Cultura popular e industria cultural
Ignacio Echevarría
En una encuesta sobre el canon realizada por El Cultural a comienzos de este año se preguntaba a los consultados, entre otras cosas, si cabe hablar de alta y baja literatura. En mi respuesta aprovechaba yo para señalar un malentendido con el que no dejo de toparme una y otra vez, y que me parece importante esclarecer: el que identifica la llamada "baja cultura" con la "cultura de masas", y a ésta con la cultura popular.De la necesidad de deslindar nítidamente estos dos conceptos, tan a menudo mezclados, se percataron hace ya mucho Theodor Adorno y Max Horkheimer, que fueron los primeros en emplear, en Dialéctica de la Ilustración (1944), el concepto de "industria cultural". Años después, en una conferencia dictada en 1963, Adorno explicaba que en los borradores de ese libro él y Horkheimer hablaban al principio de "cultura de masas", pero que optaron por acuñar la expresión industria cultural "para evitar la interpretación que agrada a los abogados de la causa: que se trata de una cultura que asciende espontáneamente desde las masas, de la figura actual del arte popular".
Nada de eso. Se trata de algo radicalmente distinto. Pues, en todos sus sectores, la industria cultural "fabrica de una manera más o menos planificada unos productos que están pensados para ser consumidos por las masas y que en buena medida determinan este consumo". Como explica Adorno, la industria cultural supone "la integración intencionada de sus consumidores desde arriba". Justo lo opuesto de la cultura popular, que los integra desde abajo.
"Al contrario de lo que la industria cultural intenta hacernos creer, el cliente no manda, no es su sujeto, sino su objeto. La expresión ‘medios de comunicación de masas', que se suele emplear para la industria cultural, parece inofensiva. Pero lo fundamental no son ni las masas ni las técnicas de comunicación, sino el espíritu que se les insufla, la voz de su amo. La industria cultural abusa de la consideración a las masas para duplicar, consolidar y reforzar la mentalidad de éstas, que se presupone dada e inmutable. Se excluye todo lo que podría modificar esta mentalidad". De lo que cabe deducir que "las masas no son la medida de la industria cultural, sino su ideología".
Vale la pena leer el texto de la conferencia de la que proceden estas citas. Se titula "Resumen sobre la industria cultural", y quedó recogido en el volumen Sin imagen directriz (1967). En castellano se encuentra en el tomo 10/1 de la Obra completa de Adorno cuya publicación está a punto de concluir Akal.
Desde los años sesenta a esta parte, los debates sobre los efectos de la cultura de masas no han cesado de reactivarse y recrudecerse. De 1965 son los ensayos reunidos por Umberto Eco en un volumen de título emblemático: Apocalípticos e integrados (Lumen). Allí plantea Eco las dos posturas que, medio siglo después, siguen enfrentándose bajo los más inopinados disfraces y con los más variados pretextos (el más recientemente en boga: las bondades o entuertos de las dichosas series televisivas).
Con independencia del bando al que uno se adscriba, conviene insistir en la diferencia sustancial entre "cultura popular" y "cultura de masas". Una y otra actúan, como se ha visto, en sentidos opuestos. De hecho, la industria cultural resulta tan erosiva para la cultura popular como para la llamada "alta cultura". Adorno pretende que uno de sus efectos consiste en confundir estos dos ámbitos, que han permanecido durante milenios separados. "El arte alto -dice- pierde su seriedad al especular con el efecto; el popular pierde, al ser domesticado por la civilización, la fuerza de oposición que tuvo mientras el control social no era total".
Para terminar de liarlo todo, el arte pop, que con tanta fuerza emergió a mediados del pasado siglo, no tardó en ser despojado de la ironía a la que fiaba su potencial subversivo, y sus secuelas han contribuido más bien a procurar una coartada estetizante a la cínica observación de que "el mundo quiere ser engañado". Como observa Adorno, "al público se le pide su conformidad general y sin crítica, se hace propaganda a favor del mundo" y "la gente no sólo cree cualquier patraña que le proporcione placer, sino que acepta incluso los engaños que conoce".
Puede que la industria cultural haya terminado por asfixiar la cultura popular, pero allá donde ésta resiste encarna justamente lo contrario de aquélla, por parecidos que puedan antojársenos sus productos.