Primera palabra

Quince años sin Vicente

12 diciembre, 1999 01:00

El 27 se pone a favor de la vida, o sea, se pone a favor de todo lo instintivo, espontáneo y natural. La naturaleza importará esencialmente

Hace exactamente quince años murió en Madrid, a las 23’23 del día 13 de diciembre de 1984, Vicente Aleixandre, que había nacido en 1898, fecha en la que llegaron a la vida García Lorca, Dámaso Alonso, Rosa Chacel y Zubiri. "Nosotros", decía en broma Dámaso, "somos, por tanto, la verdadera generación del 98".
Quisiera en estas líneas rememorar el dolor que nos produjo su muerte a todos los poetas que disfrutamos, mientras vivió, de su amistad y consejo, y nuestra gratitud por tantos bienes que de esa amistad nos llegaron. Y nada mejor para manifestar ese agradecimiento por mi parte, que hacer ver, aunque con brevedad, la gran originalidad de su poesía dentro del esquema cosmovisionario de su generación, en un punto decisivo que, por supuesto, arrastra muchos otros de que no trataré pero que el lector puede dar por supuesto.

Para ello resulta necesario decir unas palabras previas. En efecto, he afirmado hace no mucho en qué consiste el meollo de la cosmovisión del 27: ir contra la represión ejercida por una sociedad que al estar construida por una razón, la razón físico-matemática que es generalizadora sin excepciones, no puede entender ni interesarse por lo individual, y como la vida es individual, no puede tampoco interesarse por la vida. La supresión de las excepciones propia de sus mandatos hacen a tal sociedad esencialmente represiva. El 27 entonces se pone a favor de la vida, o sea, se pone a favor de todo lo que es instintivo, espontáneo y natural. La naturaleza importará, pues, ahora, esencialmente. ¿Cuál es, dentro de ese marco el dato esencial que diferencia a Aleixandre de sus compañeros de generación? El hecho radical de que en aquél la naturaleza aparece como divinizada. Dios resulta ser en su obra una pura emanación de la naturaleza. Y así, en uno de los mejores poemas del libro Mundo a solas, un árbol, sin dejar de ser un verdadero árbol, es, asimismo (disemia) un verdadero dios. Sabiendo esto, todo queda claro en la admirable composición: "El árbol jamás duerme. / Dura pierna de roble, a veces tan desnuda, quiere un sol muy oscuro. / Es un muslo piazante que un momento se para, / mientras todo el horizonte se retira con miedo". Y más abajo: "una flor quiere a veces ser un brazo potente. / Pero nunca veréis que un árbol quiera ser otra cosa". Y más abajo aún: "en lo sumo, gigante, sintiendo las estrellas todas rizadas sin un viento, / resonando misteriosamente sin ningún viento dorado, / un árbol vive y puede, pero no clama nunca, / ni a los hombres mortales arroja nunca su sombra". Es una pena no poder copiar aquí todo el poema que es un prodigio de intuición y de fuerza. Pero con lo transcrito se hace patente, creo, esa divinización de que hablo, no dicha explícitamente pero sí simbólicamente sugerida. Como se ve, esto representa un paso más allá del amor a lo natural que vemos en el resto de los poetas de la generación. Comentaré sólo los escasos versos copiados. Primer verso: "El árbol jamás duerme". El mero hecho de enunciar tal afirmación, nos obliga, por su obviedad a entenderla de un modo no literal, sino simbólico. Y así, desde el mismo arranque del poema vemos a ese árbol como un dios, el cual, al serlo, no necesita "dormir". La frase "quiere un sol muy oscuro" alude entonces al carácter recóndito e incomprensible de esa divinidad. El verso tercero percibe al árbol como el muslo piafante de un poderoso caballo lleno de fuerza y vida: "un muslo piafante que un momento se para / mientras todo el horizonte se retira con miedo". He ahí una expresión cargada de la más honda y enérgica poesía. Para un dios, un momento es un siempre y viceversa. Por tanto, da igual decir que ese árbol está parado "un momento" que decir que lo está en todo caso. Pero al expresar tal cosa se nos comunica, además, la voluntariedad de ese hallarse parado. Está parado porque quiere (ya que se trata de un dios). Y todo "el horizonte" ante tal evidencia de infinitud y poder, "se retira" con el "miedo" respetuoso que un dios omnipotente tiene forzosamente que inspirar.
La comprensión de los otros fragmentos elegidos por mí más arriba es ya fácil. "Una flor", se nos dice, pese a ser tan bella puede echar de menos la fortaleza de la que carece, y por eso "quiere a veces ser un brazo potente", "pero nunca veréis que un árbol quiera ser otra cosa", puesto que dios (o Dios) no puede querer ser algo distinto de lo que es. El misterio y la grandeza de ese dios lo expresa Aleixandre en el cierre poemático con plenitud sin par: el árbol aparece gigantesco y sus hojas son las mismas estrellas, rizadas sin un viento (he ahí el misterio de que hablo, misterio que el propio poeta enuncia a continuación: "resonando misteriosamente sin ningún viento dorado"). Y el poeta continúa: "un árbol vive y puede, pero no clama nunca / ni a los hombres mortales arroja nunca su sombra". El árbol, eterno como el dios que es, desprecia al hombre mortal y alienado por la sociedad represiva y que, como tal, no merece guarecerse bajo la divina sombra. Añado que ese desprecio se dirige no al hombre sino a su alienación. En otro poema ("El fuego", de Sombra del Paraíso) dice Aleixandre: "¡Humano, nunca nazcas!" He ahí el pesimismo del 27, que observamos también posteriormente en la Escuela filosófica de Francfort, y muy especialmente en Marcuse, el cual cree que la sociedad represiva siempre podrá más que el hombre individual alienado, ya que hoy es imposible (prejuicio marxista) una revolución realizada por una clase explotada, ya que esta explotación ha dejado prácticamente de existir en los países desarrollados. Y entonces tal clase se ha de mantener a ese propósito políticamente inactiva. Aleixandre venía a decir lo mismo en el poema "Sin luz", de La destrucción o el amor: Un pez de las profundidades marinas, símbolo del hombre inmovilizado por el enorme peso del mar (la sociedad represiva) siente tristeza por la opresión, pero su lágrima no se percibe: ésta "resbala entre las aguas mismas / sin que en ellas se note su amarillo tristísimo", afirma el poema.
Creo que estas rápidas reflexiones bastan para confirmar lo que más arriba hemos dicho: que la visión del 27 se expresa en Aleixandre con una fuerza y una coherencia y extensión absolutamente punteras, dentro del cuadro generacional.