Hace más de cinco años que la editorial Alba impulsó la colección Alba Poesía, bajo la dirección de Gonzalo Torné. Una colección eminentemente divulgativa, de carácter generalista, que se viene distinguiendo, además de por su atractivo diseño, por la atención que presta a la poesía escrita por mujeres, así como por su resuelta apuesta por la antología como herramienta de exploración.
Las antologías poéticas pueden cumplir funciones distintas, a veces incluso opuestas. Las hay que desempeñan una función panorámica, que suele ejercerse con un criterio más o menos estricto pero sustancialmente ecléctico, pues se trata por lo general de ofrecer una muestra lo más cabal y representativa posible del objeto antologado, ya se trate de un solo poeta, de un movimiento, de una generación, de una época, de un país, etc.
De diferente carácter son las antologías de vocación descubridora u ordenadora, realizadas ya sea con ánimo de intervención en el escenario de la poesía contemporánea, ya de revisión y reevaluación de la historia literaria.
El mismo título de la antología, 'Las Sinsombrero y un nuevo 27', delata sus limitaciones: los reunidos no son ni remotamente los "mejores poetas de la época"
En la colección Alba Poesía conviven estos dos tipos de antología, con fórmulas que combinan, a menudo muy felizmente, la intención panorámica con la ordenadora. Entre los últimos volúmenes publicados, se cuenta la que hasta el momento me parece la más arriesgada antología de todas las propuestas hasta el momento por la colección: Las Sinsombrero y un nuevo 27.
La ha realizado Ana Fernández Cebrián, profesora de literatura en la Universidad de Columbia, y propone una atrevida, casi provocadora revisión de la poesía española del primer tercio del siglo XX sustrayéndose de las etiquetas y las coordenadas habituales.
La pretensión básica de la antología es obviar la conocida foto de grupo –esa que se hizo en el Ateneo de Madrid con motivo del tercer centenario de la muerte de Góngora, en diciembre de 1927– y postular otra nueva, de espectro generacional más amplio y con la inclusión masiva de mujeres.
Se trata de fecundar la nómina tradicionalmente asociada a la etiqueta Generación del 27 no sólo integrando la importante actividad literaria de las mujeres contemporáneas de esos poetas, sino articulándola con criterios a la vez estéticos y de afinidad ideológica y política.
Conforme a estos, la renovación formal impulsada por las vanguardias y los ismos del momento habría sido solidaria de los esfuerzos empleados en “la construcción de una nueva esfera pública democrática”, la que promovió la Segunda República, en la que por fin las mujeres fueron consideradas ciudadanas de pleno derecho.
La propuesta de Fernández Cebrián, que firma un apasionado y vibrante prefacio justificativo, debe tomarse a título tentativo, como un ensayo experimental, no exento de calculada insolencia. El mismo título de la antología delata sus presupuestos y sus limitaciones: se trata aquí, en la práctica, de refundir lo que podría ser tomado como una antología más de las llamadas Sinsombrero con un concepto ampliado de la Generación del 27, en el que caben un adelantado como Juan Ramón Jiménez y figuras injustamente tratadas como simples satélites, como es el caso de León Felipe y Miguel Hernández.
Un amago sin duda interesante y prometedor, realizado además con buen gusto, pero que mal resiste la pretensión, declarada en la cubierta del libro, de que se reúnen en él "los mejores poetas de la época". No es así, ni remotamente.
Resulta preferible atenerse, más prudentemente, a las palabras de Ana Fernández Cebrián: "Nuestro deseo es que circule entre diferentes comunidades de lectores una selección de poetas que habitualmente no comparten espacio en las antologías para que sus textos dialoguen entre ellos y abran nuevas conversaciones un siglo después".
Es con este espíritu en absoluto jerárquico ni comparativo como cabe postular el "nuevo 27" al que apunta esta antología y que contribuye valientemente a edificar.