Ojalá nos perdonen
A. M. Homes
26 septiembre, 2014 02:00A. M. Homes. Foto: Peter Inte Mag
No creo que resulte excesivamente aventurado afirmar que A. M. Homes (Washington, 1961) es una de las tres o cuatro autoras anglosajonas más populares entre el público lector español. En nuestro país se han publicado seis de sus diez novelas, y títulos como Música para corazones incendiados, Este libro te salvará la vida o La hija de la amante la han convertido en autora referencial del actual panorama literario norteamericano. En el que ahora se acaba de publicar, Ojalá nos perdonen, Homes continúa profundizando en la que se está convirtiendo en estructura típica de su narrativa, puesto que vuelve a conjugar la complejidad psicológica de un personaje y el reflejo sociológico de una sociedad en una simbiosis tan perfecta que resulta imposible desligar lo uno de lo otro.Probablemente es esa la conclusión a la que también llegó Edmund White, en la cita del New York Review of Books reproducida en la contraportada del volumen, al hablar de una "reencarnación de John Cheever" para caracterizar esta novela. Ciertamente la vida de los hermanos Silver, los protagonistas, recuerdan poderosamente a los inefables Wapshot de El escándalo de los Wapshot. Si acaso, en vez de utilizar la palabra "reencarnación" me resulta más apropiada una terminología acorde con "actualización" (Homes incluso utiliza el mismo espacio que Cheever, Westchester, a las afueras de Nueva York).
Resumir las 650 páginas de la novela en apenas un párrafo resulta imposible, y no por la extensión, sino por la complejidad de los acontecimientos. Noche de Acción de Gracias; Harry, el profesor de historia que cuenta los acontecimientos, lo está celebrando en casa de su hermano menor George. George es un triunfador, además de más alto y apuesto que él, es un ejecutivo en una cadena televisiva y está casado con la hermosa Jane con quien tiene un hijo y una hija. Pero tal vez no sea todo tan idílico porque Jane en un impulso entre casual e irracional lo besó de forma inesperada.
La tragedia acontece unas semanas más tarde cuando George se salta un semáforo y atropella fatalmente a una pareja, es internado con una crisis psicológica pero misteriosamente se escapa por la noche "subió al dormitorio pensando en acostarse, pero su lugar estaba ocupado" (p. 26). Quien ocupaba su lugar en la cama junto a su esposa era Harry, su hermano, pero George descarga su furia golpeando en la cabeza a Jane con una lámpara causándole la muerte. George vuelve a ser internado en un centro psiquiátrico y es Harry, de quien tras los acontecimientos se ha divorciado su frígida esposa de origen asiático, el que se hace cargo de todo lo que pertenecía a George: su casa, sus hijos (también el hijo del matrimonio atropellado por su hermano), su patrimonio...
En cualquier otro caso esta historia representaría toda la extensión de una novela pero lo aquí narrado recoge únicamente los acontecimientos de las primeras cincuenta páginas, ¿y las otras 600?... se cuentan los acontecimientos de ese año hasta el siguiente Día de Acción de Gracias: "Ha pasado un año... y una vida entera" (p. 640). La acción en las primeras páginas ocurre de forma singularmente dinámica y vertiginosa, tal vez por ello el resto no logra atraparnos, ni de lejos, con la misma intensidad. Se trata de acontecimientos y subtramas, como un viaje a Sudáfrica o la celebración del bar mitzvah -"Vivimos un largo tiempo acarreando un gran peso, y nos llevará mucho tiempo notar nuestra ligereza." (p. 562)-, que funcionan como una suerte de contrapunto al modelo social, a esa "fantasía tan americana" (p. 562) que representaban las familias de los hermanos Silver.
Excelente el reflejo social que nos ofrece Homes, aún así lo que realmente me ha interesado es la evolución de Harry; un personaje extremadamente complejo que se va conformando mediante detalles a primera vista nimios e intrascendentes. La referencia a las investigaciones sobre Nixon que desarrolla Harry son tremendamente significativas (su curso se titula "Nixon: El fantasma en la máquina, un examen detenido de lo que no ha sido examinado"); tan significativo y simbólico como que el narrador-protagonista llevara puesto el pijama de su hermano cuando fueron descubiertos inoportuna e inesperadamente: "Yo estoy de pie ante él, con su pijama puesto. Somos la misa persona, como artistas de mimo, tenemos los mismos gestos, la misma cara" (p. 27). Tal vez esa sea una de las claves de lectura.