estado, que tanto daño ha hecho a librerías y bibliotecas. Necesitamos que las administraciones públicas valoren nuestro trabajo: el ninguneo al Sello de Calidad Librera ha sido doloroso.
Libreras, libreros: abandonemos las quejas, afrontemos el futuro con optimismo y despojados de falsos ideales románticos. Seamos más profesionales, imaginativos y flexibles, disfrutemos de nuestro hermoso oficio. Y seamos lo que nunca será Amazon: buenos lectores.