Primera palabra

Napoleón VII nació en la Habana

30 enero, 2000 01:00

Esperamos que cuando Gurruchaga se ponga en la piel del emperador francés, no encuentre entre el público un juez implacable que le acuse de criminal de guerra y genocida

Año 1993. Javier Gurruchaga viaja a La Habana para rodar Tirano Banderas, dirigida por José Luis García Sánchez, con guión de Rafael Azcona. Interpreta el papel de Marqués de Benicarles. Ruedan la película en un precioso palacio de estilo renacentista, que hace años perteneció a un rico azucarero. En ese palacio está instalado un museo dedicado exclusivamente a Napoleón, por el que el azucarero en cuestión sentía una gran admiración.

La veneración de ese industrial cubano por Napoleón no es, desde luego, algo que deba sorprendernos excesivamente. Se han conocido ya muchos hombres que, en un momento puntual de sus vidas, llegaron a creer que eran una versión más o menos reducida de "Napoleón" y a creerse incluso vencedores de batallas en las que ni siquiera llegaron a participar. Soldados rasos, que no se resignaron al anonimato del batallón y que, aunque fuese a niveles inconscientes, prefirieron identificarse con un Napoleón triunfador.

Llevando esa devoción a extremos patológicos (recordemos que existe una continuidad entre la psicología normal y la patológica y que lo que diferencia a los hombres normales de los alienados es sólo una cuestión de grado) no han faltado, en los anales clínicos, personas que han renunciado para siempre a su verdadera identidad para identificarse plenamente con ese gran Napoleón, dueño de media Europa y considerado como símbolo del poder.
Estamos hablando ahora de los famosos "delirios napoleónicos" que no son más que una variedad del delirio de grandeza. Los hombres considerados normales delatan sus desequilibrios en momentos puntuales y de forma matizada. Nos obligan, en cierto modo, a leer su locura "entre líneas". Los dementes, por su parte, se exhiben sin el menor disimulo, como dicen los alienistas franceses "dans tute saludite".

Volviendo, sin embargo, a lo que ahora nos importa, también Javier Gurruchaga se sintió fascinado por Napoleón. Visita el museo y de pronto se encuentra a sí mismo en una caricatura del Emperador, realizada a principios del siglo XIX durante el exilio en Santa Helena.

-¡Ese soy yo! -se dijo, admirado.

Fue el principio de una idea que germinó cinco años más tarde, cuando regresó a la capital de Cuba para rodar El Cuarteto de la Habana, a las órdenes de Fernando Colomo. Esta vez un amigo común, Luis Alegre, acompañaba a Javier Gurruchaga en la visita al Museo. Se detienen ante la vieja caricatura del Gran Corso y Luis confirma la primera impresión de Gurruchaga.

-¡Ese eres tú, desde luego! -le dijo maravillado- ¡La misma boquita de piñón! ¡La misma nariz!, ¡El mismo flequillo! ¿No te das cuenta? ¡Te pareces más a Napoleón que el propio Napoleón se parecía a sí mismo!

Todas las cosas que se parecen no son idénticas, decía Shakespeare. De cualquier modo, Javier Gurruchaga, que había sido ya muchos y fastuosos personajes históricos, quiso también ser Napoleón y me propuso la idea de escribir un texto dialogado inspirado en la vida del emperador francés. Un texto, obviamente, que luego debería ser convenientemente "dramatizado" por alguien que conociese los entresijos teatrales, porque de todos es bien sabido que los parámetros de la novela no coinciden con los parámetros teatrales.

Acepto el desafío y empiezo a escribir. Gurruchaga está cada vez más ilusionado con el proyecto. Es un hombre poderoso que vive intensamente todos sus sueños. Lee la primera versión del texto y le parece bien. El proyecto va cobrando forma. Se cuenta, en principio, con la colaboración de un prestigioso director escénico, Mario Gas, que ya había dirigido a Gurruchaga en Golfus de Roma.

Se anuncia por fin una lectura del texto en la sede de la Sociedad General de Autores, en Fernando VI. Rueda de prensa en Madrid. Gran expectación. Mucha gente se queda en la calle. Napoleón Gurruchaga encandila al público.

Quedan ciertamente algunos cabos por atar y el diálogo está sometido todavía a las consabidas y necesarias "purgas". Escribir, todos lo sabemos, es una especie de proceso alquímico en el que el autor se empeña por alcanzar una perfección que tal vez está más allá de sus posibilidades. Sea como fuere, debemos esforzarnos por conseguir la famosa "ecuación de la margarita".

Hoy seguimos encandilados por el proyecto. Personalmente estoy convencido de que Javier Gurruchaga será un magnífico y convincente Napoleón VII.

Esperamos, de todos modos, que cuando se ponga en la piel del emperador francés, no encuentre entre el público un juez implacable que le acuse de criminal de guerra y genocida.