Primera palabra

Guillermo y los Simpson

4 julio, 1999 02:00

Para que los niños tengan modelos válidos de aventura o inventiva personal se requiere que los relatos y otros medios artísticos que tengan a mano procedan de la realidad efectiva que les rodea

¿Necesita justificación una reedición de las aventuras de Guillermo? Por supuesto que los lectores de mi edad (sesenta), aún estamos en condiciones de recorrer bienhumoradamente estas páginas, pero se trata de un libro infantil: pensado para que lo lean los niños de una determinada edad, la de los protagonistas, de entre diez y doce. Los niños victorianos leían las aventuras de Peter Pan y quizá también las de Alicia. Los niños eduardianos y sobre todo los niños ingleses de entre las dos guerras mundiales (1918/1939) leyeron las aventuras de Guillermo. Nosotros, entre 1945 y 1955, también leímos las aventuras de Guillermo, que representaban en lecturas infantiles una tenue democratización de signo aliado que sustituía al "Flechas y pelayos" y a las hazañas bélicas de la propaganda del Eje. Recuerdo que para nosotros -en el Santander de aquellas fechas, con el barrio pesquero aún en Puerto Chico y la comandancia de Marina aún en Castelar separando las dos plazuelas, y todos los desmontes de Corcho y de la playa de los Peligros y de El Alta- el mundo rural de los pueblos del sur de Inglaterra nos resultaba familiar. Nos resultaba familiar también el mundo protegido donde transcurren las aventuras de Guillermo, sólo leves alteraciones de las convenciones sociales: Guillermo y sus amigos iban aun, como nosotros, más o menos uniformados. La infancia de Guillermo, lo mismo que la nuestra, es anterior a Sunny Hill y anterior también a la explosión rítmica del Rock & Roll de finales de los cincuenta. La sociedad española de entonces tenía muchas cosas en común con la convencional burguesía anglosajona de los años veinte y treinta. A los niños no se nos reían las gracias y la adolescencia era una etapa pavisosa de la vida (la edad del pavo, se decía) que convenía dejar bien pronto atrás. Todos los chicos y chicas queríamos ser chicos y chicas "mayores", y los mayores propiamente dichos no consideraban que nuestra visión del mundo fuese particularmente crítica, aguda, poética o interesante. En este mundo de personas mayores -equivalente al de Guillermo- éramos traviesos, piratescos, proscritos y tan inventivos como los más libres niños de hoy día. Pero el marco general era astringente. Dentro de este cuadro no había connotaciones sociológicas reales, la infancia era pura irrealidad. Por lo menos así era para la emergente infancia de la clase media española.
Lo verdaderamente actual en relatos para niños son, que yo sepa, los Simpson. Los horribles Simpson dicen las verdades y devoran comida basura, van vestidos con el equivalente del salvajismo lujoso de nuestros patinadores. Es una estética urbana, neoyorquina, malhablada y agresiva. Es el reverso de la familia americana de la propaganda oficial. El padre es un ejecutivo fracasado, gordo y olvidadizo, etcétera. Aquí es donde entra la nueva edición de las aventuras de Guillermo. La propaganda nos dice que "como cualquier niño, Guillermo no tenía el menor deseo de ser educado". En palabras de su autora está "en fase de salvajismo y es enemigo de la civilización y de todas las convenciones sin sentido". Pero la ruptura de Guillermo es traducible en términos de buena educación y mera travesura. No encontramos en estos relatos ni insultos ni palabras malsonantes ni ninguno de esos elementos (chicanos, negros, marginados sociales) que forman parte también del mundo infantil de hoy en día.
Los editores nos dicen que "Guillermo transmite unos valores esenciales que se refieren a la parte más íntima del ser humano: la generosidad, la solidaridad y el afán de conocer". ¿Es esto del todo verdad? Lo que sí es verdad es que Guillermo no habla mal, no es malsonante, y su comida basura de caramelos y rollos de crema, y agua de regaliz se contrapone siempre como una porquería infantil, a los buenos alimentos de las mesas de té de sus familiares. Tengo curiosidad por saber qué pasará con esta nueva edición: si los niños y las niñas de hoy en día sacarán algo propio de Guillermo como hicimos nosotros, o les aburrirá mortalmente. El problema es que para que los niños tengan modelos válidos de aventura e inventiva personal, para enseñarles a ejercitar su libertad ya a partir de sus juegos, se requiere que los relatos y otros medios artísticos que tengan a mano procedan de la realidad efectiva que les rodea. Los Simpson están más cerca de la vulgaridad ambiente, (que quizá por culpa de los adultos -no de los Simpson- resulte ya irreformable) que Guillermo Brown y sus amigos en su mundo ordenado y convencional. Me temo que esta edición de Guillermo es "piadosa", un análogo al agiornamento discográfico papal con Bob Dylan y cantantes domesticados. Creo que la inventiva de narraciones infantiles viene más por el lado de las familias de color. Ha pasado la era de la infancia blanca y de la rubia juventud bien peinada. Del tercer mundo nos viene otra infancia relatada con alegría, con energía y con pureza desconocidas.