Dos inventos
"Extrañas criaturas, los niños. Ese aire precavido que tienen cuando los adultos están cerca, como si les preocupase si representan de manera convincente el papel que les hemos atribuido. El siglo XIX inventó la infancia, y ahora el mundo está lleno de actores infantiles".
Quien hace esta aguda observación es Victor Maskell, la contrafigura de Anthony Blunt que protagoniza El intocable (1997; Anagrama, 1999), una de las mejores novelas de John Banville.
Llamo la atención sobre esa idea de que "el siglo XIX inventó la infancia". Me parece oportuno reparar en ella en estas fechas, consagradas particularmente a los niños. Es cierto que hasta el siglo XIX la infancia carecía de todo protagonismo. Baste pensar en lo muchísimo que tardaron en aparecer, en pintura, niños mínimamente convincentes. Salvo muy contadas excepciones, en su lugar encontramos hombrecillos más o menos rollizos, más o menos graves y estirados, con la expresión perpleja o cabreada de un enano a quien hubieran desnudado para posar de niño Jesús. Hay que esperar al siglo XVII, prácticamente, para encontrarse en las pinacotecas con niños verosímiles. Y en la literatura ocurre otro tanto, o aún peor. No sé quién observaba, con toda razón, que en el Quijote no aparece un solo niño. Y si bien lo es, en cierta medida, Lázaro de Tormes, hay que admitir que se trata de un niño bien poco conforme al concepto que en la actualidad nos hacemos de la infancia; por otro lado, la picaresca evolucionó dejando muy de lado ese filón.
No, los niños, en la narrativa, no aparecen hasta el siglo XIX, y hay que esperar a Charles Dickens para verlos entrar en ella por la puerta grande. Antes de él, los niños permanecen confinados casi exclusivamente a la literatura folclórica, a los cuentos populares. De lo que se desprende que la infancia, como la novela misma -y por seguir empleando la fraseología del desdichado de Maskell-, es un invento de la burguesía, o más bien de la era burguesa, que fue la que consolidó el modelo de familia que aún hoy, a pesar de todo, sigue imponiéndose en nuestro imaginario. Una familia de la que el niño ha ido constituyéndose poco a poco en centro, hasta el extremo de imponer a los adultos, como ocurre tantas veces en la actualidad, una tiranía implacable.
Y ya que he mencionado a Dickens no está de más recordar que fue a él a quien se atribuye otro invento portentoso, íntimamente ligado al de la infancia: el de la Navidad. "El hombre que inventó la Navidad", se ha dicho rotundamente del autor de A Christmas Carol (1843), a quien, por el mismo motivo, hay que atribuir la paternidad de todo un subgénero narrativo: el del cuento de Navidad, casi tan inevitable e imperecedero como el villancico.
La editorial Alba acaba de publicar, en un hermoso volumen, una amplia antología de este concurrido subgénero. Se titula, obviamente, Cuentos de Navidad, y ha sido seleccionada con su ya probado fino criterio por Marta Salís. Desde los hermanos Grimm hasta Paul Auster, pasando por autores como Dostoievski, Maupassant, Strindberg, Chéjov, Hardy, Clarín, Stevenson, Saki, Valle-Inclán, Joyce, Buzzati y Capote -capitaneados todos, cómo no, por Dickens-, la antología propone una muestra muy variada de los distintos tratamientos que han recibido las fiestas navideñas en la narrativa moderna.
Como sugieren discretamente los editores, el conjunto desdice con rotundidad el lugar común -abrazado con toda convicción por el bueno de Paul Auster- de que el subgénero padece de una crónica ñoñez y sensiblería. Lejos de eso, está repleto -como el mismo A Christmas Carol de Dickens, sin ir más lejos- de episodios tortuosos y truculentos, de tristeza, de oscuridad. También de niños ateridos, muertos de hambre, de terror o de frío, cuando no de todo a un tiempo. Lo cual invita a interesantes y nada melancólicas consideraciones sobre el trasfondo dramático sobre el que se elevan esos dos inventos tardíos -la infancia y la Navidad-, que en cierto modo entrañaban un deseo de redención (Dickens, de nuevo) muy pronto degradado en el demencial potlach del capitalismo que, con los niños convertidos en exigentes comparsas, se ha adueñado de estas fechas.