Los seres vivos estamos siempre en perpetuo movimiento, entre nuestras muchas facultades no está la de permanecer parados como un motor inmóvil, pues nuestra naturaleza nos obliga a cambiar de estado constantemente, sujetos a la rueda imparable de la generación y la corrupción. Sólo nos aquietamos al morir, en tanto que, mientras vivimos, andamos sin cesar inquietos de mudanza en mudanza: de lugares, casas, empleos, costumbres, deseos, gentes que vienen y van, y aun de nosotros mismos, que, al envejecer, dejamos atrás quienes fuimos.

Somos entidades temporales y una parte considerable de nuestro tiempo se nos va en saludar y despedirnos. Dado que este negocio nos ocupa tanto, más nos vale aprender a practicarlo con arte. Dejando para otro momento el saber llegar, interrogo ahora sobre el saber irse: ¿cómo y cuándo hacerlo?

Dos categorías prestadas de la teología ayudan a comprender nuestra condición esencialmente transeúnte: la vida humana se agita entre el “todavía no” y el “ya”. Siempre es así: lo bueno de la vida parece inminente (ya), pero no acaba nunca de llegar del todo (todavía no). Respecto a los adioses: pasado un intervalo de estabilidad en el que “todavía” no se decide uno a marcharse de donde sea, al final sobreviene otro en el que se convence de que “ya” es suficiente.

¿Ya? Pero ¿por qué? ¿Es que algo va mal? No y no. Mi tesis es la contraria: lo mejor es despedirse cuando las cosas van bien. Cuando se tuercen, las rupturas arrastran heridas, incomprensiones y reproches mutuos y, a causa de esa degradación de las relaciones antes felices, sólo queda el resentimiento. Demasiado tarde. En cambio, cuando, sin esperar a la decadencia inexorable, se toma la decisión de la salida en el prime, todas las partes entran en el deseo de festejar la buena suerte que han compartido y proponen un brindis. Nada hay que lamentar y, aunque toda separación entristece, se toma como una vicisitud más de un flujo opulento y rico de la vida en imparable transformación.

¿Qué es brindar? El acto de expresar públicamente buenos deseos antes de beber. El proponente no brinda sin más, sino que lo hace por y para, y con ese fin levanta la copa. Por alguien o algo, destinatario de su desear; y para que los demás, participantes del brindis, se sumen a su deseo y, haciéndose comunitario, gane en densidad, duración y fuerza. Importante que la bebida contenga alcohol por la bienaventuranza que esta sustancia produce en los ánimos, unidos por un mismo sentimiento festivo.

Lo mejor es despedirse cuando las cosas van bien. Cuando se tuercen, las rupturas arrastran heridas, incomprensiones y reproches mutuos

Este que tienes delante, lector clemente, es el último Fuera de carta con el cual su autor se despide después de tres años de colaboración mensual. Nadie obligó a la revista ni a mí a iniciarla, nada ni nadie a terminarla. Cesa únicamente porque, con el rotar de las estaciones, ha alcanzado su prime.

Sin gravitar sobre nosotros necesidad ninguna, las treinta y tres entregas nacieron exclusivamente de la voluntad de ambas partes de darnos un capricho. Un capricho es una elección tan arbitraria como excepcional que se concede uno a sí mismo sin otra mira que el placer y que por naturaleza está sometida a plazo.

Las cosas duran un instante pero se rememoran mucho tiempo: verdadero artista de la vida es quien aprovecha la fugacidad de su presente para confeccionar bellos recuerdos futuros. Estoy persuadido de que, parando aquí, estos ensayos de caprichosa vena serán en nuestra memoria uno de esos sitios de nuestro recreo.

Propongo un brindis por El Cultural y, antes de mi ya definitivo, levanto mi copa invitando a los lectores a que apuren de un trago la suya para desear inspiración, éxito y acierto a quienes, detrás de ese prestigioso sello, derrochan talento cada semana en la bendita tarea de embellecer incansablemente nuestro ocio.