¿Somos menos libres que en la Transición?
Una ebullición artística en todos los ámbitos. Eso es lo que necesitamos. Abramos puertas y ventanas antes de que entre la autocensura. Eso sí, sobre todo hay que aprender a observar, que no se debe ni se puede contar todo.
“Soy de una generación que fuimos muy libres”, explica Alberto García-Alix a Paula Corroto (El Confidencial). “Ahora vivimos en una involución política con más falta de libertad –asegura el fotógrafo de la Movida–. Nosotros, a la muerte de Franco, nos inventamos un mundo. Todos queríamos un mundo mejor, más libre. Quizá exageramos, es posible. Pero era mucho más estimulante”.
Emma Suárez recuerda de aquella época “una ebullición artística en todos los ámbitos”. Gregorio Belinchón (El País) le pregunta “¿por qué no se ha vuelto a producir un bullir artístico similar?” “Porque los tiempos han cambiado, las generaciones son distintas –responde la actriz, que ha estrenado la película Alguien que cuide mí–. Aquello fue una respuesta a la dictadura, un producto de la Transición. Llegó una generación de jóvenes que nacen con el deseo de vivir, y que ya no están bajo la opresión. Se abren puertas y ventanas. La necesidad de expresarse dentro del arte triunfa”.
Quien se remonta mucho más atrás, es Nando López, que acaba de publicar Los elegidos sobre la resistencia de una pareja de artistas durante el franquismo. Raquel Jiménez Jiménez (Zenda) se interesa por “la diferencia entre la censura de entonces y la de ahora”. “La actual es mucho más laxa –aclara el novelista y dramaturgo–. Es una censura que tiene más que ver con la autocensura, con lo que no nos atrevemos a decir, pero tenemos libertad para decirlo (...) Creo que ha costado mucho conquistar esa libertad. Qué triste que nos censuremos ahora, que no tenemos por qué hacerlo, y mucho menos en países como el nuestro”.
En estos tiempos en que se habla de crisis del cine en las salas, el director François Ozon ha conseguido que un millón de espectadores, solo en Francia, hayan ido a ver su película Mi crimen. No es de extrañar que vea con optimismo el futuro de las salas. “La gente más mayor ha vuelto a los cines después de estar tanto tiempo encerrados en casa –según declaraciones recogidas por Javier Zurro (elDiario.es)– y, además, la gente está cansada de tanta plataforma y quiere salir”. Claro que en “Italia o España la situación es muy distinta” y que a esa vuelta al cine ha contribuido “la voluntad de los poderes públicos” de su país.
Arturo Pérez-Reverte tampoco tiene problema de público. Explica a Patricio Zunini (Infobae) que debe “seducir a 200.000 lectores en España, a 30.000 en Argentina, a 50.000 en México”. Y para ello necesita herramientas que dejen al lector “atrapado”. En su última novela, Revolución, quería contar “cómo la violencia puede ser educativa y puede forjar individuos, caracteres, y yo tengo la ventaja técnica de veintiún años de aprendizaje no teórico, yo no he aprendido cómo se mata, cómo se tortura o cómo grita un herido en la literatura. Lo he aprendido viendo a quienes lo hacían”.
Es lo que le pasa a Marcos Giralt Torrente, quien sostiene que “antes de nada, hay que aprender a observar, que si no observas no podrás jamás escribir”. A propósito de su abuelo, Gonzalo Torrente Ballester, el autor de Algún día seré recuerdo cuenta a Xesús Fraga (La Voz de Galicia) que “la realidad” no es “blanca o negra” y que, “de querer adjudicarle algún color, lo más justo es decir que la realidad transita por las distintas tonalidades del gris”. Lo que le lleva concluir: “Quise muchísimo a mi abuelo y tengo por él una gran admiración literaria, pero no era un superhéroe”.
P. S. Andrés Trapiello, que acaba de publicar el volumen 24 de sus diarios, reflexiona sobre el género con Mauricio Bach (The Objective). “Toda la literatura biográfica (memorias, autobiografías, diarios, incluso la epistolar) acaba siendo una construcción o para decirlo de otro modo, una ficción –sostiene el escritor–.
Al contrario que en las sumas, el orden de los factores altera el producto y la selección de unos hechos u otros, siendo todos ciertos, puede dar como resultado sumas muy diferentes. Cada escritor, cuando habla de sí mismo, escoge también de la realidad aquellos hechos o meditaciones que perfilan una imagen que le conviene o que le parece la más acertada. Y por supuesto que no se puede ni debe de contar todo”.