A bombo y platillo ha anunciado el ministro Iceta un nuevo Plan de Fomento de la Lectura, el cuarto ya desde el año 2001, en que se impulsó el primero a escala estatal. Como los anteriores, también éste parece destinado a amparar, con resultados previsiblemente nulos, el reparto más o menos objetable, más o menos bienintencionado, de unos cuanto millones de euros destinados, en última instancia, a apaciguar las justas reclamaciones de un sector, el del libro, siempre agraviado y quejoso.
Que un 30 % de la población española no lea en absoluto no es algo que pueda corregirse con unas medidas de carácter cosmético
Lo primero que cabe preguntarse es si es al Ministerio de Cultura al que, en rigor, corresponde trazar un plan de esta naturaleza. Los hábitos de lectura y la capacidad de comprensión lectora suelen arraigar y desarrollarse durante la infancia y adolescencia. Que un 30 % de la población española no lea en absoluto, y que otro 30 % (tirando muy por lo bajo) lo haga poco y mal, no es algo que pueda corregirse con unas pocas medidas de carácter más bien cosmético. El problema, como es fácil deducir, es educativo, y es al Ministerio de Educación, mucho antes que al de Cultura, al que toca buscar las soluciones adecuadas, que tendrán que ser soluciones de fondo y de largo al-cance. El presupuesto del nuevo plan, por lo demás bastante exiguo (¡40 millones de euros en tres años!), estaría mejor empleado en contribuir a rediseñar los programas de enseñanza, incrementar las materias y las actividades escolares relacionadas con la lectura, dotar de bibliotecas (y bibliotecarios) a las escuelas, mejorar las condiciones y la cualificación del profesorado...
En lugar de eso, lo que se presenta, envuelto en la repelente cháchara habitual, es un batiburrillo de topicazos y de objetivos más o menos futuristas que no soy capaz de imaginar a quién pueden engatusar a estas alturas.
De momento, lo que tenemos –eso que nunca falte– es un nuevo lema, “Lectura infinita”, que compite en cursilería y vaciedad con los que encabezaron los planes precedentes: “Leer te da más”, “Si tú lees ell@s leen”, “Leer te da vidas extra”...
Más allá de eso, se definen doce “desafíos”, a cuál más rimbombante, entre los que se cuentan algunos sorprendentes en su planteamiento ( “Desafío 2. Hacia una nueva narrativa. Se invita a reflexionar sobre el concepto de lectura: ¿un tweet o un post en Facebook pueden considerarse lectura?”), junto a otros que se me antojan eufóricamente lunáticos (“Desafío 11. Internacionalización. España es ya un referente iberoamericano y europeo en el fomento de la lectura. Siguiendo esta estela deinnovación, se desea seguir apostando por proyectos internacionales que nos conecten con otros lugares”).
Y, por supuesto, las consabidas “líneas de actuación”: que si festivales, que si concursos, que si ferias, que si “encuentros con los autores”, que si “residencias” (?), que si jornadas temáticas, que si “días del...”, ¡y anda jaleo jaleo!
Las diez “claves” del plan comprenden algunas tan inopinadas como "Aproximación a un nuevo concepto de lectura" (?), "Toda lectura comienza en la creación" (??), "Extender la lectura en el campo" (???)...
Hasta cierto punto complementario de este nuevo Plan de Fomento es el bono cultural de 400 euros que percibirán los jóvenes que cumplan 18 años en 2022. Hay que ver la afición que le tienen los gobiernos socialistas a esto de los bonos, y en particular a la cifra de 400 euros. La medida imita otras similares adoptadas en Francia e Italia, con resultados poco satisfactorios. En cualquier caso, se trata de una medida superficial, de nuevo una manera más de coger el rábano por las hojas y abonar un concepto de cultura asociado al consumo indiscriminado de productos que a menudo difícilmente pueden ser entendidos como “bienes culturales” y que, suministrados en su mayoría por las grandes marcas de la industria cultural, incorporan, no siempre subliminalmente, tendenciosos contenidos ideológicos.
Como siempre, un despilfarro.