¿Hay relevo en la canción de autor española?
¿Ha dejado Aute huérfanos a los nuevos cantautores? Víctor Lenore pone el foco en figuras como el ‘reguetonero’ Bad Bunny y Marwan en los trabajos de Rozalén y Conchita
6 julio, 2020 08:00Marwan
Cantautor y poeta. Autor de El viejo boxeador (Sony)
El relevo
Cuando me preguntan si habrá relevo generacional en la canción de autor en español mi respuesta es automática: Jorge Drexler, Ismael Serrano, Pedro Guerra, Rozalén, Luis Ramiro, Carlos Chaouen, Andrés Suárez, Rafa Pons, Conchita, Funambulista, Zahara, El Kanka, Mr. Kilombo, Gastelo, Marazu, Fredi Leis, Mäbu, Luis Fercán, Rebeca Jiménez, Pedro Pastor, Boza y, al final, añado: y no te olvides de mí. Muchos quilates, ¿no les parece? Partiendo del mismo circuito, cada uno cultivamos un modo diferente de hacer canción de autor, poseemos un sello personal e intransferible, como diría Quique González, otro que sumaría a la lista aunque también flirtee con la de rockeros.
"Pisamos poco la radio de masas expulsados por otros estilos. En la era del trap o del reguetón el cantautor armado solo con su guitarra ha mantenido su vigencia y ha crecido."
Todos los nombrados tenemos nuestro universo sonoro y letrístico, tratamos a las palabras como se merecen, dejando que en cada canción luzcan como deseen. ¿Llegamos al nivel de los grandes?, nos preguntan. Respuesta: ¿Quién llega al nivel de Sabina? Nadie. Sabina y Serrat son los músicos más importantes de la historia de nuestro país y toda comparación con ellos deviene en derrota. Incluiría en ese reinado a nuestro querido Aute, que acaba de dejarnos. Con su desaparición muchos se preguntan si podremos continuar el legado de estas vacas sagradas (donde yo sumaría a Krahe, Víctor Manuel, Luis Pastor y Javier Ruibal, por méritos propios). Ante tal pregunta responderé que los mitos no se sustituyen, pero, rotundamente, también afirmo que ya hay nuevos clásicos en nuestra canción de autor: Drexler, Ismael Serrano y Pedro Guerra. ¿Y qué me dicen de nuestra querida Rozalén? Va camino de tener una carrera de la magnitud de la de Ana Belén, si es que no la tiene ya. Público, hay. Lo que no hay son tantas canciones que hayan trascendido para el gran público, seguramente por la falta de presencia mediática y porque la velocidad reinante no le da a nuestros oídos el tiempo necesario para que se conviertan en míticas. Pero se han compuesto temas tremendos. Escuchen Contamíname, de Pedro Guerra, La Puerta Violeta, de Rozalén, Todo se Transforma,de Drexler, Vértigo, de Ismael Serrano, Semilla en la tierra, de Carlos Chaouen, o Relocos y Recuerdo, de Luis Ramiro. Hablamos de canciones colosales.
El frenesí de los tiempos y la dificultad para hacerse fuertes en las radio fórmulas no ayudan. Quitando a Funambulista, la propia Rozalén y Conchita, en general, pisamos poco las estaciones de radio de masas, expulsados a empujones por otros estilos musicales y por el call out. Pero no se equivoquen, en la era de los ritmos urbanos como el trap y el reguetón, el cantautor armado solo con su guitarra y sin una presencia masiva en medios, ha mantenido su vigencia y ha crecido. Muchos hemos tocado el cielo (o media pista) de estadios como el Wizink Center, hacemos giras internacionales y tenemos cierto reconocimiento social (tal vez falta el gran público) y formamos, por méritos propios, parte del animalario cultural del país. Claro que hay cantera y relevo, lo que no hay tanto son medios ni paciencia.
Víctor Lenore
Periodista cultural. Autor de Espectros de la movida. Por qué odiar los años ochenta (Akal)
Rimas que aún incendian calles
Recuerdo el momento justo en que comprendí la grandeza de la canción de autor. No fue escuchando Al alba, ni Ojalá, ni Volver diecisiete. Ocurrió leyendo la intensa autobiografía de Joan Jara, que lleva por título Víctor Jara, un canto truncado (1983). Llega un momento en que ella deja de pensar como una bailarina británica en un país extranjero y empieza a sentirse parte del pueblo chileno. Los dos factores que identifican a un cantautor son: afrontar los conflictos y sentirse parte de los excluidos. Jara es el ejemplo más evidente porque pagó sus canciones con su vida y nadie dudó nunca de su pulso popular.
Como era de esperar, en las últimas protestas por el empobrecimiento de Chile la canción más cantada en las calles fue El derecho de vivir en paz. Pero no hablamos solo de un artista nacional, ni siquiera del mundo hispano: Bruce Springsteen versionó en 2013 su Manifiesto, en el Estadio Nacional donde le ejecutaron y este verano el británico James Dean Bradfiled (Manic Street Preachers) publicará un disco sobre su vida. Jara tiene oyentes incluso entre la derecha ilustrada de América Latina, aunque estos prefieran piezas como Luchín –sobre los niños que tienen que comer gusanos para sobrevivir– antes que himnos antielitistas como A desalambrar, Te recuerdo, Amanda y Casitas del barrio alto. En esta última, sin saberlo, Jara retrató al grupo social que mandaría matarlo.
"Durante muchos años los cantautores fueron acusados de pedantes y previsibles. No lo son siempre. O no lo son todos. Su enfoque social se ha evaporado, pero su legado sobrevive."
Durante muchos años, los cantautores fueron acusados de plúmbeos, pedantes y previsibles. No lo son siempre, o no lo son todos, pero su reputación mejora si incluimos en el gremio a talentos urbanos como Bad Bunny, el ‘reguetonero’ que el verano pasado lideró las protestas que derrocaron al gobernador de Puerto Rico, el zafio y corrupto Ricky Rosselló. No me cabe duda de que la última gran canción protesta es Afilando los cuchillos, donde Bunny y Residente (Calle 13) retratan la sofocante frustración del país. Que la pieza sea vibrante y bailable no impide que estemos ante una canción de autor. Calle 13 lo habían logrado antes con la furiosa Querido FBI (2005).
También recuerdo el último gran concierto que nos regaló una cantautora. Fue a finales de julio de 2019, cuando nos sentamos en las butacas del Teatro Real para escuchar la majestuosa despedida de Joan Baez. Sonaron clásicos de su exnovio Bob Dylan, Gracias a la vida de Violeta Parra, cantó su experiencia en la lucha por los derechos civiles de los afromaericanos, recitó versos de Miguel Hernández y recordó a Rosalía de Castro en un dulce dueto con su amigo Amancio Prada. La experiencia confirma que hubo un tiempo –los años sesenta y setenta– en los que la música popular en castellano no tenía nada que envidiar en calidad o impacto a la anglosajona. Baez encarna a una burguesía estadounidense culta y progresista que renunció a hacer dinero a paletadas para centrarse en que el mundo fuera un lugar más fraterno, habitable y lleno de belleza. Ese enfoque social casi se ha evaporado, pero su legado sobrevive. Los nuevos cantautores pueden apoyarse ahí para elevarse.