Feliz Navidad
Por Ignacio Echevarría Ver todos los artículos de 'Mínima molestia'
24 diciembre, 2010 01:00Ignacio Echevarría
Como en el celebérrimo cuento de Dickens (a quien atribuye Chesterton el "invento" de las navidades, tal y como se han codificado sentimentalmente), el "espíritu de la Navidad" se revela capaz de desfruncir, llegado el caso, los ceños más severos. ¿Quién es capaz de resistirse al encanto de una película como ¡Qué bello es vivir!, de Frank Capra? ¿Quién al temblor de Have Yourself a Merry Little Christmas cantada por Frank Sinatra? Por mencionar sólo dos fetiches navideños que, pese a su sabor tan intensamente azucarado, siguen siendo eficacísimos estimulantes de una emocionalidad ya atávica, cuyos resortes no cesan de ser una y otra vez explorados, como hizo Bob Dylan hace un año apenas, a su manera irreverente y afónica.
La literatura contemporánea ofrece abundantes muestras de que el "espíritu de la Navidad" inspira, inesperadamente, talentos que se diría poco receptivos a él. Ahí está Joseph Brodsky, quien solía escribir, llegada la fecha, un poema que hacía servir como felicitación (véase, en Visor, Poemas de Navidad, traducidos por S. Maliavina y J.J. Herrera). Son poemas conmovedores, delicados y a su manera edificantes, en los que la Navidad y el Año Nuevo dan ocasión a Brodsky para meditar sobre la marcha del tiempo. Brodsky sugiere que la fuerza de la Navidad reside en el destello de la pura alegría percibida a través del rutinario sufrimiento. Y en uno de esos poemas, de 1965, escribe: "¿Qué es esto? ¿Tristeza? Tal vez sea tristeza. / Una canción que te sabes de memoria. / Que se repite. Pues que se repita. / Que se repita desde ahora. / Que suene también a la hora de la muerte, / como gratitud de labios y ojos, / hacia lo que, a veces, nos obliga / a perder la mirada en la lejanía".
Pero Brodsky, como antes Pasternak y tantos otros, trabaja sobre una experiencia de origen religioso. Mientras que, para narradores como Capote o Cheever, la Navidad es un rito fosilizado, en el que tienden a reconocer el sufrimiento que enmascara la alegría impuesta. Cheever lo hace no sólo en sus cuentos, sino en numerosos pasajes de sus diarios, muy especialmente en éste de mediados de los años cincuenta, que hace unos años empleé para felicitar la Navidad a los amigos, y que hoy copio de nuevo para todos ustedes:
"Abrumado por la soledad, decidió sorprender a la familia volviendo antes de Navidad. Su esposa lo recibió en el aeropuerto con la noticia de que se había enamorado de otro y vivía con él desde hacía tres meses. Habló sin parar hasta que él le dijo que estaba bien, que lo comprendía, y sólo le pedía que lo llevara al hotel. Entonces ella dice: '¿Cómo puedes ser tan desconsiderado? Las luces del árbol están encendidas y hemos comprado regalos para ti; además, mamá, papá y los chicos te esperan'. Y él dice: ‘Acabas de decirme que mi vida contigo y los niños se ha terminado. Acabas de decirme que ya no puedo vivir contigo. Ahora quieres que vuelva disfrazado de Papá Noel. Y nunca me han gustado tus padres'. Entonces ella responde: ‘No sabía que fueras tan cruel. No ha sido culpa mía que me haya enamorado de Henry. Fue más fuerte que yo. Actúas como si lo hubiera hecho a propósito. ¿Qué quieres que les diga a papá y mamá? No saben nada. Nos hemos pasado toda la tarde decorando el árbol sólo por ti. Te esperan, se han puesto su mejor ropa'. Y él, que desea ver a sus hijos y las cuatro paredes de su casa, vuelve".
Feliz Navidad, qué más puedo decirles.