Image: Amistades literarias

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Mínima molestia

Amistades literarias

Por Ignacio Echevarría Ver todos los artículos de 'Mínima molestia'

3 diciembre, 2010 01:00

Ignacio Echevarría


Diás atrás Rafael Gumucio publicó en el diario El Mercurio de Chile un buen artículo sobre las mafias literarias. Lo comenzaba con pasajes de una carta de Kurt Vonnegut en la que éste recuerda a un viejo profesor que tuvo cuando estudiaba antropología. Stolkin, se llamaba, y es él quien habría dicho: "Ningún hombre que haya alcanzado la grandeza en el arte actúa por sí mismo". Palabras que Vonnegut apostilla del siguiente modo: "Si Stolkin está en lo cierto, puede que la muerte de la institución de la amistad sea la muerte de la innovación en el arte".

Resulta alarmante, de pronto, esta idea de que la institución de la amistad ha muerto o pudiera estar muriéndose. ¿Es cierto eso? Para restar peso y gravedad a la pregunta, planteémonosla únicamente en el contexto de la literatura.

Gumucio parece sugerir que sí, que se ha producido una devaluación, cuando menos, en la índole de las amistades literarias. Y escribe: "Quizá sea esa idea lo que lleva a diversas instituciones a multiplicar festivales y encuentros literarios en las más diversas playas del mundo. En ellos, sin embargo, los asistentes suelen arriscar la nariz cuando se les habla de ismos, grupo o escuela. Islas solitarias, todos somos únicos, insisten, ayudados por el triste fin de la mayor parte de las vanguardias e ilusiones colectivas. La amistad literaria, como la amistad política, se basa últimamente en el borroneo gentil de cualquier debate serio. Escritores amigos entre sí que no se critican porque lo que hacen 'es totalmente diferente a lo que hago yo'. Como si esa diferencia no fuese también un tema de debate. Como si combatir una estética no pudiera permitir admirar a los que la ejecutan con perfección".

Contrasto estas apreciaciones con los movimientos de filas que vienen produciéndose últimamente en la narrativa en lengua española, a uno y otro lado del Atlántico, y reconozco lo que Gumucio parece denunciar: un colegueo que rehúye cualquier atisbo de oposición, de enfrentamiento. Ningún asomo de negatividad. El buen rollo como consigna. El viejo tópico de que, cuantos más seamos, más nos reiremos.

En España tenemos un episodio reciente -el grupo Nocilla, con todos sus adláteres- que ilustra bien la forma en que los nuevos escritores suelen concebir su ingreso en el sistema literario. No se trata, de ningún modo, de hacer sitio; menos aún de echar a nadie. En la cultura contemporánea, el parricidio hace ya bastante que ha sido sustituido por la figura inversa: la del hijo que busca al padre. Si bien tampoco viene a ser eso exactamente: de un tiempo a esta parte, vemos cómo los padres también son invitados a la fiesta. ¿Que faltan asientos? Pues que cada uno se traiga su propia silla, que espacio hay de sobra.

Dado que "escribir algo nuevo, algo propio, es una tarea demasiado peligrosa para hacerla sin guardaespaldas", Gumucio se manifiesta persuadido de que "no hay arte que valga la pena sin una buena mafia que mande ejecutarlo". Sus palabras parecen afectadas de un vanguardismo trasnochado, del viejo y quizá inservible idioma de los pistoleros. Al fin y al cabo, ¿qué tiene que ver la mafia con la amistad?

Todo parece indicar que ésta, en contra de lo que Vonnegut apunta, no hace más que prosperar. Eso al menos es lo que parece proclamar una cultura tan dada al congresismo ecuménico, a las redes sociales.

Pero el concepto de mafia literaria al que Gumucio alude, quizás escogiendo mal el término, es algo más que la consabida ronda del yo hablo bien de ti, tú hablas bien de mí, los dos hablamos bien de nuestro común amigo, que a su vez hablará bien de nosotros... Entraña, además, un sentimiento de pertenencia que se contrasta a través de unas exclusiones y de unos rechazos determinados.

Puede que fuera a esto a lo que, por su parte, se refería Vonnegut cuando hablaba de la muerte de la institución de la amistad, condenada a extinguirse allí donde la amistad queda diluida en una nueva sociabilidad que sólo emite simpatía.

Toda innovación profunda, en literatura, reclama la previa creación de las condiciones de receptividad que la hagan deseable y comprensible. Y eso es algo que escapa a la sola voluntad de un artista, por muy grande que sea. Lejos de eso, suele ser resultado de todo un tejido de afinidades y de complicidades que, bajo el signo de la amistad más partidaria, ejercen sobre su tiempo una cierta presión, incluso una cierta violencia.