Alejandro Luque (elDiario.es) recuerda a Miguel Ángel Oeste que “hay toda una generación de escritores que vienen cuestionando (...) la institución familiar, desde Carlos Frontera a Sara Mesa, pasando por Laura Fernández o Aixa de la Cruz…” El autor de Vengo de ese miedo lo atribuye a que “tal vez estamos haciendo un ajuste de cuentas con el pasado. No sé por qué lo está haciendo esta generación, quizá nos ha tocado darnos cuenta de que vivíamos tras una máscara, la de las familias normales y felices, y cuando la quitamos la cosa cambia. Puede que estemos cansados de que la mierda se tape, de que la ropa sucia se lave en casa”.
Héctor Abad Faciolince puntualiza en Heraldo que “la familia es como las fiestas, cada uno habla del baile según cómo le fue a él (...) Si no es una familia de psicópatas, no es un recurso para tirarlo a la basura”.
Entrevistado por Daniel Gascón (Ethic), Javier Cercas también reflexiona sobre el asunto. “El pasado –asegura– hay que mirarlo pero de verdad. No haciéndonos trampas. No inventando (...) Hay una utilización política flagrante del pasado a favor de intereses particulares, lo que llamo la industria de la memoria. Son libros más impopulares, pero los escritores estamos para decir lo que la gente no quiere oír”.
Loreto Sánchez Seoane (El Independiente) pregunta a Juan Manuel de Prada sobre la frecuente recuperación de figuras femeninas. “Son recuperaciones superficiales”, responde el escritor. “Pertenecen a la mitomanía de presentar a personajes maravillosos, arquetipos (...) La investigación académica o divulgativa es cada vez más un refrito (...) La memoria y la historia son identidades irresolublemente separadas. La memoria siempre es una lectura del pasado que hacemos en nuestro beneficio y que por lo tanto necesitamos alterar a través del recuerdo. Hoy en día se pretende ofrecer visiones unidireccionales, esquemáticas, robóticas… que son espantosas”.
Isaki Lacuesta explica a Jaime Iglesias (Zenda) que “tendemos a establecer diferencias entre recuerdos reales y recuerdos inventados cuando lo cierto es que en nuestra cabeza no existe esa diferenciación. En el caso de Un año, una noche [que acaba de estrenar], me interesaba mucho mostrar hasta qué punto todos nuestros recuerdos son reconstrucciones y reelaboraciones”.
Miguel Ángel Oeste: “Puede que estemos cansados de que la ropa sucia se lave en casa”
A propósito del cine español, Manuel Gutiérrez Aragón asegura a Mirian San Martín (Vozpópuli) que “no recordaba desde hace tiempo un año con tan buenas producciones, todas tan interesantes y películas de calidad. Me ha gustado lo que hacen ahora Alberto Rodríguez, Isaki Lacuesta o Jaime Rosales. Han retomado el cine que nos gustaba hacer a nosotros años atrás, el que hacíamos Saura, Camus o yo”.
Aprovecha el académico para opinar de la cultura de la cancelación. “Muchas veces –dice– tiene un proceso inquisitorial, porque no viene de un proceso judicial. Creo que la cultura de la cancelación pasará. He visto cómo con la China de Mao algunos artistas tenían que dejar de hacer películas, y en la Unión Soviética muchos cineastas tenían que dejar de hacer cine porque no les ofrecían la oportunidad tras haber sido estigmatizados políticamente. Eso se parece bastante a la cultura de la cancelación”.
Javier Cercas: “Los escritores estamos para decir lo que la gente no quiere oír”
En la misma línea se pronuncia Fernando Savater en su columna “Tipos de odio” (The Objective). “En la actualidad se dan formas de odio moralizantes, como las ‘cancelaciones’ de artistas a los que se acusa de comportamientos inconvenientes aunque no estén demostrados penalmente”. El filósofo se pronuncia también sobre “Los cien libros del siglo XXI” (El País). “En la lista se repetían con dos o tres obras autores ínfimos mientras se silenciaba a Félix de Azúa o Jon Juaristi. Aunque quizá se debiera, más que a odio, a la mezquindad imbécil del ‘jurado paritario’ (?) que eligió los nombres celebrados”.
P.S. El vicepresidente de Castilla y León, Juan García-Gallardo (Vox), según recoge el Diario de Valladolid, considera que la Seminci se ha desviado de su “esencia” al apostar por “algunos proyectos puramente ideológicos, que estaban dirigidos a proveer de una ingeniería social de género y verde”. Cree que el festival debe apostar por “lo principal”, que es “poner en valor nuestra tierra, nuestra industria del cine y en definitiva dar a conocer al mundo lo que es Castilla y León, lo que son nuestros paisajes, lo que es nuestra gente y lo que es nuestra cultura”.